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Un intenso y sensible documental que se interna en el trabajo de uno de los fotógrafos contemporáneos más importantes, el brasilero Sebastião Salgado. Un artista que evidencia a través de sus fotografías en blanco y negro la brutalidad del ser humano para golpear al espectador y movilizarlo. Crueldad, que como bien dice Sebastião en la película, no es monopolio de personas marginales sino de toda la raza humana.
El documental es dirigido por el director alemán Win Wenders y por el hijo de Sebastião, Juliano Riveiro Salgado, quienes nos introducen hipnóticamente en el lúgubre mundo que el artista ha capturado con su cámara a lo largo de los años.
Para sumergirnos en el universo del fotógrafo, las primeras fotografías que nos muestran son de Sierra Pelada (1986), una gigantesca mina de oro en el norte del Brasil. Las inquietantes fotografías de miles de personas extrayendo oro en un inmenso hoyo negro se asemejan a imágenes que pueden provenir del infierno de Dante en la Divina Comedia o del tríptico El Jardín de las delicias de El Bosco.
Wenders enuncia lo inquietante del arte de Sebastião y explica la urgencia que tuvo de indagar en él. Quizá su interés está influenciado por la semejanza que encontró entre la estética del fotógrafo y el expresionismo de su Alemania natal, vanguardia en la que predomina el claroscuro, la intensidad en los rostros humanos y el enrarecimiento de la realidad para expresar de manera contundente la visión interna del artista. Todos esos elementos inmersos en el arte de Sebastião Salgado.
Mientras que la razón de Juliano Riveiro Salgado por aventurarse a hacer un documental sobre su padre estuvo dada por la necesidad de descubrir quién era realmente ese hombre que cuando era niño abandonaba su casa durante largas temporadas para volver con miles y miles de fotos. Y también para identificar cómo es el paciente y persistente proceso que lleva adelante su padre cada vez que dispara su cámara.
En la medida en que avanza la película la figura de los directores se va desvaneciendo para dejar a Sebastião monologar sobre su trabajo, mientras algunas de sus fotografías se proyectan sobre su rostro. Sebastião nos va develando las razones y la necesidad por la cual se interna en esos mundos: conocer el lado más oscuro de la condición humana.
Para el fotógrafo, el ser humano es el más feroz de los animales: un animal que al igual que la sal tiene la capacidad de devastar todo lo que encuentra a su paso.
Tan profunda fue la inmersión de Sebastião en ese lado oscuro que al final se enfermó del alma. En uno de sus viajes para registrar el conflicto entre Hutus y Tutsis en Ruanda, a mediados de los noventa, abandonó su cámara y lloró inconsolablemente cuando se enfrentó a imágenes que nunca sospechó presenciar: miles de personas que morían por inanición internadas en las selvas del Congo.
La tristeza que invade a Sebastião es extensiva al espectador. Las fotográficas retumban incesantemente en nuestra cabeza y nos cuestionan sobre la indiferencia humana y sobre aquellos que no tuvieron la fortuna de tener una mísera lápida después de su muerte.
Los más escépticos criticarán su trabajo por aprovecharse de la miseria humana, pero sin duda que su obra, al igual que la de otros grandes artistas, se vale de esa miseria para herir al espectador y cuestionarlo. Tal vez si esa cámara no hubiera estado ahí nuestra apatía sería mayor. ¿Acaso si no fuera por los instantes capturados por miles de fotógrafos con sus cámaras podríamos habernos enterado de las barbaries cometidas en Auschwitz o del genocidio armenio o de las hambrunas en el África? Tal vez no.
Las atrocidades del ser humano a lo largo de la historia (una historia de guerras) deben ser puestas al servicio del espectador para sacarlo de su zona de confort y transformarlo; para que deje de ignorar la desigualdad que viven millares de personas alrededor del mundo, bien sea, por la perversidad de nuestros gobernantes o por la opresión de los más poderosos. Como bien dijo una vez Bertolt Brecht: El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para golpearla. Sebastião Salgado no utiliza su arte para hacer un pasivo reflejo de la realidad sino que lo utiliza para que el espectador viva una experiencia transformadora, sin importar si esa experiencia es dolorosa.
Un documental muy recomendado que avivará los estados emocionales y que tiene como complemento un excelente trabajo de imagen con bellísimos planos generales. Una película que nos sumergirá lentamente en lo más recóndito de nuestro ser para producir un revoltijo de sensaciones y también para cuestionar nuestra mirada sobre el mundo y nuestros semejantes.