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Merlí, la diversión está en el aula

Por María Rosa Beltramo

Una de las perlas con las que Netflix terminó de enhebrar el collar de las series de 2016 es Merlí, una producción catalana encabezada por un profesor de Filosofía capaz de hacer que sus alumnos ignoren el timbre que convoca al recreo y que los espectadores sientan nostalgia del secundario, aunque no hayan tenido experiencias tan estimulantes ni creativas.

Escrita por Héctor Lozano y protagonizada por Francesc Orella, la serie que Televisió de Catalunya estrenó para Barcelona en setiembre del año pasado se abrió paso a fuerza de buenas actuaciones y un libro interesante y consiguió romper las barreras de un idioma que sólo se habla en una región de  España.

Para los que vivimos en esta zona del mundo, desde el primer actor al último extra son perfectos desconocidos, pero al segundo capítulo pocos se resisten a incorporarlos a su galería de amigos. La historia es sencilla y sus protagonistas se las apañan para convertirla en entrañable.

Merlí anda por los 50 largos, está desempleado y su ex tiene que trasladarse a Italia por lo que le entrega la custodia de Bruno, el hijo adolescente. Juntos van a parar a la casa de Carmina Calduch (Ana María Barbany), una actriz lúcida, histriónica, madre de uno y abuela del otro y cómplice de ambos si hay que levantarles el ánimo o reconvenirlos. Más o menos en coincidencia con esa nueva etapa de su paternidad  Merlí consigue trabajo como profesor sustituto en el secundario al que concurre su hijo.

Y es precisamente en el aula donde brilla, cuestiona y enamora. Cada capítulo de la serie lleva el nombre de un filósofo o de una corriente filosófica y el alumnado que ha recibido con el escepticismo acostumbrado al nuevo docente, se rinde rápidamente a su encanto. El hombre rechaza casi todo lo establecido y no acepta los comentarios adversos sobre los estudiantes irrecuperables, los señalamientos sobre los excelentes ni se ata a programas ya transitados por sus antecesores.

El profe catalán tiene algo de John Keating, el maravilloso personaje de “La sociedad de los poetas muertos” y como lo hacía Robin Williams con Anderson, sabe reconocer que hay oro en polvo allá donde otros ven toscos guijarros y poesía aún en los que se declaran negados para el arte.

La serie admite también algún antecedente en “Fama”, el envío de la cadena NBC que en los 80 engalanaba una televisión de solo tres canales y menos de 12 horas de transmisión diaria. Claro que los ingredientes actuales le dan una impronta distinta. Merlí tiene que vérselas con problemas que en  épocas anteriores aparecían como excepcionales y ahora tienen una habitualidad preocupante.

El libretista decidió que uno de los personajes protagónicos tema revelar su elección sexual para evitar el hostigamiento, y en una audaz vuelta de tuerca, se dedique a molestar a un docente por su apariencia física. La aparente comodidad con la que coexisten los perfiles de víctima y victimario en un chico de secundario es uno de los hallazgos actoral y de guión.

Hay también un estudiante que alterna ataques de pánico y agorafobia, un padre estricto que con el ánimo de facilitarle las cosas al hijo termina por ahogarlo y, aunque solo como una referencia sobre la que se vuelve de vez en cuando, el fantasma de la desocupación en una región que conoció tiempos de esplendor y en los últimos años le cuesta levantar cabeza.

Francesc Orella, el actor que le pone el cuerpo a Merlí, realiza una tarea impecable interpretando a un hombre para quien la enseñanza no tiene secretos pero en su vida de relación suele comportarse con  bastante más descaro e inmadurez que los imberbes a los que les da clases. Como todas las buenas comedias, Merlí se ve siempre con una sonrisa que, en ocasiones, puede convertirse en carcajada pero  uno sabe que, sin darse cuenta, la historia empieza a provocar un nudo en la garganta que solo se deshace con lágrimas.

El éxito que acompañó los 13 capítulos de la primera temporada allanaron el camino para la segunda  que ya se vió en España y que, en cualquier momento, anunciará Netflix. De los presocráticos a Nietzche, el profe más querido del instituto Àngel Guimerà dió vuelta las verdades irrefutables como una media y se prepara para nuevos desafíos.

María Rosa Beltramo

Periodista, trabajo en Cadena 3 y escribo un blog que se llama "Maravillas de este siglo".