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El 6 de junio comenzó en los cines del Village Recoleta la sexta edición de la Semana del Cine Italiano. La apertura presentó El hombre que compró la luna de Paolo Zucca, una coproducción con Argentina del mismo realizador de El árbitro (2009). El film es una parodia que transcurre en 1969 en la isla de Cerdeña, en la que dos agentes del servicio secreto (dúo con similitudes con Laurel y Hardy) eligen un espía para eliminar a un presunto propietario de la luna, en tiempos en que Neil Amstrong ponía pie en nuestro satélite. El elegido en cuestión es un inepto que debe ser entrenado, que presenta ciertas reminiscencias de Johnny English. Un humor absurdo, surrealista y con frecuente uso del slpastick predomina en la primera parte algo opaca. Hacia el final, la película levanta, se pone más lírica gracias al personaje que compone con gran prestancia Ángela Molina.
Éramos jóvenes y bellos, por otro lado, presenta una relación tóxica entre una madre y un hijo. Ella, cantante rondando los cuarenta, tuvo su momento de gloria hace dos décadas, el veinteañero, la acompaña con la guitarra formando un dúo. Tocan en un bar con muy poca convocatoria, el dueño, un viejo amigo, muy a su pesar les recorta el trabajo ya que el público juvenil busca otros ritmos. Una madre absorbente, invasiva, que se comporta como una adolescente, con una influencia desmedida en la que no sabe imponerse límites, está morbosamente ligada a su hijo, en un vínculo donde no cabe el dicho: “Dar alas y dejar volar”. Ambos intentan amores y emprendimientos por fuera del hogar, pero el cordón umbilical es muy difícil de romper. Buenas actuaciones junto a una atractiva banda musical permiten disfrutar de la ópera prima de Letizia Lamartire.
Una Caserta nada turística, más específicamente en Castel Volturno, invadida por inmigrantes africanos en un paisaje de ríos con costa fangosa, es el marco de El vicio de la esperanza, un relato sórdido que involucra a mujeres embarazadas de color que venden sus hijos para continuar como meretrices. La protagonista, empleada de la organización mafiosa que regentea el comercio de bebés, se desplaza por casas precarias de hojalata rodeadas de basura, o bien construcciones derruidas y abandonadas de cemento sobre una playa que es un vertedero de desperdicios, en lo que podría considerarse un pueblo fantasma abandonado y en degradación. Personajes sin valores morales que no generan ningún tipo de empatía pueblan una historia literal y simbólicamente sucia, decadente, donde reina el desamparo. Un cine emparentado con el neorrealismo, acompañado de canzonetas napolitanas que comentan los hechos, deja abierto sobre el final una luz de esperanza luego de tanto calvario.