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Fargo, el país de nunca jamás

Por Luis García Fanlo

Fargo es la historia de un hombre común y corriente, un don nadie, alguien que durante toda su vida fue ninguneado, humillado, discriminado, insultado, agredido y maltratado, objeto de violencia física y simbólica por parte de su esposa, hermano, compañeros del colegio, el jefe de la oficina donde vegeta vendiendo seguros sin suerte ni talento siquiera para eso.

Ese hombre, Lester Nygaard (Martin Freeman), solo existe para ser el punto de apoyo y el blanco de una sociedad tanto o más mediocre que él, una sociedad de don nadies donde, sin embargo, algunos han logrado colocarse al tope de la cadena alimenticia ocupando cargos públicos, cometiendo ilegalismos o sencillamente por ser corpulentos y pendencieros. Quienes hacen de la vida de Lester Nygaard un constante infierno cotidiano no son ni mejores ni diferentes a él, pero a él le ha tocado ese lugar y se lo hacen vivir como si fuera algo natural, obvio, evidente, irreversible.

Hasta que un día, por azar, conoce a un hombre que es exactamente su antípoda, un asesino a sueldo que probablemente sea originario de Fargo (Dakota del Norte) pero que por razones de su oficio está de paso en Bemidji (Minnesota), un pueblo de apenas 13.400 habitantes y cuya principal referencia consiste en ser la capital del Curling. Este hombre inusual, que a nada teme, que no tiene ley pero sí códigos propios, que no deja que nadie le imponga nada, que hace lo que le place y cuando le place, es Lorne Malvo (Billy Bob Thornton), un lumpen por su vestimenta y su modo de vida aunque no por sus modales y su cierta ilustración.

El cruce entre estos dos hombres se constituirá en un acontecimiento que cambiará radicalmente la existencia de Lester Nygaard pero en formas que lo llevarán a una y otra contradicción de modo tal que la ruptura de su posición de dominado lejos de emanciparlo lo enreda cada vez más en una trama cuyo resultado es incierto y seguramente será trágico.

Fargo es el país de nunca jamás porque así lo viven sus habitantes, aplastados por la cotidianeidad que no les deja ver lo que está ocurriendo en el pueblo a excepción de la oficial de policía Molly Solverson y el agente Gus Grimly que van asumiendo la necesidad de dejar de ser sujetos pasivos y tomar el coraje de enfrentar y no dejarse llevar por el acontecimiento.

La crítica norteamericana se ha dividido con respecto a la serie de televisión Fargo: ¿es discriminadora o transgresora? ¿cuál es el límite entre el uso irónico de ciertos estereotipos construidos sobre algunos grupos humanos y su estigmatización por el solo hecho de ser habitantes de una ciudad, una región o determinada zona geográfica? ¿Fargo ser ríe de los habitantes de Minnesota o lo hace con ellos? Yo creo que Fargo, en estos primeros episodios emitidos hasta el día en que escribo estas líneas, solo tres, está en una zona de indeterminación que hace imposible contestar estas preguntas.

A solo tres episodios de comenzada la serie está instalada en el umbral entre la ficción y la no-ficción y entre la descripción de una realidad social y su naturalización como algo dado de una vez y para siempre. Habrá que esperar, porque hay relatos que solo adquieren significación cuando terminan y no antes y esa conclusión aún es absolutamente imposible de predecir o anticipar, lo cual ya es un enorme mérito de esta producción de los hermanos Cohen y que fue pensada, creada, elaborada por Noah Hawley (Bones).

Pero en realidad yo creo, y puedo estar equivocado, que las preguntas que todos se hacen no son las correctas y que la cuestión no está en analizar, juzgar o interpretar si el discurso de la serie Fargo es discriminador o transgresor, fascista o emancipador, de derecha o de izquierda, sino algo polivalente, reversible, fluctuante, a modo de un inestable equilibro de fuerzas que pugnan dentro del relato sin pretensión de causar fuera del mismo, en la audiencia, ningún efecto en particular.

En otras palabras, creo que no hay un mensaje inequívoco por parte de quienes han creado esta historia como no la había en la película cinematográfica producida y creada por los mismos hermanos Coen, y que solo tiene eso en común con la serie de televisión. De modo que creo que cada uno de los que vemos Fargo, la serie, seremos desde el lugar en que estamos, los que tendremos que sacar conclusiones que ya no serán las del relato sino sobre los efectos de ese relato sobre nuestras subjetividades.

Por lo menos desde aquí, la lejana Buenos Aires y la lejana Argentina de ese pequeño pueblo del Estado de Minnesota, en los Estados Unidos de América, tan distantes y diferentes en la distancia geográfica pero quizás muy cercanos, demasiado cercanos, en lo que se refiere a personas como Lester Nygaard, Lorne Malvo, Molly Solverson y Gus Grimly. Porque todos en alguna medida vivimos en Fargo, el país de nunca jamás.

Luis García Fanlo

Luis E. García Fanlo (Buenos Aires, 1957) Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo (UBA). Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG-UBA). Investigador del Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (UNR).