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Rosemary’s Baby, la remake más prescindible

Por Victoria Barberis

Imaginemos a una joven pareja luchando contra las imposiciones de la vida, contra todo aquello que en algún punto de la existencia de cualquiera parece imposible de sobrellevar. Imaginemos el desafío constante, la carrera hacia ningún lado, la duda, y por último, la desesperación. Para comprender las pobres decisiones de Rosemary y Guy Woodhouse, quienes a simple vista parecen tan perfectos que hasta pasan a ser inverosímiles, primero tendremos que haber hecho un serio trabajo para figurarnos cómo sería estar en sus zapatos. De lo contrario, muchos de los desenlaces que propone la miniserie de NBC pueden resultar un tanto indescifrables.

Y ya que estamos imaginando, intentemos hacernos a la idea de que esta producción no tiene nada que ver con el filme homónimo de Roman Polansky (a su vez, basado en el libro de Ira Levin). De ello depende mucho de lo que podamos apreciar o criticar de esta nueva versión: si nos apegamos a la adaptación de Polansky, que tuvo como protagonista a una inolvidable Mia Farrow junto a John Cassavetes, se nos plantearán demasiadas preguntas que la serie no sabrá responder. Pero es cierto que, si la vemos como una creación nueva que intenta armar un relato desde un punto (más o menos) novedoso, tampoco vamos a quedar deslumbrados. Lo más probable es que simplemente no pase nada.

Pero antes de hacer algunos esfuerzos por intentar ver esta Rosemary’s Baby como una nueva y distinta propuesta, bien vale hacernos el consabido ramillete de preguntas que nos venimos planteando hace un buen rato. Es difícil pararse en los zapatos de una producción previa, y es difícil desarrollar una buena ficción con aspiraciones de terror, teniendo en cuenta que en este sentido, la TV se toma algunas atribuciones poco acertadas. La pregunta entonces sería por qué el empeño constante en hacer remakes. Las vemos y las volvemos a ver, pero a pesar de que se busque la vuelta original en un libreto ya usado, no se puede evitar la sensación de asistir a una obra renegrida, donde el público no puede alejarse de las odiosas comparaciones.

Por otro lado, sucede a menudo con estos formatos, que como espectadores sentimos que estamos asistiendo a una versión alterada –a veces para mal- de algo que ya conocíamos. Entonces, puede parecernos que si una adaptación es capaz de hacer tantos esfuerzos para separarse de su antecesora y crear algo nuevo, por qué no hacer un esfuerzo aún mayor para ser una serie completamente diferente. Como usuarios y como buenos prosumidores que somos, no nos resulta extraño pensar mientras vemos alguna de estas “novedosas” remakes que tan de moda están ahora, que la adaptación total o parcial sobre un contenido preexistente, ya comienza a responder más a una cuestión de pereza creativa, más que a la necesidad de recrear una obra otrora impactante y venerada.

Esto nos lleva a un último interrogante, ¿Por qué hacer Rosemary´s Baby? Si además de la frescura y juventud que puede aportar la nueva pareja protagonista de la mano de Zoe Saldana y Patrick J. Adams, no hay mucho más que puedan ofrecer. Más allá de eso, el cuestionamiento tiene que ver con que para los años sesenta, una ficción de estas características contribuía a una suerte de renovación del género, aportando los elementos del thriller psicológico, que tan inteligente y efectivo resulta cuando es bien usado. Ahora, constituye una suerte de subgénero amoratado y predecible, donde es fácil caer en lugares comunes, incluyendo todo el repertorio sobre sectas, pactos con el diablo y niños malditos nacidos de las artes oscuras.

En esta casi nueva historia realizada en formato de miniserie (un potencial acierto, teniendo en cuenta las posibilidades que hubiera tenido como una entrega en temporadas),Saldana encarna a la desdichada Rosemary, quien se nos presenta con la triste pérdida de su embarazo. La acompaña su marido, Guy (Patrick J. Adams), un escritor en busca de la realización profesional. Dejando atrás un pasado de signado por la fatalidad en Nueva York, la pareja se radica en la romántica París, con la esperanza de que una nueva vida y el nuevo empleo de Guy en La Sorbona le den un nuevo aire a su futuro. Saldana, de paso, es también la productora de la serie, cuestión que de por sí, explica mucho.

En circunstancias diferentes a las del libro y el filme, Rosemary conoce a Margaux Castevet (Carole Bouquet), quien lleva un estilo de vida muy acomodado y elegante e invita a la dulce e inocente joven americana a una fiesta a realizarse esa misma noche. Un poco después de que Rosemary se acerca al lugar donde reside Margaux, las cosas comienzan a ponerse extrañas. Aquí es donde hace falta separarse de la esencia de su predecesora para poder apreciar cómo se dan los eventos y poder dilucidar si realmente es tan predecible como se ve a primera vista. Si nos despegamos cuanto nos sea posible de la trama como la conocemos, es difícil que igualmente, algunos pasajes no nos resulten bastante obvios.

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Nos adentramos en la vida de una mujer muy extraña y su aún más peculiar marido, Roman Castevet (Jason Isaacs) y vamos dejando de comprender por qué será que los jóvenes protagonistas persisten en su amistad con ellos. Los Castevet son excesivamente obsesivos con la intimidad de los recién llegados, les hacen propuestas y obsequios que de normales no tienen nada (como el famoso collar con raíz de Tanis), se entrometen en la potencial paternidad de los Woodhouse y apenas a unas horas de conocerse ¡les regalan un gato negro! Punto aparte para la desafortunada pareja que habitó anteriormente en ésa misma casa y que tres meses atrás, tuvo un trágico desenlace que involucró ritos de satanismo y muchos misterios.

Si bien es cierto que existe ésa referencia constante a la producción que le antecedió (como el suicidio de Terry, con el que comienza el primer episodio, pero cuya historia en la serie toma distancia de lo que ya conocíamos), los eventos en general se alejan bastante de la película, una anuencia que habitualmente se toman la mayoría de las remakes para tener la chance de mostrar algo nuevo y diferente. Es bastante normal, por otro lado, que la versión para televisión sea por naturaleza un poco más tibia y distendida, pero por momentos se las arregla para desplegar una mayor explotación del sexo, que tan efectiva es en las series por estos días.

Obnubilados por la chance de tener todo lo que alguna vez quisieron; estabilidad económica, un hogar y un hijo, los Woodhouse tienen una posible excusa para dejar pasar lo extraño que es todo alrededor de ellos, especialmente la cantidad de desconocidos que de repente manifiestan una malsana obsesión con que lo tengan todo y con que tengan un bebé pronto.

Nos predisponemos a ver Rosemary’s Baby con una gran expectativa, que aflora con cada cuadro inmerso en la oscuridad, o cada vez que aparece cierto personaje extraño que comienza a obsesionar a la protagonista. Los más sensibles conseguirán ésa sensación de anticipación y suspenso. Por el contrario, para los que no sepan despegarse de la versión del cine, esto no será más que una serie para pasar el rato, que al cabo de los pocos capítulos que la componen, pasará irremediablemente al olvido.

Victoria Barberis

Es periodista de profesión y escritora de corazón. Es "seriéfila" y una aficionada a las sagas. Su pluma a veces es sarcástica, pero siempre divertida.