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Dos cosas hay que saber sobre Ninfomanía. La primera, que se trata de una pieza de cuatro horas de duración que ha sido dividida en dos para su exhibición comercial, por lo que pensar en ella como dos obras separadas es un error.
La segunda, es que la historia se inicia una noche en que Seligman (Stellan Skarsgård) encuentra a una mujer golpeada y semiinconsciente tirada en un callejón, quien dice llamarse Joe (Charlotte Gainsbourg). Como ella se niega a recibir ayuda médica, el hombre decide llevarla a su departamento para que se recupere mientras le cuenta una historia larga y moral sobre cómo llegó ahí.
Lo primero que llama la atención en la película de Lars von Trier es la lucidez creativa que parece oponerse al infierno depresivo de sus dos cintas anteriores. Agresiva en sus imágenes de sexo explícito, poética más allá de la superficie, la primera parte de la película habla del despertar sexual de Joe —ninfómana y mala persona, dos palabras con las que ella se define—, pero lo hace a través de secuencias en las que sólo hay sensaciones placenteras y hermosas más allá de lo genital.
La puesta en imágenes consiste en la recreación de ocho pasajes de la vida de la protagonista en los que el hilo conductor son los cambios en su conducta sexual, la intensificación de su deseo hasta puntos incontrolables, pero el punto de partida de cada uno es diferente. Cada anécdota comienza a desatarse de detalles mínimos como los anzuelos de pesca, la secuencia de Fibonacci, la música de Bach, los espejos, una de las armas usadas por James Bond. Seligman va descubriendo símbolos en el relato, imágenes blasfemas de pasajes sagrados y una idea de pecado que asoma todo el tiempo.
Si en la primera mitad del filme asistimos a la rebelión juvenil de Joe contra el amor —el cual se empeña en reducir a la categoría de «lujuria con celos añadidos»—, la segunda parte habla de la soledad del marginado que ha tenido la desgracia de nacer con una sexualidad prohibida.
Lars von Trier elabora toda un declaratoria contra la corrección política y la policía moral de la sociedad que llena de eufemismos su cobardía. «Cada vez que prohibimos el uso de una palabra, quitamos una piedra de los cimientos de la democracia«, dice la protagonista, negándose a ser llamada «adicta al sexo».
Menos lúdica, menos brillante, a partir de su tercera hora, Ninfomanía profundiza en sus vertientes más sórdidas, pero también en lo que hace al camino personal de su protagonista, a quien, llegado el momento, se le reconoce ser nada más que un ser humano demandando su derecho, y más que eso, «una mujer demandando su derecho«.
Pero al final, el director los traiciona a ambos. Cuando Joe ha agotado su historia y Seligman se retira de la habitación, cuando parece que lo único que quedó allí son estos dos seres y sus sentimientos, Von Trier da un último y detestable giro.
Aun así, el proyecto es desafiante e inteligente, valioso por interpretaciones como la de la debutante Stacy Martin o el gran momento que Uma Thurman vuelve a tener en pantalla. Pero la experiencia se degrada si se le parte en dos, como se ha hecho para fines comerciales. Mejor prepararse para cuatro horas.