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Daniel, un joven que cumple una condena en un reformatorio por crímenes pasados tiene un despertar espiritual. Le gustaría ingresar en un seminario, pero sus antecedentes penales se lo impiden. En cambio, es enviado a un pueblo para trabajar en un aserradero bajo el régimen de libertad condicional. En el pequeño poblado las circunstancias lo llevarán a presentarse como el nuevo sacerdote del lugar lo que provocará un cambio en su vida, al descubrir su poder para llegar a la gente. Semejante argumento podría haberse transformado en una empalagosa historia de redención con el protagonista al final encaramado en un pedestal. En manos del director polaco Jan Komasa, la obra pétrea y por momentos de una violencia gráfica brutal, es una herramienta para criticar a las instituciones religiosas, al poder político y analizar la insatisfacción de la juventud con el status-quo. Las buenas acciones no siempre llevan a un buen desenlace.
La Iglesia Católica de Komasa es una congregación que no acoge realmente y que, a pesar de predicar el perdón, no perdona. Es un catolicismo popular, de provincia, donde prevalecen las formas en el que la figura del sacerdote cobra una importancia singular. Cuestiona las viejas maneras de ejercer el culto con rituales fríos e impersonales, lo que lleva a la pequeña comunidad a aceptar al joven cura irreverente por sus compromisos genuinos, una caja de resonancias de los problemas que aquejan a los feligreses.
El director aprovecha para examinar otros temas como las estructuras sociales, la lucha de clases, el desprecio hacia los marginados, los peligros de una mala dirección de la energía masculina y las dinámicas de los pequeños grupos. A su vez, cuestiona los males de las sociedades encerradas en sí mismas como la hipocresía, la discriminación, el ostracismo y las apariencias. No se trata de confrontar a buenos y malos. Es más bien un ámbito para profundizar en el perdón, las culpas, el pecado y lo que el odio puede provocar en un entorno donde rige una religión detenida en el tiempo y al servicio del poder.
Daniel, el protagonista, un joven problemático que descubre su vocación tras las rejas, es un personaje complejo con muchas capas y contradicciones. Recorre varios extremos: desde la furia a la piedad, del desencanto a la satisfacción, del desenfreno al sosiego. Su presencia carismática produce una alteración en la diminuta colectividad aquejada y dividida por un hecho reciente. Sus métodos no son los tradicionales, pero les habla a los pobladores de manera sencilla con su corazón, con las palabras justas a tono con sus padecimientos. En su nuevo rol descubre secretos, corrupción y en cubrimientos, toma iniciativas impopulares mientras se rodea de aliados y enemigos.
Corpus Christi abre un sinnúmero de interrogantes como el alcance del perdón, el significado de la fe, la pureza del que guía a otros en el camino correcto. En definitiva, si el hábito hace o no hace al monje. Un excelente trabajo del director de Varsovia 1944, que llegó a competir por el Oscar al mejor film extranjero del año pasado, ceremonia que fue eclipsada por Parásitos (Bong Joon Ho – 2019).