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Poco se sabe del cine boliviano. Es que por lo general buscamos producciones cinematográficas de países muy lejanos donde las posibilidades de filmar son distintas. De casualidad (o no) me tocó ver “Las Bellas Durmientes” de Marcos Loayza en el primer Festival Internacional de Cine Andino. Salí de la sala con la convicción de haber visto una de las mejores películas del año. Una auténtica joya del séptimo arte.
El Cabo Quispe de Investigaciones Especiales sigue las pistas de una serie de crímenes de bellas modelos que azotan la Ciudad. En su afán de resolver el caso no sólo se enfrenta a un prolijo asesino que no deja huellas tras sus pasos, sino también a su jefe quien, viéndose asediado por la prensa, sólo quiere tener un chivo expiatorio para salvar su pellejo. La desnudez de un mundo donde no importan ni interesan la verdad, ni las víctimas ni los culpables. Tan sólo el absurdo orden de aparentar justicia en una oficina pública.
A medida que Quispe está a escondidas de su superior, avanza y retrocede ingenuamente en la investigación; y se expone a perder su empleo por el atrevimiento de ser una persona de bien. En ese desarrollo la película le da un cachetazo seco al espectador al mostrarle, crudamente, las sensaciones de un tipo que se siente parte de un entramado burocrático aplastante, capaz de arruinar al corto plazo y con el peso de la realidad los sueños de quienes se empeñan en luchar por un país próspero. Cualquier empleado público del mundo que se sienta asfixiado en su oficina por el poco interés que lo rodea, se sentirá identificado.
El film se encarga con fino humor, llevadera ternura y un sarcasmo brutal, de desnudar las peripecias, enredos y complicaciones cotidianas que el subdesarrollo causa a un país que se ubica en el corazón de Latinoamérica. Pero no sólo eso, por mas que la película esté en clave de comedia policial, la historia del asesino y las risas pasan a segundo plano cuando nos damos cuenta que es la sociedad (en la bolsa cabemos todos) la que está en el ojo de la critica.