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¿Cuánto estas dispuesto a luchar por tu vida? ¿Realmente aprecias cada segundo de ella? Sobre el final de Dallas Buyers Club, en el transcurso de la agónica y estremecedora última media hora, Ron Woodroof le confiesa a la doctora Eve lo que ya sabemos desde el minuto cero del film que, según dicen, puede dar la sorpresa como mejor película en los próximos Oscars.
«A veces me gustaría vivir la vida de otro. Pero tengo esta, es sólo mía»
Dallas Buyers Club, dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée (The Young Victoria), y que bien podría durar diez horas que con las actuaciones de Matthew McConaughey y Jared Leto la soportaríamos, es un espejismo de una realidad tan cruda como incomoda, tan insospechada como llena de lugares comunes pero invisibles a los que, durante más de dos horas, nos vemos expuestos sin en el menor atisbo de oposición (el espectador se entrega), con momentos de transición entre alegría y tristeza. El film, que retrata la lucha de Ron Woodroof para aliviar el dolor de los pacientes que, como él tienen SIDA, nos enfrenta ante una tremenda y conmovedora experiencia de vida, con sus momentos trágicos y sus pequeñas lagunas mágicas que en su conjunto no hacen más que compenetrarnos con la causa.
Dallas Buyers Club es la historia real de Ron Woodroof, un torero y electricista de Dallas, bastante rudo y lleno de vicios, que es diagnosticado con SIDA en su fase terminal. Después de ponerle plazo a su vida y en algunas secuencias desesperantes, Woodroof (McCounaghey) comienza a tomar AZT, hasta ese momento el único medicamento permitido por el sistema de salud de Estados Unidos, que mientras realiza pruebas para constatar su efectividad. Viendo las consecuencias de ingerirlo, y cómo afecta a los demás pacientes, comienza un periplo para conseguir medicina alternativa, que lo llevará a lugares insospechados, incluso descubrir la trama del negocio del SIDA. Matthew McConaughey o Ron Woodroof (son uno sólo, la transformación del actor es impensada, increíble) se embarcará en una lucha abierta contra el sistema de salud y su burocracia, mientras el reloj de la vida le corre.
Una de las grandes bondades de Dallas Buyers Club es encontrar momentos maravillosos dentro de tanto dolor. El director ofrece una versión tan real como desenfrenada de una carrera contra el tiempo, en la que el impresionante Matthew McConaughey, que bajo más de 25 kg para construir el personaje (declaró que por momentos la pasó mal en la adaptación), nos sumerge a partir de sus propias necesidades. Dallas Buyers es como un reality show de Ron Woodroof, en el que todo se mueve a su alrededor, desde recursos visuales utilizados con criterio para presentarlo tal cual es (fue), hasta sus relaciones o sus momentos de extrema soledad y miseria. Lo que vale en Dallas Buyers Club es el tiempo, y eso está claro. Desde la primera escena hasta el final, pasando por el abrupto calendario que deja al espectador en vilo, el tiempo es el elemento fundamental en la vida del personaje, que intentará vivir hasta el último como él mismo lo dice: con las botas puestas.
Duro, tenaz, pasando por sus miedos hasta llegar a tocar su lado sensible. Matthew McConaughey se maneja entre estados de ánimos para componer un personaje exquisito que llegará al corazón de quién quiera comprarlo. Su figura de antihéroe desgarbado (su pérdida de peso lo confunde con un maratonista de Kenia) lo catapulta inmediatamente como uno de los grandes roles de lo su últimos tiempos. En otras palabras, se come la película, aunque no lo hace del todo solo. El escenario, en perfecto caos y descontrol, está perfectamente preparado para que así sea. Aquí llega la inobjetable mención, ningún escenario resiste el propio peso de su protagonista sin un aliado que lo encumbre.
