Series

El confort de las series mediocres

Por Hugo Pastor

En las últimas décadas las sitcoms han adquirido cierta reputación crítica que desafía su propio propósito. Seinfeld, considerada por muchos como lo más alto a lo que llegó el formato, utiliza las convenciones propias del género solo como trampolín para fines más elevados. Era más inteligente que el resto de las comedias, su construcción se apoyaba mucho en diálogos intrincados, sutilezas culturales y circunstancias inverosímiles que en la situación romántica de sus personajes principales. Lo mismo podríamos decir quizás acerca de Los Simpson, al menos si olvidamos las últimas temporadas.

Las redes sociales, la comunicación permanente, la proliferación viral de blogs y sitios Web girando en torno a los medios televisivos y subiendo recaps a la media hora de haber terminado un episodio, criticando y analizando cada aspecto de los mismos, la pregunta a primera hora de la mañana «viste el último capítulo de…» (que debemos contrarrestar con auriculares para evitar spoilers no deseados): todo agrega un peso innecesario a la elección y disfrute de una serie. «¿Como que no te gusta tal serie? ¿Y esa cuál es? ¿En qué temporada van? No entiendo como podes ver tal serie y no tal otra».

Se volvieron nuestras favoritas en una época en la que nuestras preferencias no eran algo sujeto al escrutinio público sino simplemente algo que se podía disfrutar sin culpa

Seinfeld fue diferente por naturaleza, mientras que ahora prácticamente todas las comedias intentan serlo por necesidad: el formato pseudo-documental de The Office; la intimidad de la pseudo-entrevista de Modern Family; o recompensar mediante chistes de otra forma invisibles a los televidentes con mayor conocimiento de referencias a la cultura pop, como sucede en Community. ¿Les quita esto algún mérito? En absoluto, son productos brillantes, muy refinados e incluso un tanto incomprendidos.

Pero ¿qué sucede con todas esas otras series no tan brillantes, que en su momento se valían de argumentos mucho más débiles pero que de todas formas gozaban de humor en cantidades suficientes para arrancarnos carcajadas? Hablamos de gemas poco conocidas como Just Shoot Me, NewsRadio, Son of the Beach, Carpoolers o tantas otras que, por no apuntar a la profundidad de algunos de sus contemporáneos, eran notoriamente más chatas. Su estructura resultaba sencilla y descaradamente repetida, con elementos comunes a todos los episodios, pocas sorpresas, previsibles, pero repletas de gags novedosos para la época. Ningún personaje intentaba representar un sector de la sociedad o una etnia cultural, simplemente eran lo que eran. Y con eso nos bastaba para reírnos e identificarnos más que nunca con ese pobre diablo de trabajo mal pago y nula relevancia fuera de las puertas del estudio de filmación.

Los mismos atributos que les evitaron alcanzar la cúspide la crítica socio-cultural son los mismos que las hicieron sitcoms tan maravillosas: no son series que atesoremos y seamos capaces de ver una y otra vez por su relevancia cultural, por su presencia continua o por su estatus de clásicos poco reconocidos. Las vemos simplemente porque nos gustan. Son un placer egoísta, ni siquiera podemos darnos el gusto de utilizarlas como material de conversación porque las probabilidades de encontrar otro televidente (ni hablar de otro fanático) son extremadamente bajas, aún en esta época de nostalgia y revival de la cultura pop.

El gran deleite está en reencontrarse con viejos episodios aún a pesar de saber exactamente qué es lo que va a suceder. Claro que el tiempo pone cosas en perspectiva y uno termina juzgando ciertos chistes y situaciones con cierta madurez o baggage emocional, sutilezas de los escritores solo apreciables desde la experiencia de la vida.

No son series que atesoremos por su relevancia cultural o por ser clásicos poco reconocidos.Las vemos simplemente porque nos gustan

Esas series se volvieron nuestras favoritas en una época en la que nuestras preferencias no eran algo sujeto al escrutinio público y que debíamos defender frente a un jurado de pares, sino que simplemente eran algo que se podía disfrutar sin culpa. Y como sabemos exactamente cuántos capítulos tiene, cómo comienza y cómo termina, no existen spoilers que puedan entrometerse en la diversión, ni el miedo irracional a que la serie sea cancelada luego de un puñado de episodios.

Dicen que la risa es la mejor medicina, y estas comedias nos daban exactamente eso sin pedir mucho a cambio. Durante la media hora que dura cada episodio podemos sentirnos familiarizados y sorprendidos en las mismas proporciones, viendo a estos personajes maravillosos interactuar entre sí de la peor forma posible hasta que los créditos y la música de final del episodio actuasen como señal de reset, acomodando todo nuevamente para empezar desde cero el próximo episodio y garantizando risas y confort por media hora más.

Y así, durante todas las horas que dure la maratón íntima de nuestra serie mediocre preferida.

Hugo Pastor

Runner. Maratonista. Triatleta en construcción. Blogger amateur. Software developer. Pero, por sobre todas las cosas, cordobés.