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Un gallo para Esculapio, lo mejor de la industria nacional

Por María Rosa Beltramo

La receta es sencilla: buen libro, actuaciones comprometidas y dirección impecable. El resultado es una serie atractiva que se puede ver  a cuentagotas  como en el pasado reciente o de un tirón, del modo que  acostumbran hacerlo los espectadores desde que se inventó el streaming  y llegaron los atracones. Un gallo para Esculapio tiene seguidores  tranquilos que esperan los martes de TNT o los miércoles de Telefé y ansiosos que a través del on demand o el flow de Cablevisión devoraron los nueve capítulos de la historia de la productora Underground.

El Esculapio del título es Luis Brandoni, un actor que probó todas las cuerdas de un oficio  que le sale con naturalidad y que parece haber encontrado un guión a la altura de sus pretensiones. El argumento carece de complejidad pero los personajes sí tienen espesura dramática y múltiples facetas; Nelson (Peter Lanzani) llega a la Capital Federal desde su Misiones natal en la búsqueda de su  hermano Roque, sin más equipaje que Van Dan, un gallo de riña al que trata con el afecto de una mascota, la delicadeza de un confidente y la dedicación de un entrenador. En el camino -plagado de obstáculos- conocerá a un gallero,  dueño del escenario donde los animales se enfrentan y beneficiario de las apuestas que corren en un ambiente cargado de electricidad y de desconfianza.

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El Chelo Esculapio regentea un modesto lavadero de autos pero sus ingresos proceden de las actividades de la banda de piratas de asfalto que maneja con rienda firme, en la que destacan sus lugartenientes Yiyo (Luis Luque), El Viejo (Ricardo Merkin) y en la que despliega su entusiasmo y ferocidad juvenil Loquillo (Ariel Staltari), su primogénito.

Bruno Stagnaro, director y  co-libretista junto a Staltari, y con la producción de Sebastián Ortega, aprovecharon el desarrollo de la historia para mostrar en toda su colorida dimensión el conurbano bonaerense. Desfilan por esa geografía  superpoblada representantes de colectividades tradicionales, como la boliviana y de los países africanos que en la última década llegaron atraídos por las posibilidades que ofrece una de las megaciudades más rica de Latinoamérica.

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En esa escenografía populosa y abigarrada, Brandoni hace maravillas con un personaje  que, deliberadamente, se han ocupado de apartar de los estereotipos. El Chelo es un hampón activo aunque ha excedido con creces la edad jubilatoria y se presenta también como un tipo de códigos, padre veterano de un alumnito de jardín y entre sus varias actividades  legales y de las otras, alguien que se hace tiempo para preocuparse por el lenguaje.

Nadie esperaría que la misma persona que se juega la vida en un auto desvencijado, mientras le exige velocidad al conductor para bloquear el paso de un camión, fuera el que un minuto antes le recrimina a los jóvenes de su banda la jerga tumbera que emplean y que oscurece el discurso hasta volverlo ininteligible. Puesto a justificar el empleo que le da al misionero que acaba de conocer, Esculapio asegura que “el pibe es correcto y habla clarito; a él se le entiende todo”.

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El Luis Brandoni permite regocijarse con los matices que los guionistas pretendieron darle al relato. En casi toda su extensión genera temor y rechazo pero sabe, como pocos, exhibir con un par de gestos y  de miradas, su costado vulnerable. El personaje pisa los 70 años y está casado con una mujer más joven (Julieta Ortega) con la que tiene un hijo que concurre a un jardín bilingüe. La reunión de padres con la teacher merecería figurar en cualquier semanario de actuación. El desconcierto del hombre duro, feroz, resuelto  cuando se acerca el fatal minuto en el que le tocará, a pedido de la maestra, presentarse en inglés y cantando, es antológico.

Aquel jovencito que empezó a pisar fuerte en los 70 con “La Tregua”, da clases, sin hablar, mientras la madre de la sillita contigua arranca con el  tradicional “Hello/ hello…¿what’ s is your name?”. No es un asunto menor el ejercicio  simultáneo de la jefatura de una  organización que en cinco minutos despoja a un camionero de una carga millonaria y la paternidad ¿responsable? de un joven delincuente al borde del estallido y un tierno infante para el que planifica, aparentemente, un futuro honesto y luminoso.

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De los que ordenan sin gritar y chapalean en aguas mugrientas tratando de emerger sin rastros de suciedad, el protagonista indiscutido de “Un gallo…” construye una relación  atractiva con Nelson, un Peter Lanzani que confirma su condición de joven promesa en la piel del provinciano que llega sin brújula a la gran ciudad, con un objetivo claro y un puñado de convicciones que a veces lo alejan y otras lo acercan hasta mimetizarlo con la particular fauna que trabaja a las órdenes del Chelo.

En el elenco de “Un gallo para Esculapio” hay actuaciones parejas –además de los protagonistas destacan Luis Luque y Eleonora Wexler– y una historia bien urdida que se va desmadejando con cuidado, con algunas cuestiones secundarias que enriquecen el corazón del relato y que permitirán, probablemente, una segunda temporada.

María Rosa Beltramo

Periodista, trabajo en Cadena 3 y escribo un blog que se llama "Maravillas de este siglo".