Te recomendamos:
Ver a Chris Evans en otro papel que no sea el de Capitán América es complicado. La calza azul francia y el escudo salvador, sumado a facilidad para la destrezas, lo plantean como una fija en películas de súper héroes. Esa mono gestualidad, de actor clásico, lo encasilla en el género de fantasía y acción. Por eso, verlo en otros géneros cinematográficos, resulta extraño. Me pasó en dos películas: Contando a mis ex –la salva la gran Anna Faris- y Before We Go. La primera, una comedia pasatista y la segunda, un dramadie un tanto aburrido. Evans intenta, le pone garra, pero parece no sentirse cómodo fuera del universo Marvel. Es atractivo y tiene una sonrisa de galanazo, pero aun así no trasmite demasiado. El amor, las desgracias, la ira, todo le pasa por su cara con igual énfasis, es un actor clásico, ya todos los sabemos, pero a diferencia de otros colegas –se me viene a la cabeza el gran Hugh Jackman- parecería reacio a otros géneros.
En un Don excepcional, una película de “verano” del cine mainstream, le tenía toda la fe a Evans, le tenía confianza más que nada por su director, Marc Webb –todos amamos 500 días con Summer– quien maneja el ritmo en sus películas de una manera amigable, pensé que bajo su dirección todo podía cambiar. Pero no, de hecho fue un poco frustrante no salir conmovida, me sentí incluso traicionada a mí misma de no sucumbir ante la bien llamada lágrima: tío soltero al que le quieren sacar a la sobrina que cría hace años, de eso va la historia. Evans (Frank) es profesor de filosofía pero la muerte de su hermana lo ha desbastado, está solo en la crianza de Mary (McKenna Grace) una niña de ocho años que vive con él en Florida.
La crianza, poco convencional, cambia cuando decide hacer que la niña empiece a socializar con otros pares y la manda a la escuela. Allí el “don excepcional” se hace tangente: ella es prodigio en matemática, desde ahí todo se vuelve un problema. De repente aparece la abuela millonaria, una señora paqueta que no ha visto a la muchachita desde que nació y pone en jaque la convivencia de Mary con su tío que no puede darle lo que económicamente sí puede darle la abuela. En el medio, aparece una relación entre el Evans y la maestra de la pequeña, vínculo que resulta un tanto forzado.
Porque en Un don excepcional los diálogos, las risas, los abrazos, todo parecen artificios. Las conversaciones entre Frank y Octavia Spencer, la eterna vecina buena onda en varias películas, son de una cursilidad elocuente. “Te la van a sacar” dice ella casi mirando a cámara, a lo que Frank le contesta “quiero que tenga una vida normal” y calla.
A Un don excepcional le falta un shock de adrenalina, es como si todo sucediera sin profundizar demasiado, no es que aquí se exija el golpe bajo, de ninguna manera, pero un guión más sanguíneo, mas enérgico, le hubiese propiciado a la película una dinámica que la saque del modo “aburrido”. Sin pena ni gloria, Un don excepcional es una película soporífera que ni siquiera el carisma de la infante McKenna Grace -lo mejor de la película- logra salvar.