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La otra serie: el indiscutible relato de Mad Men

Por Victoria Barberis

Dicen que en Mad Men no pasa nada. Dicen que es la serie sobre nada. Y dicen también, sin embargo, que es deliciosamente atrapante. Pasan muchas cosas cuando vemos Mad Men: pasan las comparaciones con las otras series que pueden decir que tienen una trama convencional, pasa que nos preguntamos (sobre todo aquellos que han llegado tarde y van varios capítulos atrás), de qué va esta historia que parece no tener nunca un cierre concreto. Cuando vemos Mad Men pasa que no nos damos cuenta de la ausencia de estructura, sino que simplemente, nos resulta fascinante.

Una indiscutible obra de arte para muchos, un culebrón con ínfulas de superproducción para otros. Así de complejo es el mundo de Don Draper dentro y fuera de la pantalla. Será que ésa es la idea de su creador, Matthew Weiner: no arrojar pistas al vacío, no dar todo cocinado a un televidente que está bastante acostumbrado a consumir productos donde es más probable que el futuro se vea venir. Lo que pasa cuando vemos Mad Men es que no nos damos cuenta de que estamos viendo mucho más que una serie, sino que estamos viendo contracultura, allá en la pantalla y aquí en nuestro living, mientras nos sentamos a compartir con la gente de Avenida Madison algún trago y un cigarrillo.

Porque cuando vemos este drama de AMC no vemos nada y vemos mucho, y en lo profundo, advertimos la vida de un hombre y de su verdadera identidad. Estamos ante una ficción que tiene bastante de realidad, por estar ambientada en los oscuros pasillos de la historia no muy lejana de los años sesenta, y por mostrarnos un relato de miedos, de compromisos fallidos, de éxitos efímeros y de soledad absoluta. Veamos si no, la vida de Peggy Olson (Elisabeth Moss), de Betty (January Jones) y de Don Draper (Jon Hamm). Es que Mad Men es en el fondo una historia sobre la identidad.

Todos aquellos que digan que aquí no pasa nada, que los capítulos transcurren lentos (aunque hacia las últimas temporadas el guion se las arregle para introducir un ritmo excelente), pueden tener algo de razón. Es que no es fácil ver una serie donde no hay brutales escenas de misterio, donde nadie muere asesinado de la manera más cruel y donde no existe la impía impaciencia de saber qué va a pasar. Quizás por eso a su creador le tomó años poder vender este guion, que es más arriesgado que aquellos que se apoyan en el efectismo vibrante para hacerse notar.

Si nos animamos a ir un poco más allá, sabremos que estamos ante un producto que no es para cualquiera, que no es simple y que no corresponde con la cultura contemporánea del poco pensar. Cuando examinamos de cerca todas las temporadas, vemos que en realidad es un relato profundo que sabe equilibrar la valoración de la belleza y la juventud con la añoranza de todo aquello que alguna vez fue, el amor con el desamor, el matrimonio con el miedo al compromiso y al fracaso, el desasosiego, el narcisismo y el temor a estar solo para siempre.

Más allá de ser uno de esos dramas que nos encanta comentar en grupos y analizar, más allá de que sea uno de esos productos que sirven para satisfacer nuestras ansias de hacer de cuenta que sabemos demasiado y que podemos interpretarlo todo de la manera más inteligente, estamos ante una historia que sabe marcar la diferencia en una época que no se anima a dar un paso más allá. Podemos objetarle que el guion está demasiado prendado de sí mismo, y que en algún ocasional descuido, los personajes encuentran una manera de demostrarnos que son lo opuesto a aquello que critican (por momentos, se pretende hacer una crítica a una sociedad sexista y cerrada, para terminar convirtiéndose en un cast que está profundamente enamorado de ello).

Pero todo aquello que tenemos que entender no está en lo estrictamente visual ni en los diálogos. Lo relevante de esta serie está en el subtexto, en lo que no se dice. Por eso se argumenta que en Mad Men no pasa nada; porque estamos demasiado acostumbrados a productos culturales que no invitan a ir un poco más allá. Si no nos resaltan el argumento de modo explícito, entonces no entendemos nada. Por eso en nuestras sociedades prosperan las tramas simples, los artistas acartonados, los culebrones anquilosados y predecibles, y todo aquello que nos libre de pensar, de criticar, de ir más allá.

Mad Men ha sabido tratar tan bien el machismo-feminismo, que en algunos episodios vemos con ojos incrédulos a los hombres, dueños del mundo y del poder, llevar matrimonios destrozados, ser infieles y apropiarse de todo a su paso con la más absoluta impunidad. Pero también hemos podido ver cómo la serie se vuelve sobre las mujeres a medida que avanza, e intenta reflejar el ascenso de los personajes femeninos, a la vez que ilustra –sobre todo en Peggy– a la mujer que lucha y asciende con los más variados métodos y el debate entre el crecimiento profesional y el desarrollo personal.

Aquí también se hace un relato exhaustivo sobre la presencia del alcohol y del tabaco en todos los ámbitos sociales y laborales, como un bálsamo que sanaba y envenenaba a una sociedad que aún tenía mucho por aprender. Lo interesante es ver que los escritores no han tenido pudor en este y en muchos otros temas que componen el relato de una manera más crítica de lo que parece a simple vista. La búsqueda de la felicidad y la anestesia para la infelicidad: esa es la mejor trama posible para cualquier serie, porque es la que a la larga enamora, porque es la que cualquiera de nosotros vive cada día.

Don Draper es uno de nuestros más amados anti-héroes, porque es muy inusual encontrar un personaje tan solitario, triste y controvertido, de esos a los que les auguramos felicidad por momentos y en otras situaciones, simplemente queremos ver sufrir como se merecería un imbécil de esa talla. Mientras tanto, se relata la caída del hombre y el ascenso de la mujer. A puertas cerradas, sin que nadie explique nada.

En Mad Men no pasa nada. Todo es silencio. Dicen que está escrita en miradas y en gestos. Dicen que no habla de nada, que no profundiza ni se extiende sobre algo en concreto. Pero sí. Porque la elegancia es esencialmente para ser vista y disfrutada, no para que la expliquen. Dicen que no es para todo el mundo. Y no lo es. Mejor. ¿Qué hará entonces toda ésa gente que no ve Mad Men?

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.