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«Y el hecho es que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo, es decir, a nadie ha enseñado la experiencia, hasta ahora, qué es lo que puede hacer el cuerpo en virtud de las solas leyes de su naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué es lo que no puede hacer salvo que el alma lo determine» (Spinoza)
Las historias de superhéroes y supervillanos han sido consideradas como un género menor, sea en el comic, la literatura, el cine o la televisión. El género tiene reglas y procedimientos muy simples y estereotipados y es más bien su repetición más que su transgresión lo que lo hace verosímil y consumible por parte de su público. Sólo se admiten variaciones diferenciales que apenas se alejen de la estructura general construida por los dos dispositivos que acaparan su reproducción: Marvel y DC. Las variaciones pueden surgir ante la emergencia de universos paralelos, viajes en el tiempo, realidades alternas y otros artilugios que se consideran válidos y aceptables en tanto excepciones que confirman la regla general.
Por lo menos fue así hasta que la irrupción de los atentados del 11S se combinó con la caída de la URSS y la emergencia del terrorismo islámico, la instalación del Estado de Excepción (Actas Patrióticas, Leyes de Emergencia, Guantánamo, vigilancia electrónica generalizada, etcétera) y la progresiva aparición de nuevos rasgos societales que remiten a la inseguridad ciudadana bajos nuevas formas de ilegalismos y delincuencia propios de lo que Gilles Deleuze denominaba la sociedad de control.
En términos de las narraciones ficcionales de superhéroes estos cambios impactaron haciéndolo confluir con el género justicieros cuyo paradigma es el personaje de Paul Kersey interpretado desde mediados de los ’70 por Charles Bronson. El modelo del justiciero es más o menos siempre el mismo. Un hombre común –que luego podría ser un policía, ex militar, etcétera- pierde a su familia en manos de delincuentes que se burlan de la justicia y quedan libres o nunca pueden ser inculpados. Kersey se convertirá en una máquina de matar con el solo objetivo de vengarse.
En las series de televisión estos cambios recién llegaron a pleno en los últimos años con series como Breaking Bad o Dexter, que amplían el espectro de justicieros e incorporan nuevas variantes, la más importante es convertir al protagonista en un individuo ambiguo moralmente, incluso un delincuente confeso, un personaje oscuro que ya no encarna el bien absoluto ni la disposición altruista para sacrificarse por el prójimo, sino el menos malo de los malos, o precisamente aquel que mejor encarna el Estado de Excepción a nivel cotidiano. Y entonces los superhéroes comienzan a adoptar estas características y ya se hace difícil diferenciarlos de los supervillanos que, a la vez, ya no aparecen como tan villanos. Lo que separa a unos de otros ya no es la frontera sino el umbral entre el bien y el mal.
Daredevil es uno de los héroes más antiguos de Marvel, data de 1964, y no había tenido mucha suerte en su incursión por el cine con una versión de 2003 que no convenció a nadie y sepultó el personaje. Hasta que en 2015 la compañía Marvel TV decide aliarse con Netflix y ABC para producir una serie en la que Daredevil sería el protagonista pero como encarnación del nuevo paradigma.
En esta nueva versión, Daredevil, el muchacho que queda ciego a causa de un accidente con sustancias químicas e hijo de un boxeador, comienza a desarrollar la intensificación de sus otros sentidos, en particular la audición, lo que le permite ver de modos insospechados para un ser humano cualquiera. Además es entrenado especialmente en artes marciales y otras técnicas de lucha ninja y meditación.
Pero lo que define a Daredevil es ser un superhéroe de barrio, Hell’s Kitchen, en Nueva York: ese es su territorio y ahí está anclada su identidad y su misión. De modo que nuestro héroe no salva al mundo de invasiones alienígenas ni supervillanos con poderes súperhumanos, sino contra traficantes de drogas, pandillas de motoqueros, mafias locales. Al mundo lo salvan Iron Man, Capitán América, Halcón Negro, Thor o Hulk, pero al barrio y a su gente los salva Daredevil.
Si a esto le sumamos: una extraordinaria puesta en escena y técnica cinematográfica, un guión excepcional que se centra en la temática y atrapa al espectador que no puede, literalmente, dejar de ver un episodio tras otro, la enorme actuación de Charlie Cox, encarnado a Daredevil- Matt Murdock, acompañado de un casting perfectamente acoplado, tenemos una de las mejores series de televisión de superhéroes de la historia. Porque además nos habla de la cotidianeidad de los que sufrimos la delincuencia, la corrupción policial, el abandono social, la pobreza y la marginación, la falta de vivienda y afecciones; es decir, el mundo de zozobra, ansiedad e inseguridad a escala de la vereda de mi casa.
De la mano de Drew Goddard (Buffy Caza vampiros, Ángel, Alias, Lost) como creador de la serie y Marco Ramírez (Da Vinci’s Demons, Sons of Anarchy, Fear The Walking Dead, Orange Is The New Black) como productor ejecutivo, la serie ha logrado convertirse en un éxito sin precedentes.
Se espera una tercera temporada de Daredevil y, además, su participación en la serie de superhéroes Defenders (a estrenarse en 2017) en la que también participarán los colegas del barrio de héroe ciego: Jessica Jones (próximamente tendrá su segunda temporada), Luke Cage (primera temporada estreno el 30 de septiembre) e Iron Fist (próximo estreno en 2016).
Son los superhéroes que no buscan la fama ni las cámaras de televisión, los que tienen problemas con calzarse trajes y máscaras y son reacios a ponerse un nombre de fantasía, que prefieren vivir sus vidas sin llamar la atención y que ni siquiera saben bien por qué tienen dones (prefieren esa palabra a poderes), cuales son y que alcance tienen. Son los que todos quisiéramos tener de guardia en la esquina de nuestras casas, en el barrio en que vivimos, al alcance de la mano.