Te recomendamos:
Hace unos cuantos años, hacía su inolvidable paso por la TV uno de los mejores comediantes de Norteamérica, un hombre que contra todos los pronósticos le puso su propio nombre a una sitcom que se trataba de nada y consiguió un éxito y una admiración incomparable. Es que cuando se trata de hacer reír, las mejores ideas son las simples, las que hablan de todos nosotros para ironizar con la cotidianidad. Aquel hombre era Jerry Seinfeld, que junto a un pequeño grupo de actores supo darle vida a la comedia que llevaba su apellido y que hasta el día de hoy, se repite temporada tras temporada en algún canal de cable.
Jerry Seinfeld nunca obtuvo un Emmy por el personaje homónimo que encarnaba en la serie sobre unos amigos que vivían en la ruidosa Nueva York, aunque la sitcom sí fue reconocida en varias premiaciones. Aun así, Seinfeld es considerada una de las series de comedia más legendarias de la historia, ocupando cómodamente un lugar entre los diez mejores programas de la pantalla chica. ¿Y cómo es que Jerry nunca ha resultado galardonado con uno de esos codiciados Emmys? La respuesta es muy simple y muy compleja dependiendo de quién haga el análisis, y puede ser que la verdad sea que al final de todo, no hay respuesta.
Nos volvemos locos cada vez que aparece la lista de nominados. Saltamos frente a nuestros ordenadores indignados porque dejaron afuera a tal actor, o porque alguna serie aparece en alguna categoría que no termina de definirla. Esto nos parece injusto y hasta un poco arbitrario, como son el algún punto todas las premiaciones que terminan de dictaminarse desde una academia. Pero elegir a un ganador no siempre es del todo justo y desde luego, aunque esto genere una especie de sinsabor, lo cierto es que así es como son las cosas en el mundo del espectáculo.
A menudo leemos a un montón de desconformes plantar sus quejas en las redes sociales porque siempre son los mismos o porque nunca hay sorpresas. Y está claro entonces que, en primer lugar, nosotros somos bastante difíciles de convencer. Hay dos tipos de seriéfilos: los que aman las galas de premiación, los que se saben todos los nominados hasta en aquellas categorías que nunca nadie recuerda; y los que disfrutan de la ficción por el simple gusto de ver, de conocer algo nuevo, de ver algo que no todos ven sin importar qué gane o qué pierda. El conocedor de series, las ve sin importar qué viene después, sin pensar en los galardones. Es que cuando de verdad amamos una serie, no va a venir una ceremonia de premios a decirnos qué pensar. Y mucho menos, qué sentir.
Y aquí vamos a llegar al lugar común, a la sala donde venimos a encontrarnos todos: las premiaciones no son más que un concurso de popularidad. Con todos los argumentos que quieran ponerse para suavizar el asunto, lo más atractivo de las ceremonias de premios sigue siendo la posibilidad de ver a nuestros actores amados desfilar bellos y esbeltos por la alfombra roja, bajarlos a tierra, sacarlos del personaje y contemplarlos con admiración y asombro. Qué importa después lo que pase durante la gala, si de todos modos, año a año resulta más aburrido y tedioso (monólogos, presentaciones, recuerdos, números musicales; más o menos alternando el orden siempre obtenemos el mismo resultado).
Pero más allá de nuestro fanatismo, de que nos vuelva locos para bien o para mal que un año (o dos, o tres) venga una serie como Breaking Bad y arrase con todas las categorías, más allá de que algunos no podamos terminar de explicarnos cómo es que, por ejemplo, Steve Carell nunca obtuvo un Emmy por su inolvidable trabajo en The Office, hay algo que salta a la vista y que evidencia la evolución que han tenido los productos para televisión en los últimos años.
Las buenas series, aquellas que no entienden de ataduras impuestas por un tema, pueden ir en muchas direcciones y si están bien escritas, sabrán mezclar y jugar con los elementos para deshacerse de esa idea tonta de que todo debe seguir una línea recta y prolija. Las grades series no entienden de categorías, no se las puede etiquetar. Es más sencillo agruparlas en función de su extensión, y así sabremos que claramente no podemos poner a una miniserie a competir con aquellas de largas y constantes temporadas. Pero en cuanto a los géneros, entramos en un área gris.
