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True Detective, donde habita el misterio

Por Victoria Barberis

Antes del comienzo de True Detective, muchos se alistaban para ver un buen policial americano sin más. Y si bien es cierto que estamos ante un género muy trabajado (con todo y la clásica estampa sureña), la serie de HBO ha dado con un cambio de perspectiva que no es para cualquiera. Con constantes saltos temporales y con un enigma que se tarda su tiempo en develarse (a diferencia del policial promedio que se maneja con historias cortas resueltas majestuosamente gracias al indispensable ingenio de los protagonistas), estamos ante un relato que se anima a sacudir un poco las estructuras y que se abre paso hacia una nueva tendencia en la manera de narrar.

Sí, hay un poco del clásico policial americano de fondo. Desde el episodio piloto, que inicia con el caso paradigmático que involucra a una mujer asesinada mediante un presunto ritual satánico, podemos vislumbrar algo que quizás hayamos visto antes. Pero por suerte, esta vez no nos encontramos con las consabidas escenas good cop/bad cop, ni nos tenemos que someter a monólogos de falsa genialidad por parte del policía observador y agudo (siempre uno tiene que ser más inteligente que el otro; de la misma manera, tiene que haber uno que sea más atractivo o más carismático. Son las reglas del cliché).

Los protagonistas no son los héroes indiscutidos. Si acaso, se acercan más a la figura del antihéroe imperfecto del que tanto nos gusta hablar ahora. Son personajes complejos, de esos con los que entramos en un debate interno constante a medida que somos testigos del diálogo. Y al igual que Martin Hart (Woody Harrelson), buscamos no caer en las redes de los enmarañados planteos filosóficos de Rust Cohle (Matthew McConaughey). Y como ambos, nos sumergimos en el abismo del misterio que se entremezcla con el hastío de una nubosa y sombría Louisiana.

El relato de esta temporada (recordemos que cada una tendrá un argumento distinto) nos lleva continuamente a 1995, donde nos cuenta cómo Rust Cohle, un escéptico y reservado policía recién llegado de Texas, y Martin Hart se dieron con el caso de asesinato que conmovió a toda la comunidad. Se encuentran con el cadáver de una joven mujer en medio de una escena casi teatral que describe un ritual de magia negra, y de allí en más, comienzan a adentrarse en un oscuro limbo de especulaciones, coincidencias y sigilos. El sexo, la droga y el alcohol también juegan su parte dentro de esta realidad, no sólo alrededor del crimen que funciona como eje narrativo central, sino como elemento fundamental en la vida de los protagonistas, hundidos en la quietud agobiante de un pequeño mundo aislado.

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En un ir y venir, la historia nos transporta nuevamente al tiempo presente, donde ambos policías (ya víctimas del inescrutable paso de diecisiete años) han dejado de trabajar juntos y son consultados separadamente sobre un nuevo homicidio que reúne las características de aquel que supo desvelarlos. Es este relato el que nos conduce por los vericuetos de esta historia, y que además nos permite descubrir el otro hilo narrativo fundamental (y el más atrapante de todos) que se relaciona con el difícil pasado de Rust Cohle: las claves para descubrir al oscuro detective, su adicción, depresión y compleja personalidad.

En este sentido, muchos se aventuran a afirmar que el personaje de McConaughey se perfila como un heredero del premiado Walter White de Bryan Cranston en la próximas entregas de premios.

El juego que propone el gran guionista y creador Nic Pizzolatto es digno de reverencia. Se saca mejor partido al excelente libreto si se observa el planteo desde lo existencial y lo filosófico representado en un extremo (Cohle), para luego contraponer el deseo antagonista de no querer tomar conciencia acerca de algo que habite en otro mundo, lejos de la realidad palpable. Como si no hubiera nada más por descubrir, como si el hecho de abrir esa puerta significara acabar con el mundo como se lo conoce (ejemplificado en Hart, a quien se construye como algo más cercano a un típico papá americano).

A medida que la narrativa nos va envolviendo, nos vamos sintiendo atrapados en un hoyo cada vez más oscuro. Quizás no nos demos cuenta desde el episodio piloto, pero caminamos por un angosto callejón que nos va cercando cada vez más y se va tornando a cada momento más oscuro. Un callejón del que no queremos irnos hasta llegar al ansiado y lejano final.

True Detective sabe transmitir el ingenio oscuro, las verdades a medias que se atrincheran en los casos que tardan meses en salir a la luz. Le comunica al espectador con una sensación de angustia, haciéndose fuerte en los detalles que construyen el espacio y un tiempo que no pasa nuca. Nos deja obnubilados, incluso cuando apuesta a lo grotesco (los ruidosos sorbos de cerveza, las ásperas pitadas de cigarrillos, los diálogos en susurros, la decadencia de las viviendas y de las calles, la desidia en todas sus formas) para hacernos vivir una realidad que durante una hora a la semana se convierte también en la nuestra.

El relato lento es la mejor herramienta del guion para transmitir el tedio de la vida sureña, la monotonía y la idea de que los días se pasan sin más. La construcción del espacio es uno de los elementos de peso, así como la lentitud con la que transcurre la vida, la mediocridad, la vaga percepción de que se está aislado de un mundo exterior provocan la sensación de encierro, de falta de aire. Una existencia miserable de la que se escapa con sexo, borracheras y otros vicios.

Las imperfecciones (y aquello que se pudiera considerar como alguna falla menor) no son debilidades en este caso: la serie es consciente de ello y lo utiliza a su favor. Se sabe una ficción que camina en terrenos peligrosos, pero lo hace adrede: en la parsimonia del transcurso de la historia, en la retorcida sensación que produce este Matthew McConaughey hiperdramático y hasta en la cuestión que muchos se plantean sobre si este es este el cast ideal. La creación de Nic Pizzolatto se ríe de eso, lo usa a su favor y sale a la luz con una idea imperfecta, honesta y más inteligente que sus compañeras de género.

Con True Detective no funciona aquello de que hay que esperar hasta la próxima temporada, o a ver cuál es su destino ante el cuidadoso escrutinio de las mediciones de audiencia. Cada capítulo es, independientemente de lo que le depare la suerte, una gran historia en sí mismo, una pieza fenomenal de una narrativa atrayente y a la vez glacial y distante. Quizás sea por aquello que tanto se debate acerca de que la calidad de las series supera hoy en día a la de las películas. Sea como fuere, Pizzolatto y estos dos detectives nos han metido en su bolsillo durante esta temporada. Esperaremos ansiosos las otras piezas de esta antología.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.