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A principios de octubre de 2013, la empresa de medición de audiencias más importante de Estados Unidos, Nielsen, anunció el lanzamiento de una nueva modalidad de registro del rating de televisión que combina audiencia frente al televisor con publicaciones en Twitter: Nielsen Twitter TV Ratings. El objetivo del nuevo sistema, que no reemplaza al anterior sino que lo complementa, no consiste tanto en medir cantidad de televidentes sino los efectos de los comentarios que hacen los fans en Twitter sobre el clásico televidente y su afección para visionar, dejar de hacerlo o ni siquiera comenzar a seguir series.
En efecto, dado que los fans suelen ver los episodios antes que se emitan regularmente por televisión abierta o de cable (vía streaming, descarga de Internet, episodios filtrados en la web, etcétera) sus comentarios en las redes sociales, en particular Twitter, operan como antaño lo hacían los letrados críticos teatrales o cinematográficos influyendo en las decisiones de visionado tanto para bien como para mal.
Los fans-twitteros (en cierto modo herederos de los fans-blogueros y los fans de los clubes que enviaban cartas por correo postal), también influyen en la lealtad o fidelidad a una serie cuando, por ejemplo, publican que se sienten defraudados porque algún personaje no les gusta o porque el giro que ha dado la historia no es de su agrado; de modo que una campaña en Twitter puede salvar a una serie de su cancelación o hundirla y precipitar su ruina con solo elevar un hashtag hasta las cumbres del Trending Topic.
También son elogiados o castigados los guionistas, directores, productores y cadenas de televisión, que gracias a las menciones llegan directo con sus 140 caracteres a los Time Lines de los más encumbrados showrunners de la industria televisiva actual. Los consumidores quieren tener voz y voto en la producción de sus series favoritas y esta red social es uno de los medios más poderosos con los que cuentan para lograr alcanzar ese anhelado status de lo que suele denominarse actualmente prosumidor.
Entendiendo por prosumidor al consumidor que a partir de lo que consume produce algo, no acuerdo con considerar que dicha producción, por más original que sea, lo convierta en un productor. El prosumidor es un efecto de relaciones de poder y saber que lo constituyen como tal sí y solo sí existe una producción previa, que lo limita y condiciona subjetivándolo. No es lo mismo escribir un libro que leerlo y a partir de esa lectura producir comentarios, interpretaciones o críticas o lo que fuera. Los fans de la serie de televisión Lost pueden haber producido cientos de mashups en YouTube muchos de ellos creativos y estéticamente excelentes pero difícilmente alguno de ellos –siquiera uno al menos- pueda ser el guionista de una serie de televisión.
No obstante, hay que decir que esta voluntad y aspirabilidad de los fans para producir historias, criticar a los productores, cuestionar el broadcasting o influir en las audiencias de televisión más tradicionales no es nueva, sino que nació con junto con las series de televisión en la lejana década de 1950 en los Estados Unidos.
Los clubes de fans fueron siempre escuelas de prosumidores y de guardianes de la ortodoxia del espíritu de las series denominadas de culto o clásicas convirtiéndolas en íconos de la cultura popular: manifestaciones, cartas de lectores, masivas campañas de envío de correspondencia dirigidas a las cadenas de televisión, productores y guionistas, llamados telefónicos masivos o envío de telegramas, generaron hechos históricos como por ejemplo la campaña exitosa de los fans de Star Trek para que la NASA bautizara con el nombre de Enterprise al primer transbordador espacial.
De hecho muchos de estos clubes de fans fueron propiciados inicialmente por los propios canales de televisión cuando en los orígenes se propusieron generar un star-system propio del medio seriéfilo y lo lograron. De modo que lo nuevo no está en el pasaje de la pasividad a la actividad por parte de los fans sino en la potencia de Twitter (y otras redes sociales como Facebook) para darle mayor visibilidad en tiempo real a sus opiniones y para generar efectos masivos, directos e inmediatos sobre el resto de la audiencia más tradicional, es decir, la que opina con el control remoto.
Y por último, pero no menos importante, en la masividad que ha adquirido en los últimos años el hacerse fan de una serie de televisión produciendo una gran mutación en proceso de convertir a sectores cada vez más amplios de la audiencia en fans, expertos y decididos prosumidores de su serie favorita. Todavía no podemos decir hacia dónde nos llevaran estos cambios y transformaciones en los modos de visionar y vivir las series de televisión pero lo que sí podemos afirmar es que nada está dicho todavía y que la industria sigue siendo el eslabón más fuerte en la relación de poder que la une a su audiencia. Todavía habrá broadcasting para rato pero la resistencia del networking está dejando de ser un foco guerrillero de elite para convertirse en una insurrección de masas a escala global. Sea como fuera, el futuro llegó hace rato.