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“Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.” (Jorge Luis Borges, Sobre el Doblaje)
La anécdota como cuento de terror
Corría el año 2007 y mi entusiasmo me llevó con una inercia furibunda a uno de los cines notables de la calle Lavalle. Mi meta era ver la tan esperada remake de la gran película Hairspray, de John Waters. Quería sentir la locura cantada en Baltimore –lugar donde transcurre la película- con las voces originales de sus actores, escuchar el legendario tema You can’t stop the beat en inglés o reír con las fingida vos fémina del impecable John Travolta haciendo de Edna Turnblad. Toda esa fantasía –fantástica- es la que me llevó con una felicidad inigualable al cine.
En el diario, en Internet y en la cartelera figuraba el tan preciado cartelito “subtitulada”. Incluso mi toc cinéfilo preguntó varias veces en la caja a la hora de pagar si la película era subtitulada o en castellano, y el “sí, por supuesto” del empleado dejó mi cerebrito neurótico en paz.
Toda esta tranquilidad –es herejía para mí ver una película doblada- se sintió amenazada en el visionado de los adelantos: es casi ley –hay contadas excepciones- que cuando los trailers están en castellano, la película se proyecta en castellano también. “Bingo” me dije a mí misma con humor sarcástico e intolerante.
En la primera escena Tracy comienza a cantar la pieza Good Morning Baltimore en inglés, hasta ahí bien, pero acto seguido apareció una Tracy absolutamente latina que revolucionó mis entrañas. Salí del cine automáticamente sin siquiera exigir que me devolvieran el dinero de la entrada. Hasta aquí la anécdota.
El cuento se repitió muchas veces más: Life of Pi de Ang Lee con un doblaje onomatopéyico horroroso; The Avengers, The Lego Movie, Captain America, The BFG, Ghostbusters 2016 (no me resigno a escuchar a las “chicas” en español, ni a privarme de disfrutar la voz de Mark Rylance interpretando a BFG) y van…
Las películas de géneros ligados más al público infanto/juvenil se distribuyen en su mayoría con más copias dobladas que subtituladas, dejando a los deseosos espectadores fans del idioma original con las ganas de disfrutar de las voces de los geniales actores que generalmente acompañan la trama. Esto hace que mucho público desista de ver la película en el cine y se sienta enojado por esta disposición, tiránica, que pone en peligro el libre acceso a la originalidad de una obra de arte, y atenta contra la lectura como ejercicio de comprensión.
Hecha la ley…
El tema del doblaje es un tema sensible, polémico y hasta irritante para aquellas personas que llevan el estandarte de querer convertir en ley la moción de que todas las películas exhibidas en suelo argentino deberían estar dobladas al castellano. Si caemos en el cuentito de legislación comparada, España es el claro ejemplo de un país con un digesto jurídico en la materia, ya que el Estado interviene en el doblaje cinematográfico desde el gobierno franquista.
Con el paso a la democracia, comenzaron a aparecer salas de distribución alternativas cuyo leitmotiv era proyectar películas en su idioma original con subtítulos. Las acciones de promoción fuera muchas, pero lamentablemente, la mayoría de las salas cuentan sólo con copias dobladas, siendo una proeza poder ver películas con subtítulos.
En Argentina no existe legislación sistemática en materia de doblaje en cine. En el año 2013, se reglamentó bajo el Decreto 933 de fecha 15 de junio la Ley 23.316 sobre el doblaje en televisión. La norma establece en su artículo N°1: “La programación que sea emitida a través de los servicios de radiodifusión televisiva contemplados en la Ley N° 26.522, incluyendo los avisos publicitarios y los avances de programas, debe estar expresada en el idioma oficial o en los idiomas de los Pueblos Originarios, con la excepciones previstas en el artículo 9° de dicha ley”.
La disposición de televisar películas en castellano neutro en la televisión abierta y de servicio por cable dividió las aguas entre los que proclamaban, mediante un nacionalismo ortodoxo, la utilización del castellano como política de regulación de la producción y racionalización del consumo, y quienes consideramos –me incluyo- el texto de la norma un contrato con cláusulas un tanto abusivas.
De cualquier manera, la ley sólo es aplicable a los servicios de comunicación audiovisual. Con respecto al cine, no existe ninguna acción del Estado que regule el tema del doblaje, aunque las mayors ya están imponiendo el avance de las películas dobladas por sobre las subtituladas. Surge entonces en mi cabeza la pregunta retórica fundamental en esta polémica: ¿en qué afecta esto a mi derecho como espectador y/o consumidor?.
Con la escasa oferta de películas subtituladas –de la misma manera pienso que debe haber la posibilidad del doblaje como otra alternativa, pero no como única opción- el consumidor, quien paga una entrada, se encuentra limitado en sus elecciones de consumo. El espectador debe elegir la opción que más disfrute y emoción le de. Yo quiero ir al cine y escuchar las voces de los actores en su idioma original. Es mi derecho y no quiero estar condicionada por los excéntricos horarios en que ponen la “única” copia con subtítulos.
Una propuesta que apoyo y arengo
Casi como leyendo el pensamiento de muchos espectadores, que arengábamos por una cierta regulación o intervención legislativa sobre la materia –queremos escuchar las voces de la verdadera Kermit, no el español neutro de la Rana René-, los abogados y críticos de cine Fernando Juan Lima y Sergio Nápoli comenzaron una iniciativa para “detener el doblaje en el cine”. La petición tiene como fin promover la iniciativa popular –como un derecho constitucional- de lograr que el Estado garantice que “un determinado porcentaje de las copias de estreno sea subtitulado”.
La regulación del doblaje no implicaría que no haya películas dobladas, sino que se incluyan dentro de la oferta – incluso dentro del género infantil- películas subtituladas. Para ello, lanzaron una moción desde la plataforma change.org para juntar firmas –necesitan 400 mil- y que el doblaje no invada las pantallas argentinas.
El debate es grande y ya muchos fundamentalistas pusieron el grito en el cielo ante esta movida cultural, que sólo implica el resguardo de un derecho como consumidor: en este caso, que se respete mi derecho a ver la/s películas con la integridad y la originalidad de sus voces sin incurrir en un artificio.
Porque como lo escribió el gran Jorge Luis Borges en su labor de crítico de cine durante el período de cine clásico y más precisamente en su texto Sobre el doblaje: “No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la predestinación y el determinismo. Juran que ese expediente es el fruto de una evolución implacable y que pronto podremos elegir entre ver films doblados y no ver films”, discurso apocalípticos si los hay, pero con una certeza que abruma. El debate es extenso, y aunque exista pluralidad de opiniones, la moneda sólo cae en un mismo lado.