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Ida, una road movie en la fría Polonia

Por Felipe Restrepo

Ida es una hermosa película filmada en blanco y negro sobre una novicia huérfana llamada Anna, que vive en un frío y nevado convento polaco en la década del sesenta. Anna, que se encuentra próxima a tomar sus votos religiosos, un día se entera que su única familiar es una tía a la que nunca ha visto y de nombre Wanda, una antigua y prestigiosa jueza que ahora vive su retiro inmersa en el alcohol y en la melancolía. La tía le revela a Anna sus orígenes judíos y le confiesa que sus padres realmente fueron asesinados durante la ocupación nazi. A través de Wanda, Anna también conoce su verdadero nombre: Ida.

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Una vez la protagonista conoce su pasado, las dos mujeres inician una búsqueda exhaustiva para hallar la tumba de los padres de Ida. Muy al estilo de una road movie, ambos personajes femeninos se van transformando lentamente en la medida en que se internan por parajes inhóspitos y crean nuevos vínculos, principalmente, con un joven saxofonista de jazz. Tía y sobrina van reconociéndose y también reformulando su visión del mundo: Wanda, exorcizando sus recuerdos de vida, e Ida, replanteando su fe.

La película dirigida por el director polaco Pawel Pawlikowski fue la ganadora del Oscar a la mejor película extranjera en la pasada entrega de los premios de la Academia. Al margen del premio recibido y de los otros tantos que recibió, la película tiene razones de sobra para ser considerada como una gran pieza cinematográfica. Cada uno de los aspectos que la componen tiene el tiempo y la medida precisa para que todo tenga un destacado equilibrio. Con lo anterior no digo que no es válida la desproporción en la obra artística, sino que en el caso de Ida todo ocupa un lugar exacto y en sus justas proporciones.

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Las actuaciones de las dos protagonistas son realmente extraordinarias. La actriz que hace de Wanda (Agata Kulesza), se destaca en su personaje de mujer recia pero nostálgica que va en busca vanamente de un amor todas las noches. Por otro lado, el personaje de Ida (Agata Trzebuchowska) que no desentona ni un segundo en su rol de novicia, posee al mismo tiempo una cuestión frágil pero extremadamente hermosa, sufrida y misteriosa. Tiene, según Bela Bàlász, una belleza del sufrimiento. Lo anterior, apoyado en diálogos escuetos que se centran más en sensaciones y pensamientos que en simplemente transmitir un dato.

La fotografía posee un elevado esteticismo. La composición en cada plano revela un excesivo cuidado por la imagen, en donde cada elemento que lo integra tiene un alto grado de significación. Casi todos los encuadres de la película tienen una gran porción de aire en la parte superior como para dar la sensación de una constante presencia de un ser omnisciente y omnipresente: Dios. Los grandes planos generales, en los que se ve a los personajes rodeados de una intensa niebla refuerzan aún más la situación celestial y mística que envuelve a Ida.

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La elección del blanco y negro aparte de ayudar a sublimar la imagen también ayudó a estilizar las actuaciones y los gestos de los actores. Desde lo conceptual, el uso del blanco y negro está asociado a esta relación dual entre lo celestial y lo terreno y también a la situación casi plana y triste que se vive detrás de los muros del convento. Es como si los colores aún no hubieran llegado a la vida de Ida. En la medida en que nos alejamos del convento todo parece adquirir un poco más de textura pero sin llegar nunca a salirnos del blanco y negro predominante. ¿Tendrá también eso una justificación narrativa?

La película está en un formato de proyección 4:3 alejándose del formato tradicional contemporáneo (16:9) que es  más panorámico. El formato 4:3 es más angosto y recuerda a las primeras películas del cine. Este formato de proyección lentamente se ha ido nuevamente instaurando, hace unos años en la película El artista y recientemente en el último largometraje de Lisandro Alonso: Jauja.

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Por momentos la película recuerda la obra de otros cineastas como Ingmar Bergman, por su cercanía con temas vinculados a la fe, o Krzysztof Kieslowski, por la estética y el manejo del tiempo. De este último no en vano Pawel Pawlikowski es coterráneo. Sin duda hay aspectos que te hacen tener una estética especial por pertenecer o nacer en un lugar específico. Un director latinoamericano tiene una sensibilidad distinta a un director escandinavo o japonés para tratar determinados temas y viceversa.

Ida definitivamente es una grata invitación a contemplar el poder visual del cine, mientras de fondo se va contando una sencilla pero sólida historia de una joven y bella novicia que se enfrenta a una mundanidad que le hace replantear su fe ¿o tal vez es un tránsito para reafirmarla? Una pieza que podrá ser resignificada y nuevamente contemplada con el paso del tiempo.

Felipe Restrepo

Su papá le incentivo el amor por el cine llevándolo a ver películas para mayores de 13 años cuando él aún era un niño. Productor y director audiovisual independiente.