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“De la misma forma que existen leyes que establecen los deberes del hombre para con
la adoración, también existen leyes, normas y prácticas para los asuntos sociales y de
gobierno. La ley Islámica es un sistema legal avanzado, completo y global”
Ruhollah Jomeini
“¿Cómo vas a ir a ver una película iraní?”, me impugnaba un amigo acusándolas de aburridas por su origen. Mi respuesta fue la siguiente: “Mirá que es una peli que te atrapa y que se puede hasta relacionar con las discusiones de la fe, las (in)justicias, los desamores y las desigualdades sociales”. “¡Apa!”, respondió y le surgió el interés al
descreído cinéfilo “pochoclero”.
Entonces, paso a relatarle que “La Separación” es una película de origen iraní dirigida y guionada por Asghar Farhadi, que recibió a fines de febrero de 2012 el galardón de Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar que se otorgan desde la industria cinematográfica norteamericana (lo cual no es un detalle menor). Él me contrapone con un argumento muy cierto: “¡Les han dado premios a cada una!”.
“Sí, es así, pero escuchame -lo interrumpo, levantando un poco el tono de la voz-, la trama principal expone, a partir de un conflicto de un matrimonio de clase media – Nader y Simin, cuya papel recayó en Peyman Moaadi y Leila Hatami-, una mirada de la compleja realidad cultural de la sociedad iraní”.
La historia comienza -sigo exponiéndole- cuando habían logrado obtener la visa para poder viajar al extranjero, pero los planes familiares se complican cuando se agrava la enfermedad del Síndrome de Alzheimer que sufre el padre del marido y su mujer desea seguir adelante con las intenciones de abandonar el país. En medio del tironeo de la pareja se encuentra la hija, Termeh, de 11 años -interpretada por la hija del director, Sarina-, quien decide quedarse con el padre y su abuelo. Tras pedir el divorcio, la mujer decide vivir en lo de su madre. El padre solitario, que se dedica a la docencia, contrata a una señora, proveniente de un sector social bajo. Un momento de tensión involuntario generará un conflicto judicial con derivaciones inesperadas.
Otro de mis argumentos es que, por suerte, el film logra romper con el prejuicio -y superar el choque cultural- de que éstas son, por lo general, un gran bodrio, aburridas, intelectualoides, de lento y pesado relato.
Amigo -le digo-, es importante, para entender mejor la trama del film, rememorar que Irán en 1979 cambió su realidad social, política y económica a partir de la revolución republicana islamista -contra el régimen monárquico del Sha- y la creación de un Estado Integralista, hegemonizado por el clero chiita bajo el liderazgo del ayatolá Jomeini. Esta revolución -entre uno de sus aspectos principales- significó la instauración de la ley islámica como forma de justicia, aplicación de los castigos y de velar las “buenas” costumbres, según el prisma musulmán.
Le recuerdo, por otro lado que hoy, Irán y su nacionalismo religioso, forma parte de los llamados países del “Eje del Mal”, siendo unos de los principales productores de petróleo. “Y vos sabes todo lo que esto implica para los intereses del Imperio”, le remarco.
– “Uno de los puntos que se evidencian es el claro contraste entre la clase media incrédula y los fervorosos creyentes de la clase trabajadora iraní”, le digo a mi amigo tratándolo de convencer de la necesidad de ver el largometraje.
– “No me estarás engañando para que pase un mal momento y me pegue un
clavadón”, me interrumpe, de golpe, seco.– “No, para nada, relajate, quedate tranquilo, mirala, es para quedar bien con
alguna amiga que quieras invitar a compartir una película, ¡quedas de diez!”, fue
mi recomendación final.