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The Last Ship: el barco se hundió hace rato

Por Victoria Barberis

Quizás en el mundo no haya nada más americano que la idea de salvar el mundo de cualquier peligro que lo azore. El heroísmo de cotillón, los clichés, los efectos visuales que buscan distraer la mirada de un guion más o menos escueto, son elementos que nos hacen olvidar que se puede hacer televisión de calidad con muy poco, sin caer en americanismos y en la más que trillada idea de que algún Capitán América podrá rescatarnos de cualquier peligro. Ya sean misiles enemigos, terrorismo o – como se ha puesto muy de moda últimamente- la posibilidad de que un desconocido virus nos mate a todos de una forma horrenda sin siquiera dejarnos pestañar, siempre podemos contar con que alguna fracción del ejército estadounidense estará ahí para salvar el día.

Pero ojalá fuera solo eso. Aunque los espectadores nos indignemos con la falta de creatividad que expone la reiterada explotación de estos recursos, es cierto que la sabemos dejar pasar cuando una historia nos inunda de intriga, cuando es un giro menos predecible o cuando simplemente nos da algo sensacional. En su momento, ¿quién no estaba dispuesto a olvidar las fallas menores de Lost? ¿Quién no se enamora de una True Detective aunque su género se haya escrito mil veces? Nunca se puede ser cien por ciento original; si el amor imposible ya se ha inventado, si los fragmentos de buena acción desencadenada nos siguen atrapando, si los detectives y el misterio profundo han estado aquí desde antes de que naciéramos. No se trata de eso. Se trata de que podamos ver algo más: una pequeña vuelta de tuerca que nadie espera, una ficción que nos atrape con elementos de emocionalidad palpable y nunca (tan) predecible.

The Last Ship no nos da casi nada. Nada nuevo, al menos. Y más allá del uso y abuso del patriotismo y del sentimentalismo norteamericano, lo que no podemos admitir es que volvamos a caer una vez más en las garras de otra historia post-apocalíptica. La televisión siempre tiene sus tendencias, que se van repitiendo y renovando hasta el avistamiento de una nueva temática de la cual se pueda sacar jugo. Hace tiempo que no abandonamos la idea del mundo en crisis y de los espeluznantes finales adornados con símbolos de salvación (claro está el panorama global de donde sacamos estas imágenes de virus asesinos y un mundo en constante peligro, pero ésa es materia de otro análisis).

Y en este caso, la serie dirigida por Michael Bay (Bad Boys, Pearl Harbour, Transformers), no es más que todo eso que ya vimos hasta el hartazgo, que tomó varios elementos de las clásicas aventuras de arrojo hollywoodense. Una historia que se viene contando hace rato y que comenzó con el pecho inflado de lealtad por un país, derivó en ataques de zombies, incluyó la idea de supervivencia y conflicto social para así seguir reproduciéndose hasta devenir en “virus asesino artificialmente alterado que amenaza la vida del hombre en la Tierra”.

En este caso, la primera escena comienza advirtiéndonos sobre un virus letal que acecha al planeta desde algún rincón de África. Y pasa muy poco tiempo hasta que los personajes deciden contar –con una frialdad asombrosa- que ése virus se ha convertido en una pandemia, diezmando a la población del planeta en menos de cuatro meses. Durante este tiempo, un buque de la marina de Estados Unidos ha estado alejado de esta tragedia y de todo tipo de noticias al respecto. Entonces, llegará el momento de afrontar que ahora forman parte de la minúscula porción de humanidad que ha logrado sobrevivir.

Así también nos enteramos de que la doctora Rachel Scott (Rhona Mitra) era la verdadera protagonista de la misión que tenía ése último barco, y que en realidad, es una enviada del Pentágono a una misión secreta para investigar esta extraña enfermedad y así poder hallar una vacuna. Claro que, en el medio de tanta desdicha (y de la sorpresiva liviandad con la que corre la noticia entre los tripulantes del barco), asoma el capitán Tom Chandler (Eric Dane), un héroe hecho a medida, justo, noble, patriota y norteamericano en todas sus formas. Aparecerán, como es de esperarse, otros conflictos derivados de un universo azotado por una situación extrema: los gobiernos han caído, muchas de los líderes mundiales han muerto y las instituciones en todas sus formas se han desintegrado. De ahora en adelante, nada ni nadie será lo que solía ser.

Este no es un tema para nada liviano. Comenzar a contar una historia donde se explora al hombre intentando sobrevivir y volviendo a los más básicos impulsos naturales, requiere de un profundo pensamiento a la hora de elaborar un guion con algo más que efectos visuales. Lamentablemente, el punto más débil de esta serie está ahí: en un guion pobre que no piensa en las grandes posibilidades del contexto propuesto, sino que solamente se enfoca en lograr algo impactante a simple vista. Puede que este sea el único costado más delgado de The Last Ship, pero justamente se trata del más importante de todos. Los diálogos son elementales y a veces cuesta identificar si se trata de un problema de performance actoral o de libreto. Cuando el Primer Oficial confiesa con expresión de serenidad “mi hijo ha muerto”, falta todo lo que a un buen libro nunca debe faltarle. Y la cuestión está en que nosotros, del otro lado de la pantalla, no sentimos ni la más mínima empatía.

The Last Ship está basada en la novela homónima de William Brinkley, y aunque parezca una historia relativamente nueva, se trata de un recurso que ha sido utilizado en muchas producciones para cine y televisión

Sin embargo, esta apuesta de TNT ha tenido una fuerte promoción previa a su estreno, lo que generó una gran expectativa desde antes de su inicio. Esto le dio un enorme impulso al episodio piloto (además, claro, de los nombres que ostenta la cartelera), convirtiéndolo en uno de los estrenos más vistos del año 2014. Se trata de una fórmula que da resultado, más allá de que se le puedan objetar miles de defectos. Este es el estilo de Michael Bay, que tiene como premisa la exquisitez del efecto, el trabajo en lo estético y por sobre todo, unos exteriores magníficos que serían la envidia de cualquier gran película.

Tal vez sí, entonces, The Last Ship sería una buena idea para un filme de esos que nos distraen con un poco de fuego, efectos y banderitas estadounidenses. Funciona hasta ahí, hasta que nos empezamos a cansar del patriotismo, de los salvadores del gran Norte, hasta que nos hacen ruido los personajes sin carisma, sin historias interesantes y con romances predecibles. El encanto dura muy poco y luego, ellos solos nos convencen de que más que ciencia-ficción, estamos ante un surrealismo que se queda corto en algunas partes claves. O puede que, pensándolo bien, esta sea una excelente producción, solo que la época de los buenos apocalipsis ya pasó hace rato.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.