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Vasto y profundo como el mar resulta el sexto largometraje de Paul Thomas Anderson. The Master comienza justamente con una imagen del mar: un espacio inmenso, insolvente, que esconde un abismo que tiene estrecha relación con la mente de Freddie Quell. Freddie es un marinero que presta servicio en la Segunda Guerra Mundial. Se puede decir que las cualidades mentales del protagonista no son normales: su forma de caminar, sus modos de interactuar con la gente, sus repentinos ataques de furia, y su adicción al alcohol y al sexo, lo transforman en algo parecido a una bestia. Una bestia salvaje, que se maneja a puro instinto, que ha consumido cualquier señal de humanidad dentro suyo.
Freddie pasa de trabajo en trabajo hasta que, en uno de sus repentinos ataques de inestabilidad, se introduce en un barco comandado por el líder de una secta religiosa, filosófica y mística. La secta se llama La Causa y su gurú es Lancaster Dodd, quien promueve viajes temporales en la mente de las personas para que éstas se reencuentren con sus vidas pasadas. Lancaster verá en ese puñado de nervios que es Freddie su mejor discípulo y al mismo tiempo su conejillo de indias, a quien le hará atravesar los experimentos de su religión.
De a poco, Anderson nos va llevando de un mundo a otro, el de la mente de Freddie al del universo de La Causa. Pero posiblemente, se trate de un sólo mundo en el que la locura de un personaje tenga extrema concordancia con las creencias de Dodd y sus fieles. Anderson tiene la capacidad de hacer de sus películas interesantes ejercicios de hipnosis: sucedía en varios momentos de Magnolia, en las escenas más absurdas de Petróleo sangriento y casi en la totalidad de The Master. En este sentido, el único universo que muestra el director es el que hace chocar la inestabilidad de Freddie con la necesidad casi patológica de Lancaster por poseer a su discípulo.
En The Master parece convivir la ambición de un Orson Welles -como sucedía en Petróleo Sangriento- con el cine de Nicholas Ray. El resultado es una película de una extrema intensidad y oscura en su mirada acerca del poder de la religión sobre las masas.
El film sigue la línea de pretensión que Anderson inauguró con su anterior película. Una pretensión que por momentos parece ser terreno para escenas de un alto carácter absurdo. Si en Petróleo Sangriento, la conversión a la religión impulsada por el personaje de Paul
Dano al de Daniel Day Lewis daba paso a una secuencia casi cómica, en The Master se observa el mismo carácter grotesco (ver sino la escena de Lancaster y Freddie jugando como niños en un jardín).
Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffmann personifican a dos protagonistas que tienen relación con dos actores en dos películas en particular. Por un lado, Phoenix es similar al James Dean de Rebelde sin causa, explosivo, temperamental, errático. Por el otro, Hoffmann se asemeja a James Mason en Delirio de locura -también de Nicholas Ray–, un personaje confiado de un poder superior al del mismo Dios.
En este sentido, a pesar de no haber ni héroes ni villanos, hay metas y motivaciones no del todo objetables. Al fin y al cabo, posiblemente Lancaster Dodd sea un conejillo de indias de su esposa, quien parece ser el verdadero cerebro de La Causa. O la persona quien instiga a Lancaster en ser ese líder carismático y atrayente. Es muy probable que la presión ejercida por el personaje de Amy Adams sea más peligroso -aunque en la superficie engañe su inocencia- que las locuras maníaco-sexuales de Freddie.
El cine de Anderson parece dialogar, en algún aspecto, con las películas de Godard de la década del 60. Si estrellas reconocidas como Brigitte Bardot, Jean Seberg, Jean Pierre Belmondo y Michel Piccoli eran absorbidas por el universo del realizador francés, Anderson efectúa lo mismo con actores reconocidos dentro de la industria hollywoodense. En todos sus largometrajes, los elencos están repletos de nombres populares y de un alto poder de convocatoria. El director se vale de ciertos elementos convencionales pero sin descuidar su particular visión sobre la historia de Estados Unidos.
Anderson hace un film vasto y profundo, complejo tanto en las individualidades de sus personajes como en el choque de éstos. Es una película que mezcla el alcohol, la locura, la religión, la mística, lo esotérico, el sexo, la guerra y la dominación entre los seres humanos. Es una obra arriesgada que combina todos estos elementos sin temor al resultado final. Posiblemente The Master sea como esta mezcla entre alcohol, removedor de pinturas y cualquier líquido que éste al alcance del protagonista: un trago extraño, curioso, pero también atrapante y peligroso.