Miércoles 14, el tiempo sigue impiadoso para los marplatenses. Viento y lluvia que al menos para el amante del cine le evita el sentido de culpa por no haber pisado la arena. Como las propuestas son múltiples se impone la selección. Uno de los atractivos del festival es el ciclo dedicado al director sueco Ingmar Bergman, el único inconveniente es la sala donde han decidido pasar sus películas: el MAR. EL Museo de Arte Contemporáneo es al Festival de Mar del Plata lo que Fundación Proa al BAFICI: distante, trasmano y peligroso.
La espera del colectivo en la desolada parada de ómnibus en horas nocturnas, puede ser una experiencia tan excitante como tomar el Metrobus en Buenos Aires en cualquiera de sus estaciones después de las 20.00. Además cuenta con el plus de poder tomar un micro que no utiliza la tarjeta SUBE, sino que se maneja a la vieja usanza: billetes, monedas y boletos expendidos por el conductor. Cualquier cinéfilo desprevenido pensará que se trata de alguna restauración de una película de los años setenta, o bien como Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo que es parte de aquella ficción titulada “Un mundo de veinte asientos”.
Dentro del nivel medio que presentó hasta ahora el festival, el día de hoy lo puedo considerar positivo. Paul Dano, que cuenta con una prolífica carrera como actor, presentó su ópera prima Wildlife, basada en la novela homónima de Richard Ford, en la Sección Nuevos Autores. Montana, años sesenta, una familia conformada por un padre (Jake Gyllenhaal) inestable en materia laboral, una madre que sucumbe a la tentación de una vida mejor que le ofrece un separado, y el hijo (Ed Oxenbould) que observa azorado el derrumbe del matrimonio que lo concibió.
Excelente narración con un preciso guión coescrito por el director y su pareja Zoe Kazan, para describir los entretelones de los esposos y los conflictos internos del adolescente. También se destaca la recreación de la época que se juega con planos generales y paneos de una ciudad que parece haberse quedado detenida en el tiempo. Las actuaciones es otro aspecto a resaltar ya que el trío protagónico pone todo el dramatismo necesario acorde con las distintas escenas. Uno de los puntos altos del día.
No tenía buenas expectativas con la libanesa Yara de la Sección competencia Internacional. Colegas que la habían visto no habían salido muy satisfechos. Igualmente decidí someterme a las imágenes del director Abbas Fahdel. Se proyectaba en la sala mayor del Ambassador cuyas butacas no están bien alineadas, y por el poco declive de la sala se hace difícil leer el segundo subtitulado que no está sobre la pantalla sino un poco por debajo.
Algunos espectadores se preocupaban por el tema, pero yo pensé que en esta oportunidad no sería un inconveniente mayor, ya que el catálogo definía a la película como “bressoniana”, por lo tanto no debería ser muy dialogada. Ni bien comenzó el film me dio la razón, ya que uno de los personajes era una abuela media regordeta con pinta de “Doña Tota”, de cuya boca no podrían salir frases trascendentes. Lo más profundo que se escuchaba era: “Se me perdió una cabra”, “Sopla el viento entonces vendrán moscas”, “Andá a juntar las gallinas”.
Yara es una película bucólica con muchos paisajes de la naturaleza en un valle montañoso, con muchas imágenes de gatitos (por lo menos diez), cabras, burros, gallinas, y una soga de colgar la ropa que por momentos pensé que cobraba el protagonismo de la de Historia de una soga (Enrique De Thomas – 1956), ya que se reiteran las escenas en su derredor. En ese ámbito surge un romance entre una adolescente, nieta de la abuela campesina y un joven que pasa por el lugar.
El amorío es de tipo parroquial por lo recatado, como aquellos libros que se recomiendan a los jóvenes católicos para llegar castos y puros al matrimonio, o si se quiere, como las “Clasrooms Movies” de los principios de la década del cincuenta, en las que se enseñaban a los alumnos del secundario de los Estados Unidos cómo se debía comportar un chico correcto cuando invitaba a salir a una joven. Lo más osado es un beso en la mejilla, luego de haber pedido permiso. Durante los paseos recorren el valle donde encuentran casas, escuelas e iglesias abandonadas.
Desolación que no se sabe bien si es por el pasado reciente bélico, o por las pocas oportunidades que les ofrece el país a sus ciudadanos. Yara es un film extraño, sus imágenes pastoriles pueden cautivar y distender al espectador, como también lo pueden aburrir y adormecer. En mi caso particular, pese a las objeciones, me dejé transportar por la historia, fue relajante, un bálsamo ante la intensa actividad que propone el festival. Por eso la califico con un 6, la que para mí resultó ser una buena película.
Y un día Nico se fue, así podría titularse La migración, la última obra de Ezequiel Acuña en una nueva indagación del mundo de los jóvenes. Guille, el mismo protagonista de La vida de alguien (Acuña – 2014), sigue averiguando sobre la desaparición de su amigo Nicolás. Para ello se traslada a Lima, Perú, donde conoce a Sofía, la carismática Paulina Bazán, con la que mantiene una estrecha amistad.
Las películas de Acuña, respiran frescura, naturalidad, el espectador se deja llevar mansamente por ese mundo de jóvenes tímidos, llenos de dudas, capaces pero que no se atreven a sacar a flote todo su potencial, con miedo a crecer a madurar porque añoran tiempos pasados. La música como trasfondo de las afinidades y de los sentimientos que despiertan las nuevas relaciones, en un film esperanzador en el que hay que resaltar entre otras cosas la excelente fotografía. Acuña con su opus prestigia a la Sección Competencia Latinoamericana.
Nada mejor para terminar el día que El último malón, film silente argentino de 1917 rescatado gracias al Museo del Cine y al trabajo de los laboratorios Leche. El director Alcides Greca narra los hechos ocurridos en 1904 en el norte de la provincia de Santa Fe, cuando un grupo de indios mocovíes atacó el pueblo de San Javier lo cual terminó en una masacre. La historia, contada desde el punto de vista indígena, muestra los aborígenes en sus tareas cotidianas entre las que se destacan por su riesgo la caza de los yacarés con un arpón fijo a modo de estaca, y una línea con carnada.
La proximidad de las tomas con los caimánidos luchando con sus dientes a centímetros de los cazadores son de un realismo sorprendente para la época, lo mismo cuando revolean sus boleadoras a los avestruces. Las injusticias de autoridades y estancieros los conducen a la rebelión en escenas de gran tensión, muy bien captadas por la cámara. Las imágenes son mostradas en planos fijos y ciertos paneos cuando las acciones son a campo abierto.
El film fue proyectado con música en vivo a cargo de Maia Koenig, que compuso para la ocasión una percusión sucia y a la vez tensa que asemejaba el ruido de caballos galopando. En otros momentos la sonoridad reflejaba el crujido de una cinta al deslizarse por una cámara vieja, mezclado con el chirrido de un parlante cuando se lo prueba a todo volumen. Sensaciones acústicas muy a tono con los fotogramas. Sin duda, hoy me reconforté con el cine.
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