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“Me dijeron que tenías algo para contar que me haría creer de nuevo en Dios” un escritor frustrado (Rafe Spall) le dice a Pi Patel (Irrfan Khan), quien se remonta a su niñez y adolescencia para situar al escritor en el tipo de persona que era en ese entonces. Pi era un niño que creía en el hinduismo, el islamismo y el cristianismo. De todos los dioses que adoraba, Dios era el que menos entendía y el que más curiosidad le daba. El padre de Pi como consejo le dijo que para encontrar su rumbo, debía elegir una dirección, una religión, pero que además, se debía guiar por la razón; después de todo, ella era quien le dio una explicación y un sentido a este mundo.
Siendo adolescente, la fe de Pi (Suraj Sharma) es puesta a prueba cuando el barco en el que viajaba hacia Canadá junto a toda su familia y los animales del zoológico de su padre, se hunde. Pi termina naufragando en el océano junto a un tigre de Bengala llamado Richard Parker. Esta Aventura Extraordinaria relatada por Ang Lee nos hace zigzaguear entre la religión, el espiritualismo y el instinto de supervivencia que nos da la razón. Pi es vegetariano, pero en el relato de su aventura le dice al escritor “el hambre puede cambiar todo lo que pensaste que conocía de vos mismo”; así también como tener que sobrevivir a esta aventura.
Ang Lee no desarrolla mucho en cómo cambió a Pi lo que tuvo que vivir, y aunque siempre tiene en control el relato de la historia, Life of Pi: Una Aventura Extraordinaria es más fuerte como una experiencia visual que como una experiencia emocional. La aventura de Pi realmente emociona en su soledad y en el ahondamiento de la naturaleza del hombre y el animal. Más allá de la historia del naufragio, la aventura de Pi está planteada para poner en duda el obrar de Dios, su mandato y el razonamiento del hombre ante una catástrofe. Es en su final donde Lee le deja este cuestionamiento al espectador y demuestra que la película no es solo un producto visual. La palabra, usada lo justo y necesario para reforzar el relato, es clave y fuerte en el sentido en que busca explicar o desafiar la desventura de Pi. Entonces hacia la culminación de la aventura, el público también se encontrara en disyuntiva entre la fe, la obra de Dios y la razón. ¿Es real?, ¿lo imaginamos?. Depende de la elección de cada uno.
El océano cual lienzo o espejo del cielo es una de las imágenes que más calan en el ojo de quien sabe apreciar el buen cine y la fotografía. La ya experta e infalible visión de Claudio Miranda (El Extraño Caso de Benjamin Button), el director de fotografía, hacen de la aventura de Pi algo realmente extraordinario y nunca antes visto. Cada cuadro, cada segundo de película está creado para admirarlo y anhelarlo. Como si la fotografía no fuera suficiente, la cámara de Ang Lee, el uso del 3D y las creaciones de CGI pueden generar la envidia de cualquier director, como Martin Scorsese (Hugo) y James Cameron (Avatar). El tigre Richard Parker es una exquisita criatura que juega con el ojo humano para que cuestione entre lo real y lo creado digitalmente; al igual que los desolados paisajes de Lee, que tienen como protagonistas al mar por sobre todas las cosas, a Pi, el bote y al felino.
Life of Pi: Una Aventura Extraordinaria es de esas películas únicas que valen la pena ver bajo el efecto del 3D, porque realmente son aprovechados como ninguna otra. Además, son interesantes los planteamientos religiosos y racionales de la historia, la forma de filmar la exuberancia del relato que hicieron que varios directores (Alfonso Cuarón, M. Night Shyamalan, Jean-Pierre Jeunet) rechazaran el proyecto y que en manos de Ang Lee parece algo tan fácil y sencillo de proyectar.
Hacia el final, la frase “Me dijeron que tenías algo para contar que me haría creer de nuevo en Dios” reaparece como un pensamiento. Ang Lee nos pone en la perspectiva del escritor y podemos creer de nuevo en Dios, o no; pero también gracias Life of Pi: Una Aventura Extraordinaria, podemos creer de nuevo en lo que el buen cine implica.