Te recomendamos:
Muchos de nosotros somos defensores de la idea de que no existen cosas para varones o cosas para mujeres, de que no hay blancos y negros sino una gran escala de grises con la que todos podríamos sentirnos cómodos. Porque si esto fuera cierto, nos veríamos obligados a creer, por ejemplo, que una serie al estilo de Breaking Bad está pensada exclusivamente para los hombres, mientras que a las mujeres no les quedaría más que conformarse con los dramas soapie y culebrones al estilo de Gray’s Anatomy. Y aunque quizás los públicos se diferencien más en una u otra producción, es cierto que a la hora de medir las audiencias y de ofrecer un guion de calidad, poco debería importar si hay más varones o mujeres dispuestos a ver; más allá de la cantidad de acción o violencia, de desnudos o escenas de amor, de finales felices o majestuosas muertes.
Pero hay algo en las producciones que tienen que ver con Shonda Rhimes, algo que sucede tanto en la mencionada Gray´s Anatomy como en Scandal o la más reciente How to Get Away with Murder. Estamos hablando de series que funcionan perfectamente como el placer culposo del público femenino que bien podría estar sentado mirando una telenovela brasilera. Se trata de dos ideas tan similares como distantes una de otra, que a la vez concentran una serie de factores comunes, los cuales obran a favor –en muchos casos- de destruir un guion con altísimo potencial (especialmente en el caso de Scandal). Los actores, el subtexto, las escenas románticas y eróticas funcionan al servicio de un claro propósito: instalar los elementos que atraigan a un público femenino a una suerte de soap opera bien vestida de drama político.
Si bien es cierto que HTGAWM no es de la autoría de Shonda Rhimes (como sí lo son Gray’s Anatomy, Private Practice o la propia Scandal), pertenece a su productora, ShondaLand. Y es cierto que ABC no la hubiera acogido en su parrilla si no fuese por el marcado camino de éxito que fue dejando a su paso al renombrada Scandal, la serie que le dio a Kerry Washington la posibilidad de situarse en la pantalla chica como la primera mujer negra que en varias décadas se destaca como la protagonista indiscutible de una exitosa producción para televisión. Pero el elemento que las une tiene que ver principalmente con que ambas van dirigidas a un público muy similar, compuesto en su mayoría por mujeres, mujeres que quieren disfrutar de todo el despliegue de calidad del drama americano en todo su esplendor, pero que no dejan de buscar los elementos novelescos que hacen de toda buena pareja conflictiva un deleite visual en la pantalla.
En ambas producciones, las dos protagonistas también comparten varias características distintivas. Ambas son representadas como mujeres fuertes, brillantes e implacables. Ambas son las mejores en lo que hacen y siempre hay alguien que se desvive por ser como ellas (incluso los hombres). Ambas son elegantes, altivas y de alguna manera van poniendo sus prometedoras carreras como abogadas por delante de todo. Y aunque una se dedica al ejercicio de la ley con métodos muy diferentes a los de la otra, aunque una llora mucho más que la otra, ambas tienen un excelente pero inexplotado sendero de grises, donde no son ni buenas ni malas, ni poderosas ni sumisas, ni morales ni antiheroínas.
No es menos cierto que ambos personajes intercalan raptos de brillante feminidad llevada al extremo, con lo que solo puede definirse como drama de chicas derritiéndose por dentro ante la presencia del hombre deseado. Todo esto se complementa bastante bien con una selección de escenas de sexo, indispensables para completar la oferta de novela o drama para mamás, tan necesario para el sustento de estas ideas. Claro que la combinación de mujer fuerte e independiente con la historia de amor que da sentido a todo no tiene por qué ser juzgado como algo que va en detrimento de la calidad de una serie, pero sí es cierto que ambas toman el mismo camino hacia la construcción de sus historias.
En el caso particular de Scandal, comenzó con un brillante empujón que se dio en parte gracias a un gran elenco y a la promesa de una historia audaz. La popularidad fue creciendo de manera exponencial y todos los ojos viraron hacia Oliva Pope, el personaje que compone Kerry Washington. Y como se expuso anteriormente, HTGAWM no hizo más que aprovechar el envión y subirse a la ola que tan bien montaba Scandal.
Por su parte, Viola Davis interpreta a Annalise Keating, una abogada que pone a prueba a sus alumnos en la Escuela de Leyes a cada instante, solo para hacer notar, aunque sea de modo inconsciente, que ella es insuperable. La promesa que subyace en ambos roles es la del componente sexy, que Washington sabe llevar mejor que Davis, aunque ninguna de las dos está exenta de los tropiezos exagerados, de las lágrimas desencajadas y de los rostros en los que solo podemos asumir que hay una gran afición por gesticularlo todo.
Si vamos a comenzar a sacarle las espinas a HTGAWM y si dejamos de lado el inexplicable nombre, nos quedamos con que tiene como principal flaqueza el tratarse de una serie que por momentos no puede unir todos los hilos. Desde el episodio piloto podemos advertir la presentación de varias historias que no terminan de conectar, como cuando alguien quiere contarnos una anécdota, se pierde en el tiempo y se va por las ramas abriendo otras puertas, sin cerrar ni una cosa ni la otra. Otro elemento que hace ruido es lo encasillados que están los personajes y la dureza (desde el punto de vista de la interpretación) con la que se desenvuelven cada uno de los alumnos elegidos para formar parte del buffet de abogados de Annalise Keating.
Precisamente, lo que contribuye a generar una imagen borrosa es el constante recurso del flashback, como si el espectador necesitara toda la información masticada, como si no fuéramos capaces de retener una sola pista por dos escenas. Lo que sí sabe hacer –y muy bien-, como todo lo que rodea a Shonda Rhimes, es generar adicción. Y la palabra adicción es justamente la más indicada porque ahí es donde no importa si algo es bueno o malo, sino que lo que importa es que de una manera u otra, no podamos dejar de mirarla. En el episodio piloto, nos quedamos enganchados con atisbo de un romance paralelo, que aparentemente se las trae y donde mucho tiene que ver una arrojada escena de sexo oral.
Es por esto que, si por un lado ya teníamos a Scandal, la aparición en escena de la serie protagonizada por Viola Davis termina pareciendo un remedo de la primera. Y no es que Scandal carezca de puntos en contra: es otro despliegue de sobreactuaciones y diálogos frenéticos y exagerados con el aparente propósito de llegar a ningún lugar demasiado rápido.
Pero el peor pecado que comete y que HTGAWM recoge a su paso, es la falta de decisión del guion para pintar a ambos grupos de abogados como lo que son, una paleta entera de grises: ni buenos, ni malos. Sin embargo, es como si todo el tiempo se intentara justificar su accionar cuando andan al filo de lo legal o de lo moral (como se justifica a Olivia Pope y su romance con el Presidente, Fitzgerald Grant, pintando de mala a la Primera Dama). Tanto en una serie como en la otra, dos personajes que podrían representar buenas anti-heroínas se ven disminuidas en su potencial.
Por sobre todas las cosas, no puede objetarse en ninguno de los dos casos que no se hayan tomado todas las medidas necesarias para hacer un buen despliegue televisivo al servicio de crear de esos placeres culposos que nos invitan a quedarnos por tres o cuatro capítulos en una tarde lluviosa.
Y si bien las actuaciones no son para aplaudir de pie (y ciertamente se vuelven un poco pretenciosas, haciendo alarde de los nombres de las actrices), no tienen su peso en el talento en sí mismo, sino que el gran secreto está en el absoluto e indiscutible sentido social de tener como protagonistas en roles poderosísimos a dos mujeres como Washington y Davis.