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El final de True Blood, la última mordida

Por Josefina Chalde

Y un día los vampiros dijeron adiós. Tras siete años en la pantalla de HBO, la serie creada por Alan Ball (Six Feet Under) encontró su true death el domingo 24 de agosto.

Caracterizada por sus altas dosis de violencia, sangre, sexo y fantasía, True Blood se convirtió para muchos en una serie de culto. Pero más allá del fanatismo y la histeria que la serie generó con el correr de las temporadas, sería injusto decir que fue un trabajo brillante. Nada más lejos.

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La primera temporada, allá por el 2008, sembró las expectativas de críticos y espectadores, prometiendo un show pocas veces vistos en la TV. Pero como suele pasar con series de este estilo, las cosas no siempre funcionaron tan bien como prometían. La irregularidad fue la característica no buscada de una serie que tuvo altos y bajos, momentos brillantes y otros para el olvido. Y esta séptima temporada, la última, no fue la excepción.

Los guionistas del show dejaron en claro que todos los personajes debían tener un cierre, incluso aquellos por los que no podíamos interesarnos menos (Lettie Mae, really?). Conversaciones sin sentido, flashbacks innecesarios, subtramas tiradas de los pelos, fueron algunas de las fallas que pudimos detectar en este último mordisco de la serie.

Como si fuera poco, el destino de Sookie y Bill se volvió incierto. Hay que recordar que la serie está basada en los libros de Charlaine Harris, Sookie Stackhouse: Southern Vampire Mysteries, y aunque muchas cosas de la historia fueron modificadas, otras se mantuvieron. Los que no leímos la saga, no teníamos idea lo que podía suceder.

Llegados a la mitad de la última temporada, todo indicaba que Bill y Sookie vivirían «felices por siempre». O al menos esa parecía ser la intención de los escritores, que se las ingeniaron para acercar a los personajes, que durante varias temporadas estuvieron muy separados. Sin embargo, en los últimos dos capítulos, los escritores jugaron unas cartas que nadie (al menos los no lectores) tenía en mente, y cambiaron el rumbo de las cosas.

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Bill rechazó la cura a su enfermedad y en el final encontró la muerte verdadera a manos de su amada Sookie, en una escena que seguramente será recordada porque fue una verdadera oda a los vampiros: un cementerio, un ataúd, y una estaca fue todo lo que necesitaron para hacer de ese momento uno de los más impactantes y emotivos de toda la serie.

Cada temporada tuvo un conflicto central alrededor del cual se movieron todas las subtramas de los personajes. Tuvimos la aparición de hombres lobos y cambiaformas; la intervención de la Iglesia; la religión vampírica; la persecución del gobierno con cárcel incluida, y la hepatitis V arrasadora. Sookie se dio el gusto de pasar por los brazos de todos los personajes masculinos de turno, pero la realidad es que su hombre era Bill, por lo que esta última temporada debía focalizar sí o sí en su relación.

El último capítulo de True Blood fue para muchos (y me incluyo) decepcionante. Incluso sabiendo que la serie ya no daba para más, creíamos que Alan Ball y compañía nos tenían reservados un final digno de lo que este show fue en algún momento.

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Lamentablemente no fue el mejor cierre y un sabor agridulce nos quedó a los fans de esta historia, que ahora solo podemos rememorar esos momentos que nos “volaron la cabeza” y nos hicieron amar a estos vampiros, pese a todo.

Acompañamos a Eric y Pam (dos de los personajes más atractivos de toda la serie) y los vimos meterse en un sinfín de problemas, siempre con actitud bad ass. Seguimos la historia de Jessica desde su transformación, su relación paternal con Bill, sus amoríos con Hoyt y Jason, y ese crimen que le cambió la vida.

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Vimos a Tara morir, renacer, transformarse en algo que detestaba y morir definitivamente; y a Sam adoptar distintas caras para salvar la vida de sus seres queridos una y otra vez.

Fuimos testigos de cómo Bill se volvió héroe y villano, padre, esposo, soldado; y la seguimos a Sookie, la half fairy telépata que tuvo que comprender qué era y el mundo en el que vivía, donde vampiros, hombres lobos y cambia formas eran parte del juego. La vimos enamorarse, desenamorarse, sufrir, perder, y encontrar la ¿felicidad? que parecía imposible.

¿Nos hubiera gustado cambiar ciertas cosas? Sí, pero eso ya es historia. La realidad es que nos mantuvimos fieles a True Blood semana a semana a pesar de los errores, y por eso no tengo dudas que cuando cada domingo pongamos HBO y no escuchemos “Bad Things”, la vamos a extrañar. Goodbye queridos vampiros, descansen en paz.

Josefina Chalde

Estudiante de Cine. Amante de la música internacional. Un buen libro, un buen disco y una buena película es todo lo que necesita. Londres es su lugar en el mundo.