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En los últimos años se escucha con insistencia decir que en la actualidad las series de televisión son más realistas que en el pasado. Lo que se quiere decir es que sean programas de ficción o no-ficción, sean en grabado o en vivo, asumen modulaciones etnográficas de representación de la realidad. Hay algo de acertado en esa afirmación y también es cierto que visto desde otra perspectiva, podría decirse que estamos precisamente en las antípodas de la televisión-verdad del siglo XX: la televisión actual es una televisión de umbral en la que resulta casi imposible establecer la distinción entre emisión en directo o grabado, o entre realidad y ficción. En rigor la televisión actual, a nivel global y desde luego también en la Argentina, produce como nunca la realidad de la que habla y nos hace hablar.
Este fenómeno no lo atribuyo a los productores de televisión, ni a los directivos de los canales, ni a las autoridades que regulan las emisiones, sino a algo que parece ser propio de la época de mutación social que estamos transitando en el pasaje del siglo XX al XXI. De modo que no es algo que alguien hace a propósito, sino un efecto de poder y saber que está produciendo una discontinuidad en los regímenes de enunciación y visibilidad de la realidad social que caracterizaron el siglo XX. Que los individuos que visionan la televisión, los que la hacen y los que viven de la crítica televisiva digan que hoy la televisión es más realista que antes constituye uno de los principales efectos de poder y saber de los nuevos modos de configuración de lo enunciable y lo visible en el siglo XXI y que afecta no solo a la televisión sino también al cine, el teatro, el arte, Internet, al documental científico y educativo, la publicidad y la gestión de la información y la comunicación periodística.
Hoy todo parece ser más realista y sin embargo, el umbral entre ficción y no-ficción es cada vez más difuso y confuso cuando se tiene una mirada atenta a los modos en que se mediatizan las representaciones sobre la realidad que pasan por ser la realidad misma. Aclaro que no defiendo una visión platónica sobre los medios de comunicación del tipo de la famosa caverna. No digo que hay una realidad objetiva y verdadera y que la televisión nos hace ver un reflejo –distorsionado o alienado- de lo verdadero, sino que vivimos en una época en que no existe otra realidad que la representada. Parafraseando a Heidegger, vivimos en la época de la imagen del mundo y la televisión es el principal dispositivo que reproduce esas imágenes.
El sujeto ficcional es el que inventan los escritores y guionistas, es Walter White en la serie Breaking Bad o Frank Underwood en House of Cards y la realidad ficcional en la que ellos existen, su diégesis, está saturada de elementos extra-televisivos (extra cinematográficos diría Metz) precisamente para que se produzca el verosímil (no la verdad ni la realidad) que hace que tomemos a Walter White o Frank Underwood por un tipo como usted o como yo, o como ese traficante o ese político que vemos todos los días en el noticiero.
Para que lo ficcional se vuelva verosímil, en nuestra actualidad, tanto el personaje como su mundo de vida deben ser lo más parecidos posibles a la sociedad en la que usted y yo vivimos cotidianamente. Zamba, el simpático muchachito formoseño de la Televisión Pública que viaja en el tiempo para enseñarnos una historia argentina divertida y revisionista, también es un sujeto ficcional aunque se nos presente como un dibujo animado.
Aquí, desde luego surge otro problema. Se nos dirá, bueno, precisamente ahí donde el guionista o el escritor crea un sujeto ficcional o ficcionaliza a uno que existió es donde aparece la manipulación ideológica, política o cultural. Puede ser, pero a condición de aceptar que antes que nada el guionista trabaja escribiendo guiones, y el productor de producir programas de televisión, y el canal de televisión de vender la pauta publicitaria. Parafraseando a Michel Foucault podríamos decir que así como vivimos en una sociedad disciplinaria o de control y no en una disciplinada o controlada, lo mismo ocurre con los programas de televisión incluyendo, por supuesto, a las series de televisión que en la actualidad son las máximas estrellas que iluminan el firmamento televisivo y convocan a millones de individuos, en todo el planeta, conformando audiencias y públicos globales.
Por otra parte veamos qué ocurre con las series de televisión que no pretenden pasar por realistas, aquellas del género sobrenatural, fantástico o de ciencia ficción que se emiten en los últimos años como Lost, Game of Thrones o Battlestar Galactica. Se trata de series totalmente ficcionales que, sin embargo, la crítica y la audiencia las leen como tratados metafóricos de la actualidad política nacional o internacional o como ejemplos de las formas que asumen los afectos, las relaciones familiares, las controversias de valores morales y éticos que se asignan a nuestra época. Los políticos de carne y hueso aquí, en Estados Unidos y en casi todo el planeta se ven en la obligación de decir que visionan esas series y a darles una interpretación política.
Lo más irreal tiene efectos sobre lo real. O dicho en los términos que utilizo en este texto, lo más ficcional tiene efectos sobre lo más ficcionalizado y por consiguiente sobre las condiciones de posibilidad, existencia y aceptabilidad del mundo en que vivimos. Bill Clinton acaba de declarar a la prensa norteamericana que “el 90% de lo que se ve en la serie House of Cards es real”. Y en un programa de la CNN se cruzan Barack Obama y Frank Underwood.
Interpretando a Gilles Deleuze, la audiencia es un pliegue de la televisión pero, a la vez, la televisión es un pliegue de la sociedad. Proponer que la audiencia es un pliegue de la televisión significa que es un efecto de un régimen de visibilidad y enunciación televisivo que a la vez es efecto de un estado particular de constitución de la sociedad en tanto red o campo de relaciones de saber y poder.
En consecuencia, estos pliegues hipotéticos entre audiencia y televisión y entre televisión y sociedad tampoco pueden, más allá de ciertos umbrales, generalizarse y universalizarse. Creo que la clave para pensar esta cuestión de la realidad y la ficción en las series en particular y de la televisión en general está dada por ese ensamble entre capitalismo, televisión y audiencia. Ese pliegue de un pliegue de otro pliegue que nos hace ser como somos.