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Corría el año 2007 y bajo la producción de ABC y DreamWorks, una nueva sitcom veía la luz. No muchos la recordarán, pero quienes tengan la memoria debidamente ejercitada de seguro habrán esbozado una sonrisa de satisfacción al leer el título de esta nota.
Fue una de las pioneras en el uso del single-camera y en haber descartado los tracks de risas grabadas, en favor de dejar al televidente el oficio de elegir qué le resultaba gracioso y qué no. Afortunadamente se trataba de una tarea en extremo sencilla, porque Carpoolers fue una serie brillante, amada por los televidentes pero muy cuestionada por críticos que no supieron ver todos los ingredientes: situaciones llevadas al ridículo extremo; personajes perfectamente definidos, opuestos entre sí pero muy bien complementados y una gran banda de sonido. Nada faltaba en esta sitcom, pero planteaba un estilo de narrativa y storytelling completamente a contramano de las sencillas series con las que compartió pantalla.
El resumen de la productora la planteaba como «las vidas cotidianas de cuatro hombres del suburbio, cada uno con sus ocupaciones, que llevaban sus vidas y conflictos privados a pasear en el viaje hacia la oficina». Lo que esta descripción apática y poco inspirada falla en transmitir es la inmediatez con que el televidente se vincula emocionalmente con los personajes.
Desde Laird (interpretado por Jerry O’Connell), recientemente divorciado pero mujeriego empedernido y su opuesto directo encarnado en Doug, un muchacho recién casado, extremadamente ingenuo e infantil; pasando por los dos hombres de familia Gretchen y Aurbrey, que lejos de ser el centro de equilibrio del grupo, son quienes más insisten en sacudir las bases de la tranquilidad. Mención aparte para Marmaduke (en la piel del genial T.J. Miller), quien parece vivir en un universo paralelo en el cual las convenciones sociales no existen o están enterradas en copiosas cantidades de LSD.
Con esta premisa simple pero efectiva, Carpoolers fue una serie precursora para lo que luego fue el estilo de muchas otras sitcoms modernas. Es, en muchos modos, una hipster-sitcom: alcanza con ver un par de capítulos para llegar a la conclusión «Carpoolers era Modern Family antes de que Modern Family fuera cool». Casi diez años después, producciones de esa talla tienen gran deuda con aquellos trece capítulos.
Pero los invitamos a meternos aún más adentro de esta historia, porque hay mucho para descubrir.
Si tomamos como referencia el 2007 y nos trasladamos hasta el presente, podemos encontrarnos con muchos de los personajes en otras sitcoms modernas, como si solo nos hubiéramos perdido su compañía durante un tiempo. Así, podemos encontrar a Laird desempeñando el mismo personaje en We Are Men, como si su vida de soltero juerguista hubiera continuado el mismo rumbo; Aurbrey reaparece en New Girl como fiscal en un juicio, incluso usando el mismo atuendo marrón y desabrido que lo vistió en el pasado; Marmaduke parece haber aprovechado mejor el tiempo, este geek (lo delata el reloj-calculadora) y amante de los micro-emprendimientos parece haber tenido éxito desarrollando software y aplicaciones, abandona el nido del hogar para mudarse a Seattle y financiar una incubadora de startups de software. Hemos pasado de Carpoolers a Silicon Valley casi a la velocidad de la luz.
Y esta es la clave de la serie, es la precursora y génesis de monstruos de la comedia como Modern Family, New Girl, Brooklyn Nine-Nine o Silicon Valley. Mientras otras series basadas en chistes obvios, personajes previsibles y rizas forzadas se limitan a ser solo la Teoría del Big-Bang, Carpoolers asume la práctica y explota de genialidad dando lugar a todo un nuevo universo de series.