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Héroes Malditos

Por María Rosa Beltramo

Mickey palmea a Bunchy y le recuerda un viejo chiste sobre la eficacia de la llave Nelson y la conveniencia de no darle la espalda al Padre Nelson. Se ríe a carcajadas del juego de palabras y del doble sentido. Son apenas segundos  de una charla que parece intrascendente, de no ser porque el que habla se dirige a su hijo, un  muchacho que pasa de los 30 y que, cuando niño, fue abusado por un sacerdote. Y su padre siempre lo supo; hace más de 20 años cuando ocurrió, ahora que elige bromear sobre un cura violador y también en el momento en que Bunchy decidió ahogar las penas en whisky y se deslizó hacia un mundo de pesadilla del que no logra salir.

Magistralmente interpretado por Jon Voight, Mickey Donovan es el  recién liberado  jefe de un clan que abandonó un barrio pobre de irlandeses en Boston para buscar nuevas oportunidades en la espléndida  y cinematográfica Los Ángeles, en una serie escrita por Ann Biderman que, promediando la primera de las cuatro temporadas puede atrapar a cualquiera, si el espectador es capaz de vencer el desagrado de chapotear entre tanta porquería.

El argumento es atractivo. Ray Donovan (Liev Schreiber) es el empleado todo terreno del estudio de abogados Goldman & Drexler, con una clientela de millonarios y famosos a los que es preciso solucionarles todo tipo de problemas, en tiempo récord y  sin hacer preguntas. Ese es uno de los niveles por los que circula el interés del espectador; el otro, que rivaliza en atractivo, pasa por la relación entre los Donovan, una familia de un padre y sus cuatro hijos, cargada de tensiones y atravesada por tragedias añejas y novedosas que se superponen formando una suerte de caparazón, debajo del cual, se supone, se encuentra la materia sensible.

Especie de etapa superadora de la ya vieja moda del antihéroe, la ausencia de buenos implica no sólo un problema para un sector de la audiencia que siempre espera ver aparecer al muchachito de la película precedido del sonido triunfal de trompetas y clarines, sino también para los escritores  que tienen que batallar contra la falta de límites.

Y eso, lejos de constituir una ventaja, complica la creación de personajes creíbles además de someter al argumento a toda clase de vaivenes. Como  esos técnicos a los que a veces se acude en tiempos de desesperación, pero que nadie respeta, la ética resultadista signa la historia y la salpica.

Los héroes pueden tener menos fuerza e inteligencia que los malos, padecer la incomprensión de la justicia y hasta transitar senderos opuestos a los de la ley, pero siempre termina salvándolos la ética. Ray es capaz de hacer cualquier cosa aunque es cierto que, en comparación con su padre, alguien puede confundirlo durante parte de un capítulo con uno de los buenos.

La serie que exhibió HBO y está disponible en Netflix es de las concebidas para una generación que se supone desencantada y que admira el pragmatismo y la practicidad. Liev Schreiber compone un personaje que habla poco, piensa rápido y, en ocasiones, se asemeja a un cow boy de esos capaces de trasegar whisky como si fuera agua y que solo se bajan de su cabalgadura-en este caso una tropilla porque le gusta conducir un Mercedes-Benz CLS-para recuperar un rehén, quebrarle los dedos a un acosador y cambiarse una colección interminable de camisas blancas, habitualmente salpicadas de sangre ajena.

Los hermanos Donovan se quieren y ese sentimiento es quizá la única fuente de redención en un entramado de relaciones que, a menudo, parecen tener origen en el  amor pero casi siempre se revelan como producto de la necesidad, de la conveniencia o de la equivocación. Con el padre, la historia se complica porque tres de los hijos disfrutan de su retorno después de un largo tiempo en prisión y el cuarto, Ray- el corazón de una familia con el  alma rota- solo ha acumulado motivos para odiarlo.

Jon Voigth obtuvo un Globo de Oro como mejor actor de reparto y fue nominado para un Emmy. Su labor empalidece la de un reparto excepcional. Mickey es, en ocasiones, un encantador de serpientes y, en otras, mete miedo. Tiene una inagotable capacidad para emponzoñar todo lo que toca y aunque por un momento parezca encantador, terminará siendo brutal nueve de cada  diez veces, tanto si se mete con un proxeneta para robarle las pupilas como si decide festejar con toda la pompa los 14 años del nieto.

Sin más ley que la propia, Donovan padre es capaz de sumergir en el cenagoso universo del delito a un hijo recién salido de la adolescencia o de burlarse del que siempre está en carne viva porque no consigue superar la oscura historia de su infancia, pero también puede iluminarle la mirada un ramalazo de orgullo si descubre en los suyos algunos de esos gestos que para su retorcida y particular lógica, demuestran que  los muchachos son sangre de su sangre.

De a poco, el espectador que empezó mirando con disgusto ese mundo de gente dura y desangelada, se descubre siguiendo cada vez con mayor interés el curso de unas vidas erráticas, confusas, peligrosas…y cruzando los dedos para que consigan algo de paz . Y si hay que matizar la espera, está de telón de fondo el esplendor de Los Ángeles, sus casas cinematográficas, sus sencillas palmeras bordeando las interminables autopistas y, lanzado por alguna de ellas, ignorando cuál será su destino, el Mercedes de Ray.

María Rosa Beltramo

Periodista, trabajo en Cadena 3 y escribo un blog que se llama "Maravillas de este siglo".