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El pasado veintiuno de mayo el hospital Princeton Plainsboro vio partir por última vez a su hijo prodigo, el artero e intuitivo -con destellos psicópatas- Gregory House, rol interpretado sublimemente por Hugh Laurie, dando por finalizada una de las mejores series de todos los tiempos, definitivamente de estas últimas décadas.
El doctor que a lo largo de ocho años supo volvernos adictos por mostrarse despojado de limites, narcisista, cínico, irónico, inmoral y tantas otras cualidades que nos atrapaban por ser la representación de todo aquello que -siendo honestos- nos encantaría ser, a pesar de sus vicios y degeneraciones.
Paul Attanasio y David Shore, las mentes detrás de la serie, crearon no solo a este personaje fantástico, sino que fueron capaces de dar vida al universo de sujetos que rodeaban a House perfectamente, tanto así que ya individualmente eran cautivantes.
La concepción de este nuevo doctor que a modo de Sherlock Holmes descifraría, capitulo tras capitulo, intrincados enigmas para llegar a diagnósticos puntuales, que solo una mente brillante como la de este doctor podía lograr, fue solo la premisa inicial de la serie que luego comenzaría a ganar complejidad, con conflictos de índole psicológicos hasta filosóficos, muchas muertes, amores y desamores, entrada y salida de distintos personajes que influenciaban -y eran influenciados- por Gregory House, quien brindaba su mirada singular a todo esto.
El capitulo final releva esta rica historia, lo que dio lugar para que mucho de estos soberbios personajes pudieran reaparecer para despedirse a su manera, analizando las acciones y pensamientos de House, dentro de la paranoia a la que nos tiene acostumbrados nuestro extraño doctor.
Pero para entender la conclusión de la trama tenemos que remontarnos y tomar para análisis los últimos cinco episodios, desde que James Wilson -su John Watson, representado majestuosamente por Robert Sean Leonard-, le informa a nuestro protagonista que tiene cáncer en estado dos -avanzado-, acá vuelve la ironía de los creadores al enfermar de cáncer al bondadoso oncólogo.
A partir de ese momento la angustia se apodera por completo la serie, aquel amigo incondicional, conciencia y la única relación que pudo mantener a pesar de ser la antítesis de House, se moría. Los diálogos entre ambos en los capítulos que le siguen son para coleccionar, no solo por la carga emotiva que despierta para los amantes de la serie ver como sus héroes se debaten por la pérdida venidera, sino por el excelente nivel actoral y el complejo entramado de la discusión. Y cuando todo parecía arreglado para pasar los últimos meses de vida de Wilson juntos aparece el giro final, por causa de la estupidez de House, quien le juega una broma al Dr. Foreman haciendo colapsar medio hospital, viola su libertad condicional y tiene que volver a prisión.
Everybody Dies, episodio que consuma la serie, es el broche de oro que necesitaba una serie como esta, resolvemos todos juntos el último acertijo, resolvemos a Gregory House. Así aparecen sucesivamente Kutner (Kal Penn) -doctor que se suicida inesperadamente en la quinta temporada-, Amber Volakis (Anne Dudek) -mejor conocida como Bitch-, Cameron (Jennifer Morrison) -la bella doctora que a pesar de estar casada con Chase, confesa su amor hacia House antes de partir- y Stacy (Sela Ward) -uno de los dos amores de House-, todas alucinaciones por parte del personaje de Laurie, que nos ayudan a desentramar su complicada cabeza.
El episodio camina en un fino hilo de discusión introspectiva, donde nuevamente se destaca la carga emotiva y enrevesada de los diálogos, tratando de resolver dos problemas, evitar ir a prisión para estar con Wilson y lograr equilibrar su vida. Todo hace parecer que indefectiblemente la solución a ambos problemas es la muerte de nuestro amado doctor, ya que el debate con las alucinaciones se sitúa en un establecimiento en llamas luego de despertarse de una dosis de heroína -las adicciones nunca están ausentes-, siempre ocultando detalles que nos permitan conocer los planes, más bien la trama misma.
Y si, Gregory House muere, ante los ojos de un pasmado Wilson que ve como su amigo es aplastado por vigas del edificio en llamas, a pesar de que en la contienda con las ilusiones el mismo House plantea levantarse y cambiar. Tiene un velorio sumamente emotivo donde podemos observar y escuchar los discursos del resto de los acompañantes del extenso camino que transitó nuestro protagonista, quienes dan su pésame de manera expedita. Pero todo se centra en Wilson, la congoja abrumante que transmite al percibir que mientras se acostumbraba a la idea de morir y dejar solo a su entrañable compañero es el quien queda solo.
Shut up you idiot, un simple mensaje que recibe Wilson nos deja saber que House se salió de nuevo con la suya, acabó su vida para comenzar una nueva pero más aún para pasar esos preciados cinco meses al lado de su amado amigo.
Todo empieza como termina, como hace ocho años, en Everybody Lies, Wilson y House nos daban la bienvenida a lo que sería un viaje increíble lleno de argumentos atrapantes, hoy nos despiden montando sus motocicletas en una composición perfecta que tiene a nuestros entrañables héroes como principal atracción.