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En los años ’50 y ’60 prevalecieron las series de televisión del género fantástico en su variante realista, aquella que los argentinos reconocemos en la tradición literaria de Julio Cortázar, Abelardo Ramos, Adolfo Bioy Casares o Jorge Luis Borges, y que básicamente, consiste en relatos cortos en los que personas comunes y corrientes se ven involucradas en algún tipo de acontecimiento o fenómeno inexplicable o cuya explicación implica romper con la lógica de lo probable y lo posible. Se trataba de series en las que lo fantástico aún no estaba totalmente delimitado del género de misterio e incluso de horror y que de la mano de Rod Serling (The Twilight Zone, Rod Serling’s Night Gallery) y Alfred Hitchcock (Alfred Hitchcock Presents) iniciaron una saga cuyos títulos más conocidos fueron The Outers Limits y Kolchak: The Night Stalker. Con el tiempo estas series fueron abriendo nuevos géneros televisivos encontrando cada uno de ellos su propia estética y estructura narrativa.
En las últimas décadas, estos géneros televisivos oscilaron entre estilos vinculados a la ciencia ficción, al drama conspirativo gubernamental, la invasión alien, lo sobrenatural o las más modernas ficciones de encierro abierto (la isla, la villa aislada o la estación polar) todas ellas más o menos apocalípticas. Pienso en series como X-Files, Lost o Fringe pero también en Persons Unknown y The Prisoner (en versión UK y USA).
Estos estilos se trasladaron al cine, sea bajo la forma de la remake, la reimaginación o la transposición y de ahí al videojuego como es el caso de Silent Hill. En estas tres últimas composiciones nos encontramos con un clásico de la literatura fantástica, la del pueblo o lugar del que el protagonista no puede salir. El protagonista está atrapado en algún lugar de encierro abierto, no sabe cómo llegó ahí ni por qué, se encuentra transplantado entre una población o grupo de personas que actúan como si toda esa situación fuera normal y cotidiana y no encuentra ninguna explicación a lo que le sucede, todo ello en distintas variantes argumentales de la invariante estructural que define al subgénero.
Y aquí es cuando llegamos a la esperada serie Wayward Pines (FOX) que consiste básicamente en una reactualización de ese género televisivo fantástico originario en la modalidad de pueblo sin escape posible (Persons Unknown y The Prisoner) con toques tomados prestados (homenajes dirán los productores) a Lost y Fringe. La serie, pautada inicialmente para diez episodios, tiene como principal carta de presentación la participación como productor, director y guionista del cineasta M. Night Shyamalan (The Sixth Sense, 1999; Unbreakable, 2000; Signs, 2002; The Village, 2004; Lady in the Water, 2006; The Last Airbender, 2010; After Earth, 2013) que ha trabajado en la adaptación de la novela Pines, best-seller, de Blake Crouch.
En cuanto al casting, el rol protagónico está a cargo de Matt Dillon (Agente Especial del Servicio Secreto Ethan Burke) acompañado por Carla Gugino (Agente Kate Hewson), Toby Jones (Doctor Jenkins), Juliette Lewis (Beverly) y Terrence Howard (Sheriff Arnold Pope), todos ellos encarnando personajes complejos que en conjunto construyen con sus actuaciones gran parte de la atmósfera bizarrra y asfixiante del apacible pueblo de Wayward Pines.
Como en todos estos casos hay una misión secreta y un agente secreto, Ethan Burke, que se encuentra investigando las misteriosas desapariciones de dos de sus colegas y que termina sin saber como ni por qué en este extraño pueblo del que no hay manera de salir. En cuanto a lo argumental una cosa que me llamó la atención es que el episodio piloto, a diferencia de otras series del género que van revelando detalles de la trama poco a poco y episodio a episodio, supone una catarata de información sobre el telespectador que, incluso, contesta preguntas que ni siquiera hemos tenido tiempo de plantearnos y que nos permiten, al finalizar el episodio, tener una idea más o menos general de lo que ocurre y por qué ocurre. Otra cosa es el parecido de familia entre la situación del protagonista antes de que ocurra su secuestro, que conocemos a partir de varios flashbacks, y la de Sam Tyler el protagonista de la serie británica Life on Mars.
Muchas referencias en juego, muchas citas, muchas marcas que apelan a la memoria histórica del televidente de series. De modo que esperamos un giro argumental drástico en el segundo episodio y ahí sí encontrar la originalidad que el piloto deja en cuestión. Es como si en este primer episodio se hiciera un recuento de todo lo que ya se ha visto en televisión sobre este subgénero, a manera de inventario y como para inscribir a la serie en una tradición y un género pero que nos va a sorprender en los siguientes episodios. Esperemos que sea así.