Series

Una historia eterna: el principio y el final de Friends

Por Victoria Barberis

Un grupo de amigos se sienta en torno a una mesa, hablando de nada. La vida, el trabajo, las relaciones. De todo y de nada. De lo que importa y de lo que no. Y siempre hay alguien que dice “como en ése capítulo de Friends en el que…” “O cuando Joey…”, para luego terminar estas frases a carcajadas. Y entonces nos damos cuenta de que no importa si Friends fue alguna vez o si será siempre la mejor comedia de todas. Realmente no importa.

No importa que haya quien, en el afán por hacer gala de algún supuesto poderío intelectual, nos diga que la serie de los seis amigos no fue más que otra basura sin contenido profundo ni dramático de peso. No importa, de verdad no importa que Friends sea buena o mala. Importa que supo ganarse un lugar en el imaginario colectivo de varias generaciones alrededor de todo el mundo, importa que simple o compleja, Friends es indiscutible. Si al fin de cuentas,  aquí estamos todos, a diez años del final y a veinte del principio, llenando páginas para hablar precisamente de eso.

El 22 de septiembre de 1994 aparecía el episodio piloto de una sitcom que en aquel momento y vista a la distancia, parecía tener muy poco que ofrecer. Las actuaciones estaban un poco más guionadas y se hacía presente ésa característica de los capítulos de prueba que evidencia la falta de química entre los actores y la dureza de los diálogos. Aquel primer episodio (que en algún momento estuvo a punto de llamarse Across de Hall y de tener ente sus filas a Jon Cryer de Two and a Half Men como Chandler), resultó una gema preciosa para una época en la que las comedias sobre nada y el humor blanco y pulido tenían un lugar asegurado en el público.

La creación de David Crane y Marta Kauffman comenzó así, simple y humildemente. Y terminó, como todos saben, un 6 de mayo de 2004 con una audiencia de más de 50 millones de espectadores y la certeza de que  no se iría nunca. Cuando una ficción está bien escrita, cualquiera sea la temática y el género, crea ésa magia que ostentan solo aquellos guiones memorables: nos meten sus frases en la cabeza, crean una cultura en torno a los personajes, nos llevan de viaje junto a ellos a donde quiera que vayan (nosotros no nos olvidamos de aquel épico paso por Londres para la boda de Ross), comparten sus vidas, nos hacen parte de un código común que desde ése momento entenderemos sólo  los que vivimos una serie como si fuera parte de nuestra propia realidad.

No es casualidad que actualmente se sigan emitiendo las diez temporadas completas por televisión, como tampoco es casual que ninguna otra producción haya podido hacerle sombra en cuanto a la cantidad de fanáticos que no entienden del paso de los años. En una ocasión, una tal How I Met Your Mother estuvo bastante cerca. Pero nadie cabe en los zapatos de Rachel, Chandler, Mónica, Phoebe, Ross y Joey.

Nadie puede hacer que cosas ordinarias y sencillas como un pollito y un pato, un bolso de hombre, unos pantalones de cuero o un “ellos no saben que nosotros sabemos que ellos saben” signifiquen tanto para nosotros. Ése es quizás el verdadero mérito. Qué importan si las risas eran enlatadas o en vivo, qué importa una trama más o menos vulgar. Qué importa dónde están ahora los actores o qué fue de sus carreras, ¿Qué importa todo eso? Si el departamento vacío del final lo significa todo. Que digan lo que quieran los defensores a ultranza de la televisión “de calidad” y del mentiroso humor “inteligente”. Que digan lo que quieran. Qué sabrán ellos de hacer televisión.

En todo caso, 2014 quedará como el año en el que celebramos veinte años del principio y diez del final, pero seguiremos celebrando durante los años venideros. Mientras, vemos un desfile de comedias de amigos ir y venir, sin hacernos cambiar el discurso de “para mí, Friends es la mejor serie de todas”. Aún con sus pequeñas fallas (los productores dijeron en una ocasión que en la vida real, ninguno de los personajes hubiera podido costear sus departamentos y estilos de vida con los empleos que tenían), esta comedia hizo algo que pocas del género saben hacer: evolucionar. El gran error de las sitcoms es que parecen concebidas como una especie estática, donde los personajes no tienen un crecimiento psicológico ni una madurez que los vaya acompañando con el paso de las temporadas (pongamos como ejemplo a Two and a Half Men, donde nadie crece para mejor ni para peor).

Pero a los seis amigos interpretados por Aniston, Schwimmer, Cox, LeBlanc, Kudrow y Perry, sí los vimos germinar y florecer. Creímos que era posible independizarse y salir de las garras de un empleo miserable para triunfar en la gran Nueva York, como Rachel. Aprendimos  junto a Mónica y Chandler que el amor no siempre está donde lo buscamos y que en realidad no estamos condenados a estar solos. Nos inspiramos con las canciones de Phoebe, atesoramos para siempre el Unagi de Ross y aplicamos para casi todo el «how you doin'» de Joey.

Nos reímos de nuestras desgracias como de las suyas y supimos aceptar que hay peores cosas que decir el nombre de tu ex en tu segunda boda, que hay cosas más importantes en la vida que el dinero, que los amigos lo son todo, que nunca debemos rendirnos aún cuando nuestras carreras parezcan no llevarnos a ningún puerto.

En ésa evolución, en las catchphrases que la audiencia adoptó y en lo bien escrita que estaba Friends sin necesidad de grandes artilugios narrativos, residía la clave del éxito. Que eventualmente, claro, se condimentó con la presencia de figuras de primer nivel: desde Brad Pitt hasta Sean Penn, desde Gary Oldman hasta Julia Roberts, pasando por Ralph Lauren, George Clooney, Dakota Fanning o Ben Stiller.

Todo en Friends funcionó como una maquinaria perfecta, donde la química de los actores principales y secundarios dentro y fuera de la pantalla nos creó la ilusión de que estábamos espiando la intimidad de amigos reales. Y claro, como todo buen producto televisivo, nos dio ganas de meternos cada vez más y de que ésas vidas de café en el Central Perk y compras en Bloomingdale’s fueran nuestras.

Discutan, si quieren, si la tercera temporada fue la mejor de todas, si Ross en realidad estaba o no sobreactuado. Discutan si el romance entre Rachel y Joey arruinó las últimas emisiones, discutan quién en este mundo va a poder soportar a una Monica como Chandler. No hay mejores ni peores porque a la luz de los años, cada episodio resulta memorable, porque no hay como los cambios de look de Jennifer Aniston para cada temporada, como los momentos incómodos de la mano de David Schwimmer, como la obsesiva Mónica de Courteney Cox, la excéntrica Phoebe de Lisa Kudrow, el histrionismo de Matthew Perry y ése Joey que siempre será Joey. Lo demás, es historia.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.