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Me animo a incluirme en el grupo, porque tengo menos de 30 años. Somos la generación que disfruta de llamarse “nativo digital”, pero que creció en la época en que no hacía falta celulares para juntarse a la siesta con los amigos.
Quizá por eso a nosotros los cambios en la manera de pensar y en el manejo de los recursos críticos en la manera en la que el mundo lo hace hoy, nos resultan tan llamativos. Lo que antes se conservaba (secretos de estado, confidencias personales) hoy se “comparte”. Incluso cuando ese concepto, para nosotros antes se llamaba “hurto”, “robo” o “violación de secretos”.
Así, en una adolescencia valorativa en cuanto al significado de ciertas conductas sociales, estamos ahora. Vivimos en una era de transformación del flujo de información (nótese que no hablo de comunicación, lo que a veces falta). Y esa información viaja cada vez mas rápido, de una manera más fácil y directa.
En este contexto… la forma de pensar de nuestra niñez, puede ser un problema. Como en la era “analógicia” está pensado el derecho. Y para hacerla corta y no aburrirte con la jerga, el derecho se construye sobre modelos sociales y se alimenta de ciertos intereses. Y depende para funcionar, nada más y nada menos que del control.
El control de producción, de “re-producción”, de ingeniería, marcas, patentes, distribución, importación, tráfico y acopio es fundamental para el derecho de “propiedad” entendido como en la niñez. En especial de los derechos de contenido intelectual (me suena raro decirle “propiedad” intelectual).
Con un avance tecnológico que permite muchas de las cosas que mencioné en el párrafo anterior, al usuario final, mucha gente que trabaja en el negocio, de una punta a la otra… se hace innecesaria. Claro, ellos constituyeron grupos de presión, sociedades de gestión colectiva… grupos de muchachos. Y gracias a ello, lograron generar legislaciones que los apoyen. Ésas mismas que prohíben y convierten en delito penal la reproducción, copia, distribución o almacenamiento de obras protegidas por derechos de “propiedad” intelectual sin la debida autorización del titular de los derechos. (Ley 11.723 de Argentina y Convenios Internacionales como el de Berna y agregados).
Para ellos, los del “viejo paradigma”, Internet es un dolor de cabeza. Una computadora doméstica, una tablet, un smartphone o cualquier dispositivo que permita realizar alguna de éstas acciones, es un problema porque el control sobre la información se hace muy difícil.
Antes, era cuestión de decomisar las máquinas de imprimir ilegales y destruir los ejemplares. O secuestrar los discos, los cuadros… hoy en día, al volverse difícil destruir información que se propaga a velocidades meteóricas, la solución que queda es responsabilizar a los intermediarios.
Los llamados copyright trolls, grandes grupos de intereses asociados a
estudios jurídicos especializados, se dedican a demandar a sitios y personas para evitar que la información protegida por derechos de autor se propague sin su control. Es el caso de la Universal Music contra Grooveshark (como se vio recientemente) y el vernáculo planteo contra Taringa.
La ley de propiedad intelectual argentina (y muchas en el mundo) consideran una defraudación (delito) la copia o distribución no autorizada. Taringa no lo hace (como no lo hace Google ni ningún indexador) pero lo “facilita”. Y el que facilita la comisión de un delito, vendría a ser un cómplice (partícipe necesario en cuervo básico). Así de fácil se la endilgan.
Es lo que intentó hacerse contra Cuevana, con aquella supuesta demanda de Telefé (quien firmó con Netflix para distribuir su contenido en internet, una especie de “Cuevana yanqui y legal” de pago).
La cuestión es que existen garantías constitucionales, libertades básicas. Una de ellas, es aquello de “inocente hasta que se pruebe lo contrario”. Por eso las pruebas para responsabilizar a alguien por un delito deben ser concluyentes y apuntar directamente a la participación efectiva. Aún como cómplice.
La Union Europea desde el 2005 y cientos de sentencias en muchos países (entre ellos, Argentina con el “leading case” Virginia Da Cunha -sí, la Bandana-) se hacen eco de los derechos fundamentales. Y siguen la tendencia mundial de no responsabilizar a los intermediarios de la información, lucren o no con ella. Lo que los usuarios hagan… es cosa de ellos, básicamente.
Por eso casos como el de Grooveshark, Cuevana y Taringa no son mas que
la muestra de un modelo de negocios (basado en el control del medio, llámese CD, Vinilo, Papel o lienzo) que está dando manotazos de ahogado. En vez de adaptarse piden legislación, hacen lobby y persiguen penalmente a los administradores de sitios. Porque es más fácil pagar un abogado (cuando hay dinero, claro) que idear un negocio nuevo.
La tendencia es a respetar los derechos fundamentales. Pero a no dormirse, porque se están ideando nuevas estrategias como la ley SOPA (Stop Online Piracy Act); un temible proyecto que se está discutiendo en el congreso de los Estados Unidos para obligar a que los proveedores de servicios de internet vigilen el contenido que pasa por sus redes (como si Fibertel humeara en tu máquina) bajo pena de considerarlos cómplices de “piratería” (otro término poco feliz).
Además de eso, si un sitio es encontrado sospechoso (aun no culpable) podrían bloquearlo a nivel DNS (servidores de dominios) por lo que quedaría inaccesible desde todo el mundo. Leíste bien, con una ley norteamericana.
Eso es lo feo de la adolescencia, tener que crecer. Tener que cambiar. Adaptarse… a ellos les cuesta. A nosotros debiera resultarnos más fácil. Porque a ellos los mueve la comodidad y el lucro; y a nosotros nos urge la defensa de nuestros derechos más básicos.
Los jóvenes somos así.