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El Instituto Italiano de Cultura cuya sede se encuentra en Marcelo T. de Alvear 1119 posee en el tercer piso una sala multipropósito. Es biblioteca, salón de actos y cumple también la función de cinematógrafo, para lo cual se arma una pantalla mal ubicada, ya que una de las bellas arañas que engalanan el salón obstruye la visión del sector superior izquierdo de la proyección.
Bajo esas condiciones se exhibió Bodo, una biopic de Eugeniusz Bodo, artista multifacético nacido en Suiza pero que triunfó en Polonia en las décadas del veinte y treinta del siglo pasado. Considerado el Clark Gable de los eslavos o también llamado el Maurice Chevalier polaco por los yugoeslavos, se destacó como bailarín, actor y cantante en el teatro de varieté y music hall, para luego extender su fama de comediante y trascender fronteras a través del cine.
Llama la atención, en épocas en que las biografías se concentran en un momento específico de las vidas retratadas como el caso de Marshall (Reginald Hudlin – 2017), Paula (Christian Schwochow – 2016), Django (Etienne Comar – 2017), que Kwiecinski haya decidido abarcar un período de casi treinta años (1916-1943) en apenas cien minutos.
Narrada de manera cronológica al estilo clásico a tono con la época en que vivió, el director no busca ningún recurso estilístico a modo de metáfora o simbolismo, tan solo se apoya en la fuerza de los números musicales que abundan y sorprenden por su variedad y colorido. Sus primeros intentos en Lodz donde es echado por el padre de su teatro, los inicios dos años más tarde en Varsovia, su despegue a principios de los veinte y los triunfos un decenio después son matizados con sus múltiples romances. Buen mozo y conquistador, las mujeres se rendían a sus pies, ya sea su partenaire de turno, la exótica tahitiana Anna Chevalieur protagonista de Tabu (1931) de F. W. Murnau o Ada su amor eterno ya casada y con dos hijos.
El film lo muestra como un hombre emprendedor que fundaba compañías productoras, abría a principios de 1939 un café artístico, y también como un creador siempre a la vanguardia en sus espectáculos, el artesano que improvisaba con ingenio cuando una actriz se le retobaba. Su confianza y el amor al país que lo acogió le jugaron una mala pasada durante la Segunda Guerra Mundial, al demorar su decisión de marcharse a Hollywood. Engatusado por los rusos, lo toman como prisionero, con la escusa de ser un agente de las fuerzas aliadas debido a su último film sobre un espía que criticaba el fascismo. Condenado, muere de hambre en 1943 cuando es trasladado a un campo de concentración en el Gulag soviético.
Bodo es un importante aporte del séptimo arte polaco, casi inexistente en las pantallas rioplatenses de un tiempo a esta parte, al acercar al público las virtudes de una estrella muy popular prácticamente desconocido en estas latitudes con un género, el musical, poco abordado por la cinematografía al este del río Oder. A cien años de la independencia polaca, Bodo a su manera no deja de ser un canto a la libertad y a la libre expresión. Valoración: Muy buena