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Otro cuento de brujas: Salem y el hechizo de los efectos

Por Victoria Barberis

Sirviéndose del impulso que le da el auge del género de fantasía y terror, WGN America asoma con su primera serie original, una de las producciones más esperadas del año y también una de las que, luego del estreno, se hizo dueña de una platea bastante dividida. Salem apunta a relatar aquella consabida historia que ya nos han contado cientos de veces: los juicios que se llevaron a cabo en el Siglo XVII con motivo de una indiscriminada cacería de brujas que marcó a fuego la historia de Estados Unidos y del mundo.

Sin dudas, la mezcla de los elementos de soap-opera con impactantes efectos especiales – todo montado sobre una trama de terror y suspenso- es lo que provocó que esta serie haya recibido críticas dispares. La clave del argumento está en las desmedidas pasiones imposibles que le dan un aire de culebrón (como sucede en el episodio piloto con la despedida de Mary y John), condimentado con historias de ambición y traiciones. Existe un evidente género de horror en el fondo, haciendo que de tanto en tanto saltemos en nuestros asientos y ahoguemos un grito de consternación.

A lo largo de la historia, muchas teorías han intentado explicar cuál fue el verdadero motivo detrás de la frenética cacería de brujas que tuvo lugar entre febrero de 1692 y mayo de 1693 en Massachusetts. En medio de un ciego delirio de fanatismo religioso que acusaba perturbaciones demoníacas, la extrema vigilancia de los vecinos y el miedo histérico a la ira de Dios, terminaron con los llamados Juicios de Salem y la detención de cientos de habitantes en varios poblados del Estado.

Los rigurosos dictados del puritanismo sirvieron de piedra basal para una estricta conducta religiosa. Cada vecino estaba alerta a la vida de los otros y era controlado en  sus actos públicos y privados, siendo presa fácil de acusaciones, sospechas y hasta juicios. En este contexto, las mujeres eran las principales damnificadas, sin poder gozar de derechos y destinadas a ser serviles a sus esposos, eran además presa fácil para las numerosas acusaciones por brujería o, si acaso, por no encuadrarse dentro de los prohibitivos valores puritanos.

La serie de Adam Simon y Brannon Braga nos hace imaginar que aquellas brujas en realidad existían y que vivían entre los pobladores, a veces camufladas en  familiares apariencias. Al principio, podemos ver cómo la excesiva obsesión en torno a la estigmatización de las relaciones sexuales devino en la búsqueda de seres demoníacos, y desde allí podemos pensar por un momento (si olvidamos que, en efecto, estamos hablando de una historia de terror), que las brujas no existían sino en las retorcidas mentes de los guardianes de la moral.

Tardaremos unos minutos en darnos cuenta de que esta suerte de siervas de desconocidos demonios abundan en el pequeño poblado de Salem, asediando a los habitantes de formas aparentemente resurgidas de alguna secuela de El Exorcista (cosa que para algunos, es resultado de la más plana falta de creatividad, y sería un argumento bastante difícil de refutar). Mientras, como en todas las producciones que emulan alguna pacata época pasada, la doble moral y la hipocresía se dan de puertas para adentro, y están a la orden del día.

Es una pena que la serie no sepa (o no quiera) profundizar más en estos espejos característicos de aquellas lejanas sociedades y su relación con las insensatas persecuciones en las que incurrían: el sexo prohibido y el sexo en burdeles, los hombres como máximos mandatarios y las mujeres esclavas del mandato, la pulcritud en los actos públicos y el mayor descaro en los ámbitos privados.

La historia comienza con John Alden (Shane West) y Mary (Janet Montgomery), quienes comparten un amor más o menos imposible. La ausencia de John se prolonga más de lo esperado a causa de la guerra, y al regresar, encuentra un Salem mucho más oscuro y perturbado de lo que recordaba. Pero la peor parte es que encuentra a Mary ya casada con uno de los odiosos guardianes de la moral pueblerina. Ahora bien, todo lo que ella oculta tras ése matrimonio es una de las claves más interesantes de la trama, donde se desata una historia de venganza.

Estas brujas de Salem, lejos de ser las clásicas representaciones de ropajes negros y enormes calderos con brebajes verdes, se asemejan a demonios amorfos que pueden tomar el aspecto de alguna bella mujer para pasar inadvertidas. Para los más impresionables, son ésas criaturas las que causan más escozor, por no mencionar la relación que mantienen con los animales a los que dan asilo y alimento en sus propios cuerpos, y que se arrastran con su rugosa piel por la garganta de cualquiera.

En algunas escenas, el trabajo de los efectos es detenido y cuidado, causando la sensación justa de anticipación en el espectador. En otras, estamos a unos pasos de un gore desprolijo que cae en la tentación de buscar que nos tapemos los ojos y la boca. Más o menos como si los guionistas y productores hubieran acordado mezclar casi todos los componentes del desfile de tramas sobrenaturales que azora la TV por estos días. Una mezcla de American Horror Story con Supernatural, aderezado con un toque de Fringe o Revenge.

Los datos históricos reales habrían dejado el guion servido en bandeja, pero ciertamente hay algunas elecciones que nos hacen dudar. Ciertas actuaciones y diálogos (por ejemplo, uno de los primeros entre el viejo George Sibley y John, donde el “no juzguéis o seréis juzgados” nos hace sonrojar de vergüenza). Pocas veces un episodio piloto fue en sus primeras escenas tan sobreactuado. Por suerte, aparece la bella Janet Montgomery con su leal y misteriosa acompañante, Tituba (Ashley Madekwe) y nos ayudan a despejar un poco las dudas.

Uno de los personajes más acabados es sin duda el de Janet, que comienza como una frágil jovencita intentando ocultar un embarazo, para terminar en una excelente anti-heroína que hace girar todos los misterios de la trama en torno a ella. Por otro lado, Seth Gabel (Fringe) se pone en la piel de uno de los pocos roles sobresalientes de la serie: líder de la caza de brujas y predicador de La Biblia, que en secreto se acuesta con mujeres en un burdel (mientras recita pasajes de Las Escrituras, todo un caso). Su personaje es nada menos que Cotton Mather, un puritano de Nueva Inglaterra, educado en Harvard, recordado por su importante papel en los Juicios de Salem.

Mezclando la precisión histórica con escenas repletas de controversia (el aborto, los pactos con demonios, el sacerdote que se excita practicando un exorcismo y que debe recurrir a prostitutas), Salem se presenta como una serie que tiene la intención efectista de golpear al espectador, dejándolo inmóvil. Y  a veces,  logra lo contrario, haciéndonos desear que termine un episodio que ya por la mitad se vuelve tedioso.

Este drama mediano no es apto para escépticos o para perfeccionistas. Sí, en cambio, para los buenos amantes del gore y de las brujas puede resultar una idea apetecible. Sin duda, cuando no se sabe por qué apostar, se obtiene un producto que parece ser una mezcla irresoluta de varias cosas diferentes.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.