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True Detective, todo vuelve a comenzar

Por Victoria Barberis

Hay una delgada línea que divide a las series entre indiscutibles obras maestras y somníferos pretenciosos que, bajo el mote de no ser para todo público, se despachan con planos eternos y momentos reflexivos con pausas inexplicables. No sabemos bien dónde deja esta línea a True Detective. Lo que sí sabemos es que todo el concepto de la serie –que nos propone contarnos historias a modo de antología- es lo verdaderamente atrayente, es lo que nos convencerá siempre (y hasta que dure) de volver una y otra vez para conocer qué nueva faceta del oscuro mundo detectivesco tiene para contarnos. No importa el ritmo, la complejidad o lo atrapante que pueda ser cada nueva historia propuesta por separado, importa que no podemos resistirnos a todo el concepto en general.

La segunda entrega de esta serie fue uno de los acontecimientos más esperados en materia de televisión para el 2015. Es que durante la primera temporada, Rust Cohle y Martin Hart, magníficamente llevados a la pantalla por Matthew McConaughey y Woody Harrelson, nos envolvieron en la trama de un modo tan adictivo que casi no pudimos resistir el final. Para salir nuevamente a escena, hubo que cambiar un poco las cosas y se introdujo un elenco más inclinado hacia el reparto coral, entrelazando las vidas de cuatro personajes e introduciendo a una mujer en el plano principal de la historia.

Y sí. Para muchos tal vez True Detective se cree demasiado. Nos presenta esos largos planos y nos representa una y otra vez de la manera más simbólica posible la quietud, la desesperación, la tristeza, todas las bajezas humanas. Y hay otro tanto que cree que todo esto se debe a que la segunda temporada sufre en comparación, después de lo que resultó ser casi una obra maestra a los pies del dúo estelar de la primera. Lo más probable es que sea un poco de las dos cosas, pero en todo caso, deberemos recordar que durante los primeros episodios de aquella temporada inicial, también andábamos entre perdidos y deslumbrados por todo ése simbolismo y ése halo de misterio bastante raro y atrapante que se nos presentaba.

Y también es cierto que comparar las dos entregas es un grueso error: para poder jugar con esta serie, debemos entenderla como una propuesta nueva, donde cada parte se despega en absoluto de la anterior, manteniéndose tal vez unidas en un punto solamente por una especie de hilo invisible que finalmente terminará de hermanarlas a todas bajo una temática similar. Pero la segunda temporada debe y precisa ser entendida como otra cosa por separado, y si resulta inevitable la tentación de evocar a Rust Cohle, es porque no estamos buscando en lo profundo del concepto y porque estamos atados al formato clásico de visionar series con continuidad (¡qué difícil que es dejar ir a los personajes!). Es un poco absurdo preguntarnos si esta True Detective está a la altura. ¿A la altura de qué? Si en realidad, no tenemos nada con qué medirla.

Poder volver a una nueva temporada con un éxito arrollador y mantenernos en vilo durante todo un episodio piloto que es poco más que un despliegue magnífico de calidad visual para luego atraparnos y arrastrarnos hacia las cavernas de toda esta segunda temporada, significa que True Detective ya ganó. La segunda temporada de True Detective ya ganó, así como lo había hecho la primera y como muy posiblemente lo haría una tercera y una cuarta. Pocas series tienen la opción de hacer borrón y cuenta nueva y hacerlo tan bien.

En esta oportunidad tenemos un abanico más amplio de historias individuales, todas ellas con la misma dosis de oscuridad que esperamos y que sabemos que caracteriza a esta propuesta creada, escrita y producida por Nic Pizzolatto. Y si vamos a hablar del libro y de la producción, de más está decir que estos son los aspectos que deben mantenerse impecables para sobrevivir en HBO y en el fino paladar del televidente de este tipo de ficciones. El guion nos va llevando por los grises rincones del pasado y presente de Ray Velcoro, Frank Semyon, Ani Bezzerides y Paul Woodrugh. Y lo que en un momento nos desorienta, en otro momento nos hace comprender que en el fondo todo está unido, todo cobrará sentido. Solo resta esperar a que las manos mágicas que tejen esta trama nos muestren lo que bien saben hacer.

Está claro que más allá de lo que nos ha ofrecido Pizzolatto con anterioridad, el elemento que nos dejó encandilados desde el anuncio de la segunda temporada fue este reparto, encabezado por Colin Farrell y seguido de cerca por Taylor Kitsch, Vince Vaughn, Rachel McAdams (estos últimos resultaron dos nombres más que intrigantes al tratarse de un drama de estas características, definitivamente teníamos que ver cómo resultaba esto).

En la ficticia ciudad de Vinci, conocemos en primer lugar al detective Ray Velcoro (Colin Farrell) y lentamente nos vamos adentrando en los complejos y traumáticos ribetes de su pasado, a la vez que vamos uniendo los hilos para descubrir su relación en los años anteriores y en el presente con un acomodado mafioso, Frank Semyon (Vince Vaughn).

Por otro lado, conocemos a Ani Bezzerides (Rachel McAdams), otra agente que vive (y sobrevive) por su trabajo, llevando a cuestas una familia y una infancia compleja. El tercer detective/policía en cuestión es Paul Woodrugh (Taylor Kitsch), un hombre que patrulla las calles y que además de cargar oscuros recuerdos de su pasado como militar, se ve perseguido por un escándalo que ha estallado en la prensa y que le costó su prestigio y su empleo.

Hacia el final del primer capítulo, las vidas de los cuatro protagonistas se cruzan cuando Woodrugh encuentra sin querer el cadáver del funcionario Ben Caspere al borde de la autopista. Ante la presunción de asesinato, son convocados al lugar el detective Velcoro, como encargado de la investigación de su desaparición, y Ani, por producirse el asesinato dentro de su jurisdicción. Este caso se mezcla los intereses de varios sectores poderosos de California, donde aparece (como era de esperar) el empresario Frank Semyon.

Aunque lo que caracteriza a True Detective gire en torno al contraste de luz y oscuridad y resguarde una trabajo profundamente filosófico, podemos inferir que en esta nueva entrega, la serie de Pizzolatto ha bajado un escalón. Claro que hacer un paso hacia atrás no siempre va en desmedro de la calidad: los largos planos que nos quieren decir todo el tiempo algo están ahí, como también lo está el enorme trabajo desde el guion y desde lo visual para construir un relato complejo (qué decir de ésa escena en la que se juega con los rostros de Vaughn y Farrell). Pero sí es cierto que hay menos de complejidad psicológica/filosófica en virtud de hacer de este un show (sí, un show) y no tanto una serie para un selecto grupo de televidentes. True Detective busca dar ése pequeño paso desde lo completamente filosófico hacia lo convencional, sin que se note, sin que se pierda ésa gama de grises profundos que la caracteriza.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.