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La idea de familia, su significado, los vínculos muchas veces enrevesados, los puentes que se intentan reconstruir entre sus miembros han sido los temas fundamentales de la filmografía del director japonés Hirokazu Koreeda. En su primera incursión en el extranjero, el núcleo central se sitúa en la alta burguesía francesa que tiene como epicentro a Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve), una gran estrella del cine francés, rodeada de un glamour que no piensa abandonar. Lumir (Juliette Binoche) es la hija guionista radicada en los Estados Unidos que la visita, después de un largo tiempo, junto a su marido (Ethan Hawke) y su pequeña hija en la mansión parisina que posee la artista. El motivo del encuentro es la reciente publicación de una autobiografía de Fabienne, que, con el transcurso del metraje, develará vacíos hirientes y mentiras descaradas.
Los primeros saludos protocolares insinúan una cierta tensión que muy pronto se quiebra cuando madre e hija sacan a flote viejos reproches. Deneuve, en una magnífica actuación, es soberbia, crítica ácida e impasible de conductas y actuaciones ajenas, siempre lista para hablar como siente, sin ningún tipo de reparos. Lumir, siempre a la defensiva ante los dardos que lanza Fabienne, tampoco se amilana para desempolvar cosas calladas durante mucho tiempo. Si bien el vínculo no es tan asfixiante y tóxico como en la reciente Las siamesas (Paula Hernández – 2020) los pases de factura entre ambas se asemejan a los de Rita Cortese y Valeria Lois. Deneuve se encuentra muy cómoda cuando predomina el tono de comedia, pero es en los momentos dramáticos, en el que surgen las rispideces, cuando la película alcanza sus puntos más altos.
Por otra parte, Binoche es el complemento ideal, con un juego gestual que expresa con claridad las distintas emociones por las que atraviesa. En tanto que Ethan Hawke, demuestra que ningún papel es secundario para él. El guión le reservó el rol de un actor de segundo nivel con un pasado alcohólico, marioneta ideal para la suegra que lo maneja a su antojo según le convenga. Por momentos parece “lost in translation”, ya que se encuentra en el medio de las discusiones en francés de las dos protagonistas sin entender un ápice de los rápidos cruces verbales, pero, como el americano medio, sin preocuparse demasiado por interiorizarse en una lengua extranjera.
La acción se desarrolla en dos ámbitos bien determinados. Por un lado, la residencia con sus distintas habitaciones, y por el otro, el set de filmación en el que la diva comparte, no de muy buen agrado, el rol protagónico con una joven actriz ascendente. Uno funciona como espejo del otro, la ficción en la que actúa (el cine dentro del cine) tiene su eco en el hogar, mientras sus caprichos y veleidades salpican los dos escenarios. La verdad, después de tantos meses de ausencia e interrupciones de la presencia cinematográfica en las salas, es un reencuentro con el buen cine francés de la mano de dos actrices y un director de gran prestigio. Un cine sutil que apela al corazón y no al impacto, que dialoga con el espectador desde la intimidad de un hogar con conflictos cercanos y reconocibles.