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Hay directores que ya nos tienen mal acostumbrados. Son esos que aciertan película tras película, y a los que es difícil encontrarles trabajos mediocres. Te pueden gustar más o menos, pero (casi) nunca te van a dejar salir del cine con la sensación de que viste algo malo. Steven Spielberg es uno de ellos: un director que últimamente no saca films muy seguido, pero cuando lo hace, da en el clavo.
Pero Spielberg no está solo. En el guión lo acompañan los queridos hermanos Coen (junto a Matt Charman); en la música (hermosa) está el siempre correcto Thomas Newman; a cargo de la fotografía está Janusz Kaminski (Schindler’s List, War Horse) que una vez más hace un trabajo increíble; y delante de cámara, un favorito de muchos como es Tom Hanks. No-podía-fallar.
Bridge of Spies es uno de los mejores films del año, tan soberbio en su realización y narración que seguramente lo veremos en la lista de nominados al Oscar (y en más de una categoría).
Basada en hechos reales, la historia transcurre durante la Guerra Fría, momento crucial para el espionaje, tanto del lado norteamericano como del lado soviético. Tom Hanks interpreta al abogado neoyorquino James Donovan, que trabaja para una firma importante y al que se le solicita (por no decir obliga) defender al espía ruso Rudolf Abel. Las intenciones detrás de este pedido son muy claras, hay que demostrar que en EE.UU incluso los espías tienen un juicio justo, pero eso es todo: el espía debe ser condenado.
Sin embargo, las circunstancias cambian cuando los soviéticos detienen a un piloto norteamericano, Francis Gary Powers. Ellos quieren a Abel de vuelta ante el temor de lo que pueda haber contado, y a cambio, los norteamericanos piden a Powers (por las mismas razones). Casi sin pretenderlo, Donovan termina siendo reclutado por la CIA para que oficie de negociador en el intercambio de ambos hombres.
Bridge of Spies es un thriller donde el foco está necesariamente en su protagonista, un padre de familia que sólo cumple con su deber y debido a ello, queda expuesto ante la sociedad como un traidor.
Donovan representa al hombre de bien, que no prioriza otra cosa que no sea «lo que se debe hacer». Defender a un espía ruso y hacerlo seriamente era asumir un riesgo que ni siquiera su familia estaba dispuesta a correr. Incluso él dudaba de realizar semejante tarea. Pero en la nobleza del abogado está la retribución. Esas miradas llenas de rencor que recibía en el metro, cuando volvía a su casa luego de trabajar, pasaron a ser sonrisas y saludos cordiales. Y es que al transformarse en la pieza fundamental de un intercambio sumamente peligroso pero históricamente importante de cara al futuro, Donovan pasó de traidor a héroe.
Bridge of Spies fluye lenta pero clara. No tiene fisuras, no se anda con vueltas, no tiene rodeos. Cuando es necesario el humor, hay humor (y ahí se ve el trabajo de los Coen) y cuando el drama se adueña de la situación, lo hace sin miramientos.
La fotografía es una protagonista más. Un juego de contrastes, siluetas y una paleta plagada de colores fríos para crear una atmósfera oscura y tensa, tanto en las calles de Brooklyn como en aquellas escenas que transcurren muy lejos de Norteamérica: allá, en la recreada (el diseño de producción luciéndose) Alemania dividida de los años 50, donde de a poco se construía ese Muro cargado de significaciones.
La política norteamericana, el idealismo, el deber y el poder, son temas que atraviesan el film y sobre los cuales se reflexiona a lo largo de los 140 minutos. Más allá de algún cliché y una que otra escena predecible, el director logra plasmar ideas y valores sin la necesidad de bajar línea.
Es Spielberg dando cátedra de cine: el cine más puro y clásico que podemos llegar a encontrar hoy en cartel, el cine que tanto nos gusta.