La categoría es el primer escalón en el que se coloca a una serie para comenzar a analizarla (y claro, para premiarla) y ahí es donde muchos fanáticos encuentran a los ganadores casi injustos, porque aunque en muchos casos sea el propio productor el que decide en que categoría se inscribe y luego se nomina a una ficción, son las restricciones anteriores las que imponen las condiciones para entrar en una o en otra. Lo cierto es que las series actuales son casi imposibles de categorizar: no hay drama puro o comedia pura y eso es lo bello de ideas como Orange is The New Black. Ahí es donde los Emmys quedan obsoletos, como lo es cualquier cosa que busque separar, clasificar, definir dentro de estándares duros.
Los actores tampoco resultan tan fáciles de catalogar: en los repartos corales, casi todos los protagónicos terminan nominados como secundarios, como fue el caso de Lisa Kudrow en Friends, siempre nominada y una vez ganadora como actriz de reparto. Nuevamente, la elección de los nominados no es azarosa: son los propios actores los que deciden en qué categoría presentarse basándose generalmente en la suposición de que alguna categoría puede darles más posibilidades que otra de llevarse una estatuilla. Claro que después, serán los miembros de la Academia los que decidirán quiénes quedan como nominados, seleccionando en una larga lista de candidatos.
Teniendo en cuenta este punto, si bien concedemos cierta importancia a las premiaciones y aunque seamos de esos fanáticos que están contando las horas para que comience, muchas veces las estatuillas no significan nada o muchas veces no dicen nada nuevo. Demuestran una tendencia, reflejan ciertos patrones de la industria y sirven como indicadores para las audiencias y para los productores, pero otra vez, nosotros no vamos a dejar de amar una serie si queda por fuera de una lista o si se va a casa con las manos vacías. Las premiaciones son en general, un asunto de popularidad y vale decir que muchas veces los encargados de repartir las estatuillas, lo hacen sin haber visto alguna temporada completa.
Ya hemos dicho que las series y sus personajes son muy difíciles de categorizar. Podríamos decir que se comportan como organismos vivos que nacen, se desarrollan, crecen y mueren con más o menos plenitud. Se mueven constantemente y así como no es tan sencillo decir que una ficción es buena o mala, es igual de simplista dividir a muchas de las propuestas actuales como drama o comedia. Es que entre estos dos géneros –que a su vez, están repletos de subgéneros- se ha desvanecido la línea que los separaba y en la actualidad, entre la desaparición gradual de las sitcoms y la aparición de comedias que buscan mostrar la vida misma, las audiencias se han volcado a contenidos que escapen de lo estandarizado.
Las comedias tienen mucho de drama y los dramas necesitan algo de comedia. Los desahogos humorísticos en series intensas nos generan mayor empatía con los personajes, nos acercan más a la historia y nos dan el puente perfecto entre dos escenas de tensión. Esto nos pasaba mucho en las primeras temporadas de Breaking Bad, con los comentarios ácidos de Dr. House (que por cierto, tampoco le sirvieron a Hugh Laurie para irse con un Emmy por su interpretación) y hasta con algún personaje secundario de Masters of Sex.
Del mismo modo, las mejores comedias que estamos recibiendo no se centran en el humor más sencillo y puro o en los gags con risas enlatadas. Cuando estamos viendo The Big Bang Theory sabemos que estamos viendo una sitcom, sabemos que al final del episodio todo terminará bien, que ése pequeño relato que se desarrolla en veinte minutos terminará allí y que rara vez tendrá continuidad. No estamos esperando la tensión, el drama y el dolor. Pero no ocurre lo mismo con Orange is the New Black o con Girls, que mezclan todo el tiempo y que son grandes exponentes de ése género híbrido que llamamos dramedy, al que tantas nuevas producciones se están sumando.
En el caso de los Emmys, para poder nominar a una serie en la categoría comedia, se estableció como requisito que las candidatas deben tener episodios de menos de treinta minutos de duración (como tradicionalmente tienen todas las comedias de situación o de enredos). Es por esto que muchas que de las que antes estaban agrupadas bajo esta línea han tenido que emigrar al drama, ajustándose a ése criterio.
A medida que va cambiando el paradigma, las academias y sus galardones se van ajustando, como se tuvieron que ajustar a la idea de premiar producciones para la web, cuando Netflix no dejó más alternativa. Pero la televisión es una industria cambiante y afortunadamente, bastante variada, por lo que muchas veces, las galas de premiación no son mucho más que un par de vestidos deslumbrantes y la posibilidad de ver a nuestros personajes favoritos fuera del guion.