Los sonámbulos, la tercera película argentina de la Competencia Internacional, comienza como ese subgénero del cine francés en el que una familia numerosa se reúne en una mansión campestre. El punto de partida en el que una anciana madre congrega a sus hijos y nietos para discutir la venta de la casa, se asemeja a Las horas del verano (2008). Como en aquel recordado film de Olivier Assayas los hermanos tendrán puntos de vistas encontrados, hay quienes quieren preservar el hogar de la infancia y otros que prefieren lucrar con la transacción. De a poco, comienzan a surgir rispideces entre los parientes, amores pretéritos y hormonas en ebullición de los más jóvenes.
El eje de la trama pasa por el matrimonio que componen Erica Rivas con Luis Ziembrowski y su única hija adolescente que padece de insomnio. La relación no pasa por un buen momento, las peleas y reproches son constantes, el vínculo de ambos se hace difícil con la joven que no es nada confidente con sus padres. Paula Hernández, con una sucesión de primeros planos que a veces agobia, sigue a los personajes con una cámara movediza que incómoda al espectador, tanto como los llantos de un bebé que irrumpen en medio de la calma estival. Como toda gran familia esconde secretos oscuros, el equilibrio se derrumba, la concordia y la armonía dan paso a la violencia, en un film que muta hacia la pesadilla. La directora de Lluvia (2208) mantiene su buen nivel.
Las montañas Catskill, en el estado de Nueva York, ponen el marco para South Mountain, presentada en la sección Competencia Internacional. “El amor va acompañado de la violencia”, dice la protagonista cuando le preguntan por qué intentó envenenar a su marido infiel. En un ambiente rural montañoso, rodeado de bosques y cascadas vive Lila en una aparente feliz convivencia. Cuando se entera que su esposo de cincuenta años mantiene una vida paralela y acaba de ser padre, la armonía familiar tambalea, intenta retenerlo por todos los medios con la esperanza de que vuelva, ya que no es su primer engaño. Las hijas adolescentes toman partido por la madre y llenan de reproches al padre que abandona el hogar. Lila experimenta el dolor, la angustia y también el deseo a través de la amistad con el joven Jonah.
Es su punto de quiebre sin retorno, al que debe hacer frente en compañía de su amiga Gigi, quien atraviesa un proceso de quimioterapia. La directora Hilary Brougher despliega con mucha sutileza las distintas capas por las que atraviesa la pareja, los diferentes tipos de amor que se dan entre los personajes, mientras resalta la preservación de la familia. Otra obra positiva que compite por el premio mayor.
El joven director español Jonás Trueba había sorprendido gratamente hace unos años en el festival con La reconquista (2016), una obra que derrochaba frescura, con el reencuentro quince años después de dos jóvenes que en su adolescencia habían experimentado su primer amor. Retorna tres años más tarde, para participar de la Competencia Internacional con La virgen de agosto, que cuenta con la misma protagonista del film anterior, la brillante Itsaso Arana que aporta gran naturalidad a su personaje. Manuela es una joven que vive en Madrid, decide quedarse en el tórrido verano capitalino para disfrutar de las verbenas que se despliegan en distintos barrios entre el 1 y 15 de agosto de cada año. Tiene algo más de treinta años, se encuentra en un letargo existencial y no sabe bien cómo ponerle rumbo a su vida.
En su deambular por la ciudad se encuentra con conocidos, un ex novio, permite ser cortejada en encuentros fortuitos, disfruta de la vida nocturna en bares y shows callejeros con sus amigas, recorre los parques. Para muchos, agosto en Madrid en un mes chato, en cambio para ella hay mucho para descubrir, máxime cuando el azar puede estar a la vuelta de la esquina. Sin dramatismos y con mucha espontaneidad, Trueba delinea el perfil de Manuela en su devenir diario en el que intenta a través del ocio resolver sus incertidumbres y transformarlo en algo positivo. Una película para regocijarse con Madrid y descubrirla a la par de la protagonista en su recorrido íntimo.
Llegaba cansado a la última de la noche, corría el peligro de quedarme dormido, pero Martín Desalvo no me dio respiro con un thriller pleno de acción y violencia. El silencio del cazador que participa de la Competencia Latinoamericana, es la historia del guardaparques Guzmán (Pablo Echarri) en la provincia de Misiones, que hace cumplir la ley a rajatablas, pese a contar con pocos colaboradores. En el monte acecha un gran animal y los parroquianos están al acecho para cazarlo en contravención a las leyes. Entre ellos se encuentra el mandamás del pueblo (Alberto Ammann) al que no le importan las reglas, ya que su dinero todo lo compra.
En el medio se encuentra Sara (Mora Recalde), esposa de Guzmán y ex pareja del Ammann. Los celos, los cazadores furtivos, los intereses locales y las relaciones de poder no darán tregua al preservador de la naturaleza. El entorno impregna a los protagonistas, la naturaleza indómita parece guiar su comportamiento. Salvajes son las peleas que mantiene Guzmán como el sexo que practica con su mujer. Despótico es el trato del patrón del pueblo con los sirvientes, avasallador su andar por la comarca. Una buena fotografía que aprovecha los distintos verdes de la selva mesopotámica, un gran elenco secundario entre ellos César Bordón configuran una base sólida para un film pleno de adrenalina.
Se acerca el final, mañana serán las premiaciones junto a la película clausura. Nos vemos pronto.