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Extraño pero fascinante es perderse en otro país: en sus calles, en sus barrios, en toda una ciudad. Abrir el mapa de un lugar desconocido y no saber ni dónde se está ubicado es una sensación bella, hasta inspiradora. En esa confusión reina la aventura y la satisfacción de estar libre. Así se puede interpretar el cine de Hong Sang-Soo, y en especial, esta película. En otro país se encuentra ubicada en el lugar de siempre en los relatos de este director pero su protagonista es una extranjera. Isabelle Huppert es uno, dos o tres personajes, que tiene distintas aventuras en sus múltiples llegadas a una misma ciudad costera de Corea del Sur.
Como es usual en el cine de Hong, los caminos se bifurcan, dan vueltas sobre si mismos. Los personajes son partícipes de un desconcierto general, en especial, la protagonista de la historia. En el film abundan las situaciones inentendibles que parecen ser parte de una mirada extranjera sobre la llegada a un lugar ajeno. Huppert interpreta a tres personajes salidos de la mente de una joven que escribe estas historias. Sin embargo, En otro país no se limita a ser una película de capítulos, sino en ser una irregular estructura de narración. Los personajes se repiten al igual que los objetos (en este sentido, el paraguas del final funciona como el nexo definitivo entre todas las historias) y las situaciones.
Como si se pudiese estirar un mismo concepto hasta el infinito, el realizador parece entender el cine (y el arte en general) como algo elástico. En un momento de En otro país, uno de los personajes interpretados por Huppert está viendo un faro en la playa. De repente, aparece su amante y la sorprende; ella feliz, lo saluda y lo besa. Sin embargo, eso no forma parte de la realidad. Tampoco es un sueño. Es una probabilidad que se encuentra ahí, presente, lista para ser utilizada. Este es un cine abierto a las posibilidades, que deambula antes que caminar, siempre esperando que las sorpresas de la creatividad de su director aparezcan a su alrededor.
Es mágica la forma en la que Hong deposita a sus criaturas y las hace interactuar. Ellas están ahí, sin un pasado, un presente inestable y un futuro incierto. Son lo que se observa: seres perdidos, dando vueltas, víctimas de situaciones y lugares que se reiteran. Si el cineasta es uno de los más interesantes que dio el cine en los últimos quince años es porque su mismo concepto nunca parece agotarse. Por el contrario, y aunque suene contradictorio, lo más admirable en Hong es la manera que lo ya visto se vuelve -de nuevo- sorprendente.
En otro país suma, además, a una figura clave en el cine actual. Hay algo encantador en Isabelle Huppert. Véanla caminar y mover las manos como lo hace, casi con una naturalidad propia de aquellos ídolos -en el arte, en el deporte también- que hace parecer todo tan fácil. En una escena, Huppert sube hacia la habitación en un apart hotel y sus manos juegan con la baranda de la escalera, como si fuese un niño. Posiblemente esta ligereza impacte suavemente en el resultado total de su actuación. Sino observar como se divierte caminando, holgazaneando por esas calles costeras. Mostrando, en definitiva, lo hermoso que es estar perdido.
El problema de esta película -y lo que impide que sea una obra maestra como, por ejemplo, The day he arrives– es su liviandad. En otro país es una bella y suave experiencia, que durante noventa minutos consigue trasladar al espectador adonde Hong quiere. Sin embargo, cuando las luces se encienden, uno sale expulsado rápida y brutalmente, como si nos despertásemos de un sueño. Y la vida sigue. Es muy probable que En otro país no cambie la vida de nadie aunque tampoco es su objetivo. Es pedir una ensalada, sabiendo que cuando la terminemos de comer, nada habrá cambiado. Problemas de lo ligero.