Series

Las series y su estrecha relación con la política

Por Luis García Fanlo

El 28 de abril de 2013 la por entonces presidente de la Argentina, Cristina Fernández, publicó en su Facebook que era fanática de la serie Game of Thrones y que su personaje favorito era Daenerys Targaryen (Emilia Clarke). La confesión tenía que ver con que ese día había estado reunida con los empresarios del grupo Direct TV y les había solicitado si le podían conseguir los DVDs de la serie, más precisamente de la tercera temporada. Los empresarios la remitieron amablemente a esperar, como todos los fans, a que se emita por la pantalla de HBO.

Pero la cosa no quedó ahí. En una nota realizada por el Diario Clarín de Buenos Aires el 15 de julio de 2015, la actriz confesó que se sentía halagada y que efectivamente veía en su personaje un motivo de identificación para todas las mujeres que ejercieran el poder: le recomendó a la presidenta que se consiguiera unos dragones para poder gobernar.

El 19 de marzo de 2016 el actor Michael Kelly que interpreta a Doug Stamper en la serie House of Cards visitó la Casa Rosada –estaba en Buenos Aires invitado por Netflix para el evento de lanzamiento de la sede Buenos Aires de la empresa- y se reunió con el presidente Mauricio Macri que se confesó fanático de la serie y del presidente Frank Underwood.

Antes, ya se habían producido acercamientos entre Netflix y el gobierno argentino elegido a fines de 2015 con motivo de un tweet publicado por la empresa en la que felicitaban al Senador Federico Pinedo (PRO) por su breve presidencia, aludiendo a las 12 horas en que ocupó ese cargo debido a la transición del mando presidencial. Asimismo, el 1 de marzo de 2016, Netflix publicó un video en su cuenta de Twitter en el que se hacía referencia al discurso de apertura de sesiones del Congreso por parte del presidente Macri: el video en cuestión era una publicidad de la nueva temporada de House of Cards.

Sin embargo, la relación entre el presidente argentino y la serie estrella de Netflix no siempre fue así. En una entrevista radial del 9 de marzo, Macri dijo que House of Cards era divertida y estúpida y que en su lugar recomendaba Borgen, una serie danesa. De modo que quizás exista algo más que una ironía en todo este asunto. Recordemos que en septiembre de 2014 se produjo un entredicho mediático cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió imponer un impuesto a Netflix y el entonces Jefe de Gobierno declaró que no tenía nada que ver en el asunto. En esa situación el gobierno nacional kirchnerista le pasó factura al líder del PRO acusándolo de estar en contra de la innovación; en esa oportunidad la ex presidente se definió como usuaria de Netflix.

Desde luego esta ruptura de la cuarta pared en la que la política y el poder se yuxtaponen, articulan y juegan con las series de televisión no es nueva ni exclusivamente argentina. El gobierno de Rusia, por ejemplo, presentó una queja formal al Embajador norteamericano en Moscú con motivo de algunas escenas de la tercera temporada de House of Cards en la que se dejaba muy mal parado al presidente ruso Vladimir Putin. Como represalia, los rusos vetaron que los productores de la serie usaran el salón del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para filmar una escena de la siguiente temporada. La respuesta de Netflix aclarando que todo era ficción no conformó a los rusos que sin duda saben muy bien que en política solo existe un umbral muy fino entre ficción y no-ficción.

Otras series de televisión han sido objeto de controversias y airadas protestas diplomáticas como es el caso de la serie Homeland, considerada por el gobierno de Pakistán como ofensiva al Islam y a los musulmanes por retratarlos a todos como fanáticos terroristas irrecuperables. Homeland también fue duramente cuestionada por dar una versión propia sobre los atentados terroristas en Buenos Aires, contra la Embajada de Israel y la AMIA, en la que se dejaba claro que todos los autores habían sido ejecutados por servicios secretos israelíes.

Y en cuanto a la serie The Blacklist no faltaron congresistas y funcionarios militares de Estados Unidos y otros países aliados que pidieron que la serie fuera censurada por revelar supuestos secretos de inteligencia que podían poner en riesgo la seguridad del país, como también ocurrió con las series Person of Interest y Rubicon.

En otros casos, como con la serie Dexter, organizaciones no-gubernamentales e incluso congresistas del Partido Republicano, solicitaron que las empresas retiren su publicidad y que se boicotee a la cadena de televisión Showtime por considerar que la serie podía convertir a ciudadanos comunes en asesinos seriales. Rápidamente los congresistas del Partido Demócrata salieron en defensa de Dexter y repudiaron la serie Modern Family a la que consideraron portadora de valores conservadores.

El presidente Barack Obama hizo varias referencias a Game of Thrones y House of Cards de las que se declaró fan; para el hombre más poderoso del mundo estas series son metáforas de la política que no están muy lejos de la realidad y que incluso le ayudan a pensar su propia situación y la realidad social actual. Incluso en un spot publicitario de su plan de reforma del sistema de salud pública se refirió directamente al presidente Frank Underwood , de quien dijo había tomado consejo. Y por su parte Hillary Clinton, en otro spot publicitario –en este caso de la Fundación Clinton- actúo junto al presidente Underwood simulando una confabulación contra su esposo Bill Clinton con motivo de su cumpleaños.

Podría seguir citando decenas de ejemplos de este tipo, en otros países de América Latina y Europa en los que las series de televisión, sean o no ficcionales, sean o no políticas, se cruzan con el poder político para usarse mutuamente para hacer política. Porque además de las metáforas, la moral o los supuestos secretos de Estado, lo que está en juego son las políticas de medios y comunicación, los vínculos entre política, economía de los medios y empresas de comunicación, se trate de Direct TV, Netflix, la CBS, HBO o Showtime. Se trata de las relaciones entre televisión e Internet, compañías telefónicas y negocios televisivos y cinematográficos y los poderes políticos de turno.

Y se trata también de un fenómeno cultural que define la etapa actual de la sociedad del espectáculo descripta por Guy Debord en su modalidad acoplada a la sociedad de control, consumidores y riesgo. Se trata de formas de hacer política que juegan con la ficción y la no-ficción para conducir-conductas, orientar voluntades y consensos, generar fans de la política y de determinadas políticas, de orientar el consumo no solo de mercancías tradicionales sino también, y especialmente de las que produce la industria de series de televisión que sin duda, como diría Foucault, gobierna las almas de millones de seres humanos en todo el mundo.

Luis García Fanlo

Luis E. García Fanlo (Buenos Aires, 1957) Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo (UBA). Investigador del Área de Estudios Culturales (IIGG-UBA). Investigador del Centro de Investigaciones en Mediatizaciones (UNR).