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El prolífico de Woody Allen volvió a la ciudad que lo vio nacer, New York, luego del un largo tour europeo, cinematográfico por Londres (Match Point), España (Vicky Cristina Barcelona), París (A Midnight in París) y Roma (To Rome with Love), para asentarse en San Francisco y volver mínimamente a sus raíces.
Es que en Blue Jasmine, basándose en la obra del dramaturgo estadounidense William Tennesse, “Un tranvía llamado deseo”, y con una extraña mezcla entre Annie Hall (1977) y Alice (1990), Allen se permite narrar solo como él sabe el universo femenino, ahondando en uno de los mayores miedos de las mujeres en la vida real. Porque de eso se trata la historia de Jasmine (Cate Blanchett), la pesadilla de la mujer adulta convertida en realidad y cómo la superficialidad y frivolidad conduce a la nada misma.
Jasmine era una mujer que pertenecía a la burguesía de Manhattan, quién disfrutaba demasiado los placeres de la vida ostentosa que le brindaba su marido Hal (Alec Baldwin), sin importarle mucho más que la vida social, las apariencias y sus adquisiciones. Y como no todo lo que brilla es oro, su marido fue encarcelado por estafa y fraude, para luego suicidarse, dejándola sin nada. Como consecuencia, la única solución de Jasmine fue mudarse con su hermana adoptiva Ginger (Sally Hawkins), una cajera de supermercado de nivel medio bajo, y enfrentar su nueva realidad.
Dividiendo la película entre el pasado de la protagonista y su presente, Allen desenmascara a la protagonista para mostrarnos lo cruel y cínica que Jasmine fue y es, tocando varios nervios sensibles del público femenino, a medida que genera una radiografía de este tipo de mujeres con “problemas mentales”.
Allen decide jugar con los opuestos en todo momento, desde los entornos, hasta el diálogo. La burguesía neoyorquina vs. la clase trabajadora estigmatizada. Los silencios incómodos vs. los largos monólogos reveladores. La heroína vs. la villana. La inestabilidad vs. la estabilidad. Jasmine parece no estar bien del todo, pero tampoco parece estar tan mal y juega a saltar de un extremo al otro, según la conveniencia para su vida. Existen dos mujeres: la que tiene que vivir con su hermana y trabajar, y la que era en su pasado y ahora tiene que revivir con la llegada de un nuevo hombre a su vida (Peter Sarsgaard). Pero Allen nunca termina de sacar de debajo de la alfombra toda la verdad sobre Jasmine, y a medida que se va desvelando, el espectador pasa de quererla a odiarla y viceversa, continuamente, hasta el último momento.
No es difícil de ver porqué Cate Blanchett se enamoró de su personaje. Jasmine así de triste (blue) y de complicada como es, es un personaje brillantemente diseñado con incontables capas, que permiten a Cate ser multifacética y abordar millones de emociones radicales en solo 90 minutos. Sin embargo, dejando de lado cuestiones actorales de la película, donde Cate sobresale evidentemente y para sorpresa de nadie en el buen sentido, la espectadora podría encontrar bastante ofensivo el guión de Allen por cómo dibuja a ambos personajes femeninos principales, quienes sin un hombre que las sostengan, no pueden seguir con sus vidas y no son más que almas rotas a la deriva.