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[OSCARS] Reflejos en un ojo rasgado: Crítica a Minari.

Por Sergio Del Zotto

A principios de febrero de 2020, cuando la pandemia del Covid aún no se había extendido por todo el mundo, se entregaron los premios Oscar. En esa ocasión, la película coreana Parasite se llevó el premio a Mejor Película y Mejor Película extranjera. Había ganado también la Palma de Oro en el Festival de Cannes el año anterior, poniendo a Corea en el centro de la escena de la cinematografía mundial. Tiempo después, con una cuarentena generalizada en todo mundo, y un cierre casi total de salas a nivel global, llega una película estadounidense, pero hablada en mayor parte en coreano. Y está haciendo ruido, mucho ruido. Tal es así que la cantidad de nominaciones a cuanto premio existe, sobrepasa el numero de 100. Y es así, que se metió entre las más nominadas al Oscar 2021. Se trata de Minari, el cuarto largometraje de Lee Isac Chung

Los primeros minutos de Minari son en apariencia bucólicos, pero sumamente contundentes: el padre conduce un camión de mudanzas, seguido por su mujer en auto, una niña en el asiento delantero, lee un libro en inglés, un niño menor, en el asiento trasero, observa el paisaje, como si no le alcanzaran los ojos para verlo todo. Atraviesan un entorno sumamente rural. Luego un bosque. Llegan hasta una casa no del todo convencional. La vivienda está asentada sobre ruedas y pilotes. Todos se bajan de los vehículos, los chicos se hablan entre ellos en inglés, el matrimonio discute en coreano. La casa y los alrededores no cumple con las expectativas de la esposa. El marido escarba la tierra, extrae un puñado y pondera el color. El hombre proclama que va a hacer ahí un jardín, la mujer le dice que un jardín es algo chico. Entonces él dice que va a ser El jardín del Edén. El padre quiere mostrarles todo y los lleva hacia otro lugar, los chicos corren. La madre advierte al niño que no lo haga. La hermana le pregunta al chico si está bien, luego de esa pequeña corrida. En la siguiente escena, dentro de la casa, la madre le toma la presión al niño. La hija pregunta donde ponen el retrato de la abuela, la mujer responde que la deje en la caja, que no van a estar en ese lugar mucho tiempo. El chico pregunta si el soplo (al corazón) se está haciendo más fuerte. Todo esto dura exactos cinco minutos. Incluidos los títulos de presentación sobreimpresos en las escenas. Me llevó más tiempo escribir este párrafo que la contundencia que dispuso Lee Isac Chung para plantear el conflicto de su film. 

Hoy Corea es un gigante tecnológico, el tercer país con más usuarios del internet y su economía ocupa el lugar número 13 en todo el planeta, pero esta historia está situada en la era Reagan, en los ’80, cuando EE.UU. recibía miles de inmigrantes coreanos en busca de una vida mejor. Y así los Yi se trasladan de Corea a California y de allí a Arkansas, para seguir con su trabajo de clasificar pollitos por sexo y descartar a los machos, a lo que sumarán la granja en la que Jacob planea cultivar vegetales coreanos. La llegada de una abuela poco convencional será otro de los ejes de impacto. El sueño americano con una pata en cada país. 

Minari es de esas historias épicas, en el sentido de poner el foco en el coraje y el esfuerzo, pero, a decir verdad, es una historia menor. No con una idea peyorativa, sino en referencia a un cuento pequeño, sin grandilocuencia, no ampuloso. De hecho, sus personajes son un puñado de personas, una familia pequeña. Y la palabra clave en toda migración de grupo es el desarraigo. El tironeo entre perder las raíces culturales y sociales y adaptarse a la nueva cultura. Y en ese sentido, Minari conmueve con su mezcla de intimidad familiar y algo más grande, que cada tanto es tema del cine que sacude a la audiencia. La voluntad de trabajar la tierra y vivir de sus frutos. Desde Scarlett O’Hara arrancando una zanahoria en Lo que el viento se llevó y jurando al cielo que jamás volverá a pasar hambre, pasando por Viñas de ira o En un lugar del corazón.

La poderosa representación de trabajar para alimentar a los demás y a la vez progresar, a lo que se suman imponderables de mercado, y otros factores en los que la naturaleza está por encima de todo. Un componente de que hay algo por encima de nosotros, un elemento religioso, de gran presencia en Minari. No en vano, una de las maneras de crear vínculos con la comunidad, es asistiendo a la iglesia. Además del granjero veterano de la guerra de Corea (el personaje de Will Patton), que tiene una fuerte carga de fe. Y esto es literal, ya que los domingos carga una gran cruz en sus espaldas y sale a caminar con ella por la ruta. 

Es interesante como Chung disemina detalles por todo el guión, en pequeñas dosis, como la mención al conflicto armado en el que participó EE.UU. luego de la segunda guerra mundial y que dio lugar a la división de las dos Coreas. O el hecho de que el hijo pequeño use botas texanas todo el tiempo. Como idea de integración de las nuevas generaciones de migrantes. No hay acá una imagen clishe del asiático con ojotas y medias. Pero hay otro factor por omisión, no se muestra jamás si los niños asisten a la escuela. Pero si, una explícita mención de enseñanza: el padre quiere que sus hijos lo vean triunfar alguna vez en la vida.

Y la abuela, aparentemente tan alejada de las convenciones de lo que debe ser una viejita asiática, es quien introduce la palabra que da título al film. Minari es una hierba que crece en cualquier lugar, entre la maleza, que cualquiera puede tomar, que sirve de medicina y también como ingrediente de guisos, sopas y el kimchi (un plato básico de la comida coreana) y que es consumido por ricos y pobres. Y así enlaza, con estas semillas que trajo desde Corea, dos generaciones y dos culturas. 

El elenco de Minari es a todas luces, un prodigio de expresividad, comenzando por Alan, como el niño David, cuya visión es en gran parte quien narra la película. Steven Yeun, de The walking dead y la leyenda de la actuación, Youn Yuh-jung. Estos dos últimos, nominados a mejor actor principal y mejor actriz de reparto, respectivamente. 

Minari llegó para demostrarle a los estadounidenses que es enriquecedor ver películas subtituladas, que hay conflictos universales y que, aunque no les guste, no hay vuelta atrás. Y que, en efecto, vivimos en un mundo global, como lo demuestra el virus que tiene en vilo al mundo entero.

Valoración: 8

Sergio Del Zotto

Lector intermitente y cinéfilo constante. Abandonó Comunicación Social en UBA, para dedicarse de lleno al análisis cinematográfico, estudió en ENERC y EL AMANTE, entre otros lugares. Lleva más de medio siglo frente a las pantallas.