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En Los puentes de Madison (Clint Eastwood – 1995), los hijos del personaje de Meryl Streep descubrían un nuevo mundo de la madre al encontrar un diario tras su muerte. Del mismo modo los hermanos Léon, al quedar huérfanos, encuentran una valija con fotos, documentos y memorias de la familia que será el inicio de una profunda investigación sobre sus pasados. Los abuelos, de origen ruso, son expulsados de París en 1948 por supuesto espionaje y deportados a la USSR. Con ellos viaja su hija Svetlana, una joven francesa de 14 años. Vladimir León, su hijo, se pone detrás de la cámara en Mes chers espions para desentrañar el misterio que rodea a sus antepasados. Las dudas, los interrogantes, los descubrimientos surgen al mismo tiempo para el espectador, en el viaje que emprenden hacia su terruño.
Todo se comparte, nada se adelanta. Las búsquedas, las entrevistas y los encuentros están marcados por un tono acogedor y familiar. No hay dramatizaciones. En las múltiples reuniones, la cámara de desplaza mediante paneos o planos fijos, el interlocutor jamás mira a cámara (salvo en el último reportaje a la abuela) sino a quien le dirige la palabra. En un marco descontracturado la investigación avanza y adquiere la forma de un thriller político en el que se combinan, la Guerra Civil Española, las purgas de Stalin, las lecturas a escondidas de Solzhenitsyn y La Segunda Guerra Mundial.
Construido sobre la palabra, lo verbal es muy importante. Cuando los personajes no dialogan entre sí, el fondo sonoro es una voz en off que relata el diario de la madre, lo que otorga un tono intimista a las imágenes. Los recuerdos y las evocaciones permiten también realizar comentarios sobre la situación actual en el país de Putin. Los fantasmas del pasado parecen retornar, los miedos acechan, muchos callan y nadie habla honestamente por miedo a las represalias, según manifiesta una curadora entrevistada. Léon, de manera amena, sin solemnidades, esclarece la historia oculta de una familia que vivió bajo un régimen totalitario en el que era mejor desechar la memoria.
No es sencillo definir qué es un documental. Existen muchos factores que deben ser considerados. El tiempo perdido, según expresa su directora María Álvarez, capta la vida presente, el momento de manera fidedigna, sin intervenciones, sin entrevistas. Sin embargo, no está exento de una gran subjetividad. La directora de Las cinéphilas (2017) retrata a un grupo de lectura que se reúne desde el año 2001 a leer En búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust en un bar de Buenos Aires. Los asistentes son adultos mayores que concurren los sábados a las 16 horas una vez por mes para analizar párrafos de los distintos tomos de la extensa obra. Si bien la cámara no registra tan objetivamente como un termómetro, Álvarez se inmiscuye en demasía con el uso del sonido.
Las reuniones resultan algo artificiosas, ya que, si bien los encuentros son en fin de semana y por la tarde, la locación del bar en plena esquina de Libertad y Lavalle resulta un lugar ruidoso donde transitan varias líneas de colectivos. Los lectores parecen estar en una cámara insonora donde el tráfico vehicular, la conversación de los otros comensales del bar y el ruido de la vajilla está ausente. Tampoco es creíble que los participantes dispuestos a lo largo de 5 mesas se escuchen de una punta a la otra sin alzar la voz, o que todos intervengan de manera ordenada sin superposiciones de diálogos. La puesta en escena es evidente, una manipulación que le quita veracidad a los hechos. Realizada en blanco y negro, El tiempo perdido solo puede interesar a aquellos que quieran profundizar la obra de Proust o los que quieran tomar parte de las futuras reuniones.
El tercer documental del día, 1982, reseña la Guerra de las Malvinas solo con la utilización de material de archivo televisivo: el noticiero 60 Minutos y el especial Las 24 horas de Malvinas. El director Lucas Gallo resalta la narrativa distorsionada de los hechos que se instaló en el canal oficial para manejar la opinión pública. Los periodistas José Gómez Fuentes desde los estudios y Nicolás Kasanzew desde el archipiélago, junto a los conductores Pinky y Cacho Fontana en el programa especial, fueron las caras de ese discurso que alentaba el fervor patriótico. 74 días reflejados en las pantallas chicas cuando los medios de comunicación eran pocos y fácilmente controlables.
El sentido crítico está presente en muchos pasajes, como aquel en el que el oficial responsable del abastecimiento dice que los soldados estarán muy bien abrigados y alimentados y que retornarán al país más gordos. También se aprecia en la arenga de la locutora Pinky, al referirse a un comentario de la BBC de Londres. Escenarios, celebridades y locaciones vuelven a la memoria para recordar errores del pasado que causan estupor y vergüenza. Otra consecuencia negativa que dejó la contienda fueron los cambios de humor de la población en función de los resultados, cuyo termómetro era la Plaza de Mayo. Un nuevo e interesante acercamiento al conflicto bélico que deja un sabor agrio.