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Y un día, llegó el final. Cuatro películas se ¿necesitaron? para darle un cierre a The Hunger Games (Los Juegos del Hambre), la saga protagonizada por Jennifer Lawrence que supo ocupar el trono dejado por éxitos de taquilla como Twilight y principalmente Harry Potter.
Luego de Mockingjay Part 1, un film de transición que preparaba el camino para la tan esperada revolución, arribó a las pantallas del mundo la cuarta y última película que encuentra a Katniss Everdeen y compañía preparándose para la batalla final.
Decir, a esta altura, que dividir el libro en dos películas no tenía sentido, es una obviedad. Esa “tradición” que comenzó con Harry Potter fue copiada por otras sagas como Twilight (ya terminada) y Divergent (próxima a culminar). Pero no hay que dejarse engañar. Esta idea de fragmentar el libro es pura y exclusivamente una jugada económica, comercial. A los productores les interesa el dinero, no la historia ni los fans. Eso queda claro cuando se ven los dos film, por separado, y se hace evidente que no hay justificación narrativa posible para semejante estupidez. Pero lo hecho, hecho está.
The Hunger Games es una gran saga, sí. Pone sobre el tapete cuestiones importantes que nos atraviesan a todos: las estructuras de poder; el rol de los medios; la espectacularización de la realidad, vida y la muerte; la manipulación de las masas y la lucha entre los ricos y los pobres.
Esta saga supo tocar temas que no son pavada, y a pesar de apuntar a un público juvenil (que en gran parte leyó la trilogía), se ganó el respeto de aquellos desconfiados que ya no querían saber nada con las sagas o las novelas young adult porque eran todas más de lo mismo.
La última película retoma donde dejó la anterior. Katniss es el símbolo de una revolución que busca terminar con la tiranía del presidente Snow y cambiar para siempre la situación de Panem. El Distrito 13, con Alma Coin a la cabeza, busca terminar de reclutar a todos los distritos restantes para que la lucha sea equilibrada, ya que no sólo necesitan gente, también necesitan armas y en eso el Capitolio lleva cierta ventaja. Llegar hasta las puertas de la mansión de Snow con chances no es precisamente una caminata por el parque y Coin lo sabe.
Mockingjay Part 2 no anda con vueltas (para eso estuvo la parte 1). La acción y la tensión no se hacen esperar y en esta entrega volvemos a tener un poco de todo aquello que nos cautivó en las primeras: el camino hacia el Capitolio es un juego en sí mismo, y el peligro, los desafíos, las trampas y las muertes están a la orden del día.
Si en la parte 1 el foco estaba en la campaña mediática para vender a Katniss como el símbolo de la rebelión con las llamadas propos, en esta parte 2 el objetivo ya está cumplido (o al menos en parte). A Katniss le queda por convencer a un Distrito de que el enemigo es Snow para que ahora sí, el foco esté en la rebelión misma.
Por supuesto, no importa cuántas bombas exploten, cuántas trampas haya en el camino y cuán complicado sea el camino a la victoria, sigue habiendo tiempo para el triángulo amoroso Katniss-Peeta-Gale, algo que no funcionó muy bien a lo largo de la saga.
Jennifer Lawrence vuelve a destacarse, sobre todo en los momentos de mayor dramatismo (no tanto en los discursos), y está bien acompañada por sus co-stars Josh Hutcherson (actor en ascenso) y Liam Hemsworth. Pero no se puede ignorar la calidad interpretativa, aunque en roles secundarios, de Woody Harrelson, Donald Sutherland (un perfecto Snow), Elizabeth Banks (una gran Effie), Julianne Moore y Philip Seymour Hoffman, cuyo fallecimiento antes de terminar la saga obligó a hacer algunos cambios narrativos, incluso convirtiendo algunas escenas en una especie de homenaje al querido actor.
Sin embargo, y a pesar de que es un buen cierre, el film tiene problemas y esos problemas están directamente vinculados con el libro. Hay decisiones narrativas (no habrá spoilers) que son cuestionables desde el papel y por eso no sorprende verlas en pantalla. Siempre que se estrena una adaptación lo primero que se le discute es si fue o no «fiel» a la base. En este caso lo fue, sobre todo en los baches, y eso – junto con la división absurda- es lo que más le juega en contra.
Hay personajes y situaciones que merecían un cierre más digno. Si las ideas no estaban en la obra de Collins, podrían haber surgido desde el guión. No es ningún crimen correrse del libro si las cosas no funcionan. Es por eso que esta entrega, aunque es mucho mejor que su antecesora, deja algunas dudas en su esperado final.