Ese es Rayon, el increíble personaje interpretado por Jared Leto, y que casi con seguridad le dará el Oscar a Mejor Actor de Reparto. Rayon es un transexual con VIH que le ayudará a Ron en su negocio, pero que además forjará un lazo, una amistad inquebrantable con el rudo de Woodroof. Leto, que perdió más de 15 kg para interpretar a Rayón y que, según sus propias declaraciones, asumió el personaje adentro y fuera del set en lo que fue «Una auténtica experiencia de vida», luce en un papel impresionante, perfecto, que le da completo sentido a la película, y que es el principal intérprete de esa dualidad entre dolor y alegría, de causa y humor que da vueltas durante buena parte de la cinta y entrega escenas maravillosas.
Rayon es el encargado de los momentos más extrovertidos del film, y entrega los momentos más confidentes del homosexual infectado, criminalizado en esa época, que debe lidiar con la sociedad y su familia y que, cuando sin embargo se ve avasallado a pesar de su fuerte carácter, es protegido por su amigo, el mismo que en un primer momento lo rechaza. La escena del abrazo en el supermercado es simplemente maravillosa y conmovedora. Tanto McConaughey en su rol principal, como Jared Leto en el secundario, hacen que Dallas Buyers Club tome real dimensión de la causa (la química de ambos es asombrosa). Sin ellos la historia carece de sentido, y la respuesta se basa en la sencilla razón de que ambos son dos perfectos compuestos que se vinculan (duele no verlos más juntos) y le otorgan el aire preciso a una causa desesperante.
Dallas Buyers Club, como está contada, construye un pequeño remanso en el universo de drogas, prostitutas y promiscuidad en que se ven envueltos sus personajes en una década difícil y con un tema tan sensible. El flagelo de esos vicios están expuestos en el film aunque no como clichés o estereotipos, sino más bien como realidades desgarradoras y necesarias a la hora de entender el drama por el que pasa un sector de la sociedad. El director elige inteligentemente y a través de sus dos personajes principales, abordar el problema de una manera feroz e inocente, con momentos de ternura y esperanza que preceden a la oscuridad.
Elementos como el make up (la maquilladora contó con 250 dólares de presupuesto para realizar un impresionante trabajo), el vestuario y la fotografía la hacen aún más autentica y confesional, algo imposible de lograr sin el guión perfectamente adaptado, otra de las bondades de la película que probablemente la pongan entre las ganadoras del Oscar. El reparto también tiene a Jennifer Garner en una participación secundaria pero necesaria, y con buenas apariciones que acompañan al actor protagónico. Dallas Buyers Club es una joya luminosa entre tanto dolor. Su legado no solo retrata los momentos difíciles, sino que también deja valores como la amistad, mas la ética y la moral, que toman más relevancia en medio de semejante encrucijada de vida. El director no tiene tapujos en mostrar a Woodroof tal cual es, con McCounaghey adaptando cada uno de sus movimientos como propios, además de retratar el difícil universo por el que transitan los enfermos de SIDA, particularmente en la década del 80 en pleno descubrimiento del virus y con lo que eso implicó para la sociedad americana.
El vértigo por el que transcurre el film tiene correlato en los cortes abruptos de secuencias, los prolongados silencios y la intimidad deRon Woodroof, lo que recuerda al mejor Darren Aronofsky. Tampoco posee obstáculos para criticar abierta y deliberadamente al sistema de salud de Estados Unidos en aquella época, en conjunto con una sociedad hipócrita aunque al final, de alguna manera, se redime.
¿Le alcanzará para alzarse con el Oscar a Mejor Película el próximo 2 de marzo? Técnicamente, debería. Es un film incisivo, duro y con todos los elementos necesarios para que guste en la Academia, a pesar de haber contado con un bajo presupuesto y con una trama poco rebuscada. Habrá que ver cómo se las arregla con la competencia aunque, cuanto menos, sobre el final de esta crónica me hago cargo y pido a gritos las estatuillas para McCounaughey y Leto